viernes, 13 de junio de 2014

91 años

El domingo pasado festejamos el aniversario del Zamorano. 91 años.
Es un ritual que repetimos año a año y que nos avisa, de a poco, que se acerca, tranquilo, el invierno, porque es la primera fiesta de la que nos vamos de noche cuando recién son las seis de la tarde.
Yo me acuerdo de estos almuerzos por lo menos desde hace cuarenta años.
Cantamos el himno argentino, escuchamos el himno español, comemos paella, brindamos con sidra.
El mejor, cuando tenía nueve años, me gané un skate (antes se llamaban patinetas) como verde esmeralda apagado. Me puse a andar ahí mismo, entre las parejas que bailaban pasodoble, estaba todo pisoteado porque era un día muy húmedo y la gente traía el agua de las veredas en los zapatos, afuera oscurecía y adentro se ponía el piso negro, lleno de una espuma roñosa, para mí era una pista de patinar, fue uno de los mejores aniversarios. Todavía en la casa de la abuela está en algún lado esa patineta esmeralda, a casa nunca lo trajimos, ya tenemos dos: uno todo descascarado que era de Felipe y otro precioso que le regaló Xime a Consu.

El domingo pasado decidimos ponernos los trajes típicos, ya lo habíamos hecho en 2013, para los 90 años . Ahí se vistieron Sonsi y Consu, esta vez ellas dos tenían el cumpleaños de su amiga Viole, no podían venir. Convencí a Maite y Ro se convenció sola. Para ellas hay unos trajes más o menos nuevos, hechos no hace tanto.
Yo tengo la ropa de mi abuela, la que usaba para ir al campo, lejísimo en el espacio y en el tiempo, hace alrededor de ciento veinte años. Y entre la antigüedad y las condiciones de guardado que puede tener esa ropa en casa, sumado a que una vez se inundó un poco, cuando me la quiero poner (claramente solo en estas ocasiones) tengo que sacarla por lo menos quince días antes al jardín para que tome aire, por el olor a humedad. Dos polleras de paño pesadísimo, una blusa de lino bordada a mano en los puños y en el cuello, una cosa como un camisón también de lino, también bordada, algo que se cruza sobre los hombros que tiene distintos nombres, cuatro o cinco delantales, muchos pañuelos floreados para la cabeza, todo con un poco de hongos salió al sol del jardín algunos días antes del evento.

El domingo a la mañana nos despertamos temprano, Maite se había ido.
Mientras la esperaba la fui vistiendo a Ro, medias, peinado, zapatos. No aceptó ponerse nada en la cabeza. Maite no llegaba así que me empecé a vestir yo, la ropa ya no olía tanto.
La pollera no me cerraba, la blusa parecía el corpiño de una bikini, me ví en el espejo, estaba medio en bolas, no podía ir así. Me agarré el delantal con dos alfileres de gancho a la pollera para que se cerrara, encontré un chaleco, no de mi abuela sino de mi abuelo, lo abroché como pude. Me puse una media blanca de un par y otra de otro, se notaba que eran distintas, terminé con unas medias de Sonsi de educación física.
Ya era tardísimo, llegó Maite. Hizo un bollo con la ropa para vestirse en el auto, se vistió en los semáforos, se había confundido y se llevó unas medias de Ro, no le entraron, quedó sin medias.
Llegamos bien, a horario, encontramos amigos viejos y nuevos. Néstor me dijo que me pintara, Angel me contó que los botones eran tan duros para abrochar porque eran garbanzos, Paula me prestó rimmel, Cynthia y Daniela estaban con unos trajes brillantes que al lado de los nuestros parecían nuevos. Marcos y Julia nos sacaron fotos , bailamos pasodoble con Alfredo.
Después cantamos el himno argentino, escuchamos el himno español, comimos paella, brindamos con sidra, seguimos bailando.
Se hizo de noche y nos fuimos contentas. Guardé la ropa, la que mis abuelos llevaban al campo, en bolsas nuevas, en el placard hasta el año que viene. Ahí sí o sí los visto a Octi y Estani, de piratas zamoranos esta vez no los pude convencer.
A veces comparto Góngora, a veces Lou Reed y ahora esto , todo vale.

Ojalá que para los cien años podamos hacer un festejo así.

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