sábado, 6 de diciembre de 2014

Vidrios


El otro día a Ro se le despegó un poco la zapatilla.
Esfuerzos vanos ya mencionados aquí de sus padrinos por calzarla.
Al día siguiente salió del jardín con la zapatilla partida en dos partes.
Quedamos que a la mañana le compraba zapatillas. Ni bien se despertó empezó a preguntar cuándo íbamos a comprarlas. Tengo que contestar doscientos cuarenta y ocho mails le dije, sabiendo que solo tenía que mandar dos mails que, con todo el grupo de chicos dándome vueltas alrededor, es como ese número y más también.
Cuanto más me molestes más voy a tardar. Un enunciado que repetimos desde que Valen era chiquita y cuya eficacia pragmática es inversamente proporcional a su significado. Nunca logra que dejen de molestar, por el contrario.
Intento aunque sea responder dos de los mails más urgentes, sobre una transferencia de dinero a una imprenta para que salga un libro luego de tres años de esperar y otro sobre a nombre de quién tenía que estar la factura que debía confeccionar esa imprenta.
Se despertaron sus hermanas grandes y se fueron a la cocina a desayunar.
Ruli se fue a la cocina a desayunar con ellas.
Estos días, en casa, están todo el tiempo las hermanas grandes. Pili estudiando y Valen descansando.Y ejerciendo además ambas una función correctiva importante sobre sus hermanos y hermanas menores, dejando entrever que la disciplina que sus padres ejercían con ellas en otros tiempos ya se relajó, y que las cosas no son como eran antes.
Así Valen comenzó a descargar una monserga sobre su hermana acerca de las zapatillas, los sacrificios y la conveniencia de que revisara entre las zapatillas que ya no le quedaban bien a las medianas a ver si alguna de ellas le entraba.
No sé cuál de las dos fue la que consideró correcto además informarle a la chica que veía difícil que la madre abandonara las tareas matinales para ir a comprarle zapatillas.
En el escritorio Luis escribía y yo trataba de entrar el cbu de la cuenta de la imprenta.
Valen en la cocina se iba enojando, Ruli respondía hasta que no pudo sostener el juego dialéctico y, según nos contaron después las hermanas presentes en la discusión, empezó a patear, pateó la mesa y lastimó a Maite, pateó el piso y pateó la silla alta de alguno de sus hermanos, en la cocina tenemos tres sillas altas que a la noche son sorteadas cómodamente por las babosas que a partir de las once de la noche comienzan a invadir la casa y que cada vez son más y más grandes.
En el escritorio se oyó un estremecedor ruido de vidrios rotos. Y en la cocina gritos de las hermanas. Corrimos esperando ver a alguien cortado, pero no.
La silla alta había pegado contra la puerta vidriada que se partió en dos dejando unos temibles filos al descubierto.
Ro lloraba a los gritos, Valen seguía retándola, Maite lloraba porque la primera patada de la chica la había lastimado.
Si en vez de ponerme a contestar esos mails y a hacer esas operaciones bancarias hubiera empezado el día llevando a Ro a comprarse zapatillas nada de esto hubiera pasado.
Quedó castigada, no va a ningún lado ni viene Hada a jugar hasta fin de año. Pero no podía seguir con esas zapatillas, ella misma se las pegó con Uhu y las puso abajo del escritorio de Luis para que el peso las pegara mejor. Pero no hubo caso.

A la mañana siguiente nos despertamos temprano y escapándonos del castigo stalinista demandado por las hermanas, que siga con esas zapatillas hasta que empiece primer grado, nos fuimos a comprar unas preciosas zapatillas, unas converse verde fosforescente, de oferta, en Loyola.
De paso busqué a Pili que pasó de Puig a aprender a pronunciar La cantatrice chauve y la ví a Vero con su nuevo peinado, que una vez más nos llevó al verano inconsciente de Miramar hace casi treinta años.
A la tarde vinieron unos chicos a arreglar el vidrio, que salió como cuatro pares de zapatillas sin descuentos.
Valen estaba en la pileta, yo estaba en la pileta a la que finalmente le cambiamos el agua.
Valen no quería ir a abrirles, fui yo.
Por las dudas me envolví en una toalla y cuando les abrí les pedí perdón, estaba en la pileta les dije, los jovencitos no registraron mi vestuario, tampoco registraron que la toalla con la que me había envuelto, me dí cuenta cuando se fueron, tenía un agujero gigante atrás, lo que equivalía a no tener nada puesto sobre la bikini.
Pero los vidrieritos ni se inmutaron, cambiaron el vidrio prolijamente en veinte minutos.
Se llevaron los vidrios rotos y me cortaron y le sacaron el filo al pedazo que había quedado.
Así, en menos de veinticuatro horas quedó todo solucionado. Vidrio y zapatillas.


Después, a lo largo de la semana, habría más vidrios: uno que se me clavó en la goma a la que le dimos aire con Xime y con Patricia camino a Mar del Plata, otro que envolvía la cerveza con maníes que nos teníamos que tomar con Luis en la tarde de Villa Urquiza hace como cinco años.


Y otro, terrible, con el que afilé sin saberlo los colmillos del jabalí, ese que de vez en cuando vuelve a arrasar todo con su furia esmeralda.

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