El domingo pasado festejamos el
aniversario del Zamorano. 91 años.
Es un ritual que
repetimos año a año y que nos avisa, de a poco, que se acerca,
tranquilo, el invierno, porque es la primera fiesta de la que nos
vamos de noche cuando recién son las seis de la tarde.
Yo me acuerdo de estos
almuerzos por lo menos desde hace cuarenta años.
Cantamos el himno
argentino, escuchamos el himno español, comemos paella, brindamos
con sidra.
El mejor, cuando tenía
nueve años, me gané un skate (antes se llamaban patinetas) como
verde esmeralda apagado. Me puse a andar ahí mismo, entre las
parejas que bailaban pasodoble, estaba todo pisoteado porque era un
día muy húmedo y la gente traía el agua de las veredas en los
zapatos, afuera oscurecía y adentro se ponía el piso negro, lleno
de una espuma roñosa, para mí era una pista de patinar, fue uno de
los mejores aniversarios. Todavía en la casa de la abuela está en
algún lado esa patineta esmeralda, a casa nunca lo trajimos, ya
tenemos dos: uno todo descascarado que era de Felipe y otro precioso
que le regaló Xime a Consu.
El domingo pasado
decidimos ponernos los trajes típicos, ya lo habíamos hecho en 2013, para los 90 años . Ahí se vistieron Sonsi y Consu, esta vez ellas dos tenían el
cumpleaños de su amiga Viole, no podían venir. Convencí a Maite y
Ro se convenció sola. Para ellas hay unos trajes más o menos
nuevos, hechos no hace tanto.
Yo tengo la ropa de mi
abuela, la que usaba para ir al campo, lejísimo en el espacio y en
el tiempo, hace alrededor de ciento veinte años. Y entre la
antigüedad y las condiciones de guardado que puede tener esa ropa en
casa, sumado a que una vez se inundó un poco, cuando me la quiero
poner (claramente solo en estas ocasiones) tengo que sacarla por lo
menos quince días antes al jardín para que tome aire, por el olor a
humedad. Dos polleras de paño pesadísimo, una blusa de lino bordada
a mano en los puños y en el cuello, una cosa como un camisón
también de lino, también bordada, algo que se cruza sobre los
hombros que tiene distintos nombres, cuatro o cinco delantales,
muchos pañuelos floreados para la cabeza, todo con un poco de hongos
salió al sol del jardín algunos días antes del evento.
El domingo a la mañana
nos despertamos temprano, Maite se había ido.
Mientras la esperaba la
fui vistiendo a Ro, medias, peinado, zapatos. No aceptó ponerse nada
en la cabeza. Maite no llegaba así que me empecé a vestir yo, la
ropa ya no olía tanto.
La pollera no me cerraba,
la blusa parecía el corpiño de una bikini, me ví en el espejo,
estaba medio en bolas, no podía ir así. Me agarré el delantal con
dos alfileres de gancho a la pollera para que se cerrara, encontré
un chaleco, no de mi abuela sino de mi abuelo, lo abroché como pude.
Me puse una media blanca de un par y otra de otro, se notaba que eran
distintas, terminé con unas medias de Sonsi de educación física.
Ya era tardísimo, llegó
Maite. Hizo un bollo con la ropa para vestirse en el auto, se vistió
en los semáforos, se había confundido y se llevó unas medias de
Ro, no le entraron, quedó sin medias.
Llegamos bien, a horario,
encontramos amigos viejos y nuevos. Néstor me dijo que me pintara,
Angel me contó que los botones eran tan duros para abrochar porque
eran garbanzos, Paula me prestó rimmel, Cynthia y Daniela estaban
con unos trajes brillantes que al lado de los nuestros parecían
nuevos. Marcos y Julia nos sacaron fotos , bailamos pasodoble con
Alfredo.
Después cantamos el
himno argentino, escuchamos el himno español, comimos paella,
brindamos con sidra, seguimos bailando.
Se hizo de noche y nos
fuimos contentas. Guardé la ropa, la que mis abuelos llevaban al
campo, en bolsas nuevas, en el placard hasta el año que viene. Ahí
sí o sí los visto a Octi y Estani, de piratas zamoranos esta vez no
los pude convencer.
A veces comparto Góngora,
a veces Lou Reed y ahora esto , todo vale.
Ojalá que para los cien
años podamos hacer un festejo así.
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