Miércoles al mediodía,
mañana complicada, de esas que estoy sola, de esas que se comen o
fideos, o polenta o patitas o sobras de dias anteriores.
Igual, no me importó,
hice el esfuerzo, hice las camas, vesti niños, preparé unas tartas
de espinaca y todo con una sonrisa, tenia claro mi objetivo.
Bastante a tiempo dejé a
los chicos en el jardin, a las nenas en la puerta del cole y emprendí
la travesia hacia la cancha de Español. Primer partido por el
ascenso a la B Metropolitana, Defensores de Cambaceres. El domingo
habia ido Luis solo a la cancha y el equipo había ganado, me
sorprendió estar creyendo firmemente que la mala suerte la traía
yo, dudé en ir .
Hacía frío, me había
olvidado de ponerme medias pero no me importó, si pasaba por casa me
quedaba, me quedaba a ver el partido con Luis calentita, en la compu,
por una internet de a ratos.
Así que sin pensar
agarré Monroe derecho, Nazca, San Pedrito, cruzando infinitas
barreras y esquivando infinitos camiones. En Beiró se me puso
adelante un Honda civic con un señor mayor manejando, que cambiaba
de carril constantemente y a quien no pude pasar por más que
aceleraba, en una de esas logré dejarlo atrás, a las tres cuadras
sin saber cómo lo tenía adelante otra vez.
Cruzo Gaona. Dejo de
prestar atención al hombre del Honda y me apuro, en diez minutos
empieza el partido, me quedan más de veinte cuadras, el bajo flores
además tiene otra geografía, otra cuadrícula, capaz me pierdo.
Llego y cinco. Estaciono
donde puedo y bajo corriendo, muestro el carnet, hay una policía
jugando con su celular, no me cachea, sigue jugando, igual no tengo
nada pienso.
Entro al lado de unos
chicos, chiquitos, del barrio, en la reja nos dividimos, todos a la
popular y yo a la platea, uno quiere entrar conmigo, no lo dejan.
De a ratos llovía, de a
ratos salía el sol. Me acuerdo del Bajo Flores, de hace veinte años,
de los diluvios, de las veces que me trepé al alambrado, de un
partido de la copa Conmebol, contra Olimpia de Paraguay, que también
fui sola, me acuerdo que íbamos con Luis en 114 todos los domingos,
ahí vimos jugar a Vélez, a Independiente, a Central.
Descascarada y oxidada en
sus asientos que alguna vez fueron rojos, la platea cobijaba
muchachitos coreanos de pelos y tablets multicolores, jugadores de
las inferiores enfundados en sus camperas reglamentarias y viejos
hinchas del deportivo.
La cancha desaparecía bajo una mezcla
de arena y pasto mojado en la que los jugadores dejaban clavados sus
botines fosforescentes. Tardé un minuto y medio en darme cuenta de
que Español habia cambiado su camiseta, que esta vez los rojos eran
los otros, que cuando casi aplaudo porque atacaban era que se estaban
defendiendo. Un primer tiempo aburrido, trabado, embarrado,
cantábamos, aplaudíamos pero el equipo todavía no se dejaba ver.
Luis que me whatsapeaba los comentarios de los que transmitían y yo
que le whatsapeaba los míos, el 10 está jugando bárbaro pero es
muy morfón, Franco Romero hoy no me gusta, el 7 no arranca y otras
apreciaciones tácticas.
Llega alguien al asiento
de al lado, giro la cabeza, era el hombre del Honda que no me podía
sacar de encima en Nazca, lo saludé.
En el entretiempo
encontré amigos y conocidos arriba de los charcos, a todos les
avisaba que si Español hacía un gol me iba, traigo mala suerte les
informaba a gente a la que esto no parecía importarle en lo más
mínimo. Me acordé los cuatro meses en cama en el embarazo de Octi y
Estani, en 2010, los sábados una de las actividades era ver por tele
el partido de Español, en ese momento se estaba yendo a la C.
Empezó el segundo
tiempo, me quedo parada en la baranda, puedo escuchar respirar a los
jugadores, ver cómo les cae la transpiración de la frente, cómo
escupen. Franco Romero, ese que hoy no me gustaba la agarra solo en
el área, un pibe que está atrás mío dice vamos que lo grito y a
los dos segundos estábamos todos gritando el gol. No sé cómo ni
por qué me emocioné bastante, bastante que casi me pongo a llorar,
la gente se abrazaba, la 55 bailaba. El que hizo el gol viene a
gritármelo a mí, me da pena, mucho no puedo hacer más que gritar y
aplaudir.
Le mando otro wa a Luis
¿me voy? No, me contesta. Entonces me doy cuenta de que cambié de
lugar y cambió la suerte y me quedo pero ahí, en el borde.
El partido mejora,
Español pierde goles, el técnico mete buenos cambios, el árbitro
no tiene grandes errores, el sol sale y se va. El cartelito que no
brilla mucho marca tres, tres minutos que se hacen ciento cincuenta.
1 a 0. Por fin, el partido termina.
La gente estalla
cautelosa, el año pasado se escapó el ascenso en el último partido, el
lunes hay que ir a Ensenada, corre el rumor de que será en la cancha
de Gimnasia, capaz en el Estadio único.
Me voy rápido,
exultante, si no hay muchos autos puedo llegar antes de que vuelvan los chicos del jardín.
A la noche juega Argentina.
A la noche juega Argentina.
Una canción. Y otra. Obvias
Sí, sí buenísimo, perfecto. A lo mejor me
faltó una cosa, el “Che, pa, ¿sabés cómo salió Español?”
Jajajaja cómo estallé de risa al leer lo del aplauso quasi fallido, y lo del señor del Honda. Oh is just a perfect day, gran ciere para un gran post!
ResponderEliminarY el lunes en La Plata Español ganó y ascendió, igual yo no fui. Gracias por pasar!
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