El otro día a Ro se le despegó un
poco la zapatilla.
Esfuerzos vanos ya mencionados aquí de
sus padrinos por calzarla.
Al día siguiente salió del jardín
con la zapatilla partida en dos partes.
Quedamos que a la mañana
le compraba zapatillas. Ni bien se despertó empezó a preguntar
cuándo íbamos a comprarlas. Tengo que contestar doscientos cuarenta
y ocho mails le dije, sabiendo que solo tenía que mandar dos mails
que, con todo el grupo de chicos dándome vueltas alrededor, es como
ese número y más también.
Cuanto más me molestes
más voy a tardar. Un enunciado que repetimos desde que Valen era
chiquita y cuya eficacia pragmática es inversamente proporcional a
su significado. Nunca logra que dejen de molestar, por el contrario.
Intento aunque sea
responder dos de los mails más urgentes, sobre una transferencia de
dinero a una imprenta para que salga un libro luego de tres años de
esperar y otro sobre a nombre de quién tenía que estar la factura
que debía confeccionar esa imprenta.
Se despertaron sus
hermanas grandes y se fueron a la cocina a desayunar.
Ruli se fue a la cocina a
desayunar con ellas.
Estos días, en casa,
están todo el tiempo las hermanas grandes. Pili estudiando y Valen
descansando.Y ejerciendo además ambas una función correctiva
importante sobre sus hermanos y hermanas menores, dejando entrever
que la disciplina que sus padres ejercían con ellas en otros tiempos
ya se relajó, y que las cosas no son como eran antes.
Así Valen comenzó a
descargar una monserga sobre su hermana acerca de las zapatillas, los
sacrificios y la conveniencia de que revisara entre las zapatillas
que ya no le quedaban bien a las medianas a ver si alguna de ellas le
entraba.
No sé cuál de las dos
fue la que consideró correcto además informarle a la chica que veía
difícil que la madre abandonara las tareas matinales para ir a
comprarle zapatillas.
En el escritorio Luis
escribía y yo trataba de entrar el cbu de la cuenta de la imprenta.
Valen en la cocina se iba
enojando, Ruli respondía hasta que no pudo sostener el juego
dialéctico y, según nos contaron después las hermanas presentes en
la discusión, empezó a patear, pateó la mesa y lastimó a Maite,
pateó el piso y pateó la silla alta de alguno de sus hermanos, en
la cocina tenemos tres sillas altas que a la noche son sorteadas
cómodamente por las babosas que a partir de las once de la noche
comienzan a invadir la casa y que cada vez son más y más grandes.
En el escritorio se oyó
un estremecedor ruido de vidrios rotos. Y en la cocina gritos de las
hermanas. Corrimos esperando ver a alguien cortado, pero no.
La silla alta había
pegado contra la puerta vidriada que se partió en dos dejando unos
temibles filos al descubierto.
Ro lloraba a los gritos,
Valen seguía retándola, Maite lloraba porque la primera patada de
la chica la había lastimado.
Si en vez de ponerme a
contestar esos mails y a hacer esas operaciones bancarias hubiera
empezado el día llevando a Ro a comprarse zapatillas nada de esto
hubiera pasado.
Quedó castigada, no va a
ningún lado ni viene Hada a jugar hasta fin de año. Pero no podía
seguir con esas zapatillas, ella misma se las pegó con Uhu y las
puso abajo del escritorio de Luis para que el peso las pegara mejor.
Pero no hubo caso.
A la mañana siguiente
nos despertamos temprano y escapándonos del castigo stalinista
demandado por las hermanas, que siga con esas zapatillas hasta que
empiece primer grado, nos fuimos a comprar unas preciosas zapatillas,
unas converse verde fosforescente, de oferta, en Loyola.
De paso busqué a Pili
que pasó de Puig a aprender a pronunciar La cantatrice chauve y la
ví a Vero con su nuevo peinado, que una vez más nos llevó al
verano inconsciente de Miramar hace casi treinta años.
A la tarde vinieron unos
chicos a arreglar el vidrio, que salió como cuatro pares de
zapatillas sin descuentos.
Valen estaba en la
pileta, yo estaba en la pileta a la que finalmente le cambiamos el
agua.
Valen no quería ir a
abrirles, fui yo.
Por las dudas me envolví
en una toalla y cuando les abrí les pedí perdón, estaba en la
pileta les dije, los jovencitos no registraron mi vestuario, tampoco
registraron que la toalla con la que me había envuelto, me dí
cuenta cuando se fueron, tenía un agujero gigante atrás, lo que
equivalía a no tener nada puesto sobre la bikini.
Pero los vidrieritos ni
se inmutaron, cambiaron el vidrio prolijamente en veinte minutos.
Se llevaron los vidrios
rotos y me cortaron y le sacaron el filo al pedazo que había
quedado.
Así, en menos de
veinticuatro horas quedó todo solucionado. Vidrio y zapatillas.
Después, a lo largo de
la semana, habría más vidrios: uno que se me clavó en la goma a la
que le dimos aire con Xime y con Patricia camino a Mar del Plata,
otro que envolvía la cerveza con maníes que nos teníamos que tomar
con Luis en la tarde de Villa Urquiza hace como cinco años.
Y otro, terrible, con el
que afilé sin saberlo los colmillos del jabalí, ese que de vez en
cuando vuelve a arrasar todo con su furia esmeralda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario