viernes, 28 de marzo de 2014

Piyamadas

Esta noche ni fiesta del cole, ni un quince ni esperar a vale que vuelva con la luz del día y con kp, algo tal vez peor, pijama party de Maite, siete u ocho niñas de diez años instaladas en colchones en medio del living con un reglamento para pasar la noche cuyo artículo principal debe ser claramente no dormir, con caramelos, con maíz pisingallo para hacer pochoclos y con tablets, ipods, ipads y no sé qué otras tecnologías. Estoy vieja y tengo el sí demasiado fácil.
           
En esta casa no hay mucha cultura de piyama party (ahora creo que les dicen piyamadas) Pili hizo dos, uno de halloween y otro para su cumple, pero tenía cuatro hermanos menos y Vale también hizo algunos pero cuando vivíamos en el departamento y con no más de dos o tres amigas y con no más de dos o tres hermanos.

No sé por qué pero en las piyamadas me da la sensación de que siempre alguien vomita o siempre a alguien le sale sangre de la nariz, será porque se pasan la noche comiendo porquerías o por la emoción del pernocte, pero me recuerdo, nos recuerdo, a Luis y a mí limpiando vómitos o limpiando narices.

Pero, si se mira desde otro ángulo en esta casa todas las noches son de piyamas parties, promedio entre doce y catorce personas distribuidas desigualmente en cinco dormitorios, algunas se duermen a la una, otras se despiertan a las tres a tomar la teta, otras se duermen a las cuatro, otras se despiertan a las seis a ver la tele. Sí, la reunión de esta noche no debería ser peor que cualquier noche normal. Hoy calculo que seremos casi veinte personas pernoctando, veinte si pensamos en seres vivos, no vegetales. Sumando a sonsi que invita a una amiga a cenar y ro que como cada día vuelve a la carga con alguna amiga, más Kp  podríamos llegar a los treinta, casi como un hotel, pero sin mucamas, ni cocineros, ni room service.

Unas con bolsas de dormir, otras en los sillones, otras traen colchones inflables, hago votos por poder encerrarme a las diez en mi dormitorio (en el que también duermen dolores y cristóbal) y poder finalmente ver Nebraska en mi mini compu (tele no hay porque se la llevaron los ladrones).

Yo también iba a piyamas parties cuando era chica, pero eran de disfraces.Tenía un disfraz de torero de mi papá, lo llevé a dos o tres, a veces me lo ponía para ir al corso, hasta que lo destrocé.
Otra vez me prestaron uno de odalisca, en ese piyama party había otra chica disfrazada de odalisca a quien no conocía y a quien odié toda la noche.

Mi primer piyama party fue en quinto grado, como Maite, en la casa de Paula, mi compañera de banco. Nos divertimos, nos peleamos, inventamos una obra de teatro, se la representamos a los pobres dueños de casa.  Paula sigue viviendo ahí, Maite es amiga de su hija.

Hay cosas que trascienden lo cotidiano y dar un permiso para un pijama party es a lo mejor atar un lazo con el futuro que ni el filo más brutal va a poder desanudar.


Seguimos esperando con todo el corazón.

martes, 25 de marzo de 2014

Ida y vuelta

Ida

Tengo que ir al centro en un horario malísimo para viajar, a las 2 de la tarde debería estar allí para encontrarme con alguien que viene de España en una estadía de dos meses a trabajar sobre teatro histórico y como en Buenos Aires hace quince años que somos expertas en esto hasta aquí se vino. 
Y ahora yo la tengo que introducir en el mundo del instituto, de la investigación y del teatro histórico.

Llevo a los chicos al cole, vuelvo a casa y Luis me lleva a Lacroze, cargo la SUBE, no tengo auriculares, el otro día subiendo la escalera en Florida alguien me pisó las ojotas que todavía me empecino en usar aunque estemos casi en abril y me caí, lo primero que encontré para agarrarme fueron los auriculares y así me quedé con un pedazo de cable en cada mano. En el andén están todos con auriculares gigantes, flúo, carísimos y yo quedo escuchando los avisos de las pantallas. Llega el tren, bastante más lleno que a la hora que viajo siempre, puedo entrar cómoda pero parada. Un hombre le pide a otro que se corra, que le deje un lugar, el hombre se aprieta con el de al lado y lo recibe  en el asiento con un “Bienvenido, amigo”.

En cada estación el subte para un rato largo, abre y cierra las puertas como ocho veces, en Malabia suben los que venden la música, cien canciones atronando por unos altoparlantes que nadie oye excepto yo que no tengo auriculares, en Angel Gallardo está cinco minutos, la gente baja, sube, vuelve a bajar y vuelve a subir, arranca, hay olor a quemado, la música sigue atronando el vagón, solo para mí. 

Finalmente en Medrano yo que no tengo auriculares escucho que la línea está interrumpida, nos quedamos. Mando mensajito a Luis para avisarle y a Patricio para que le avise a la nueva investigadora, los dos me responden, me tranquilizan. Los de la música optan por subirla aun más, si eso puede ser posible, para ponerle buena onda dicen. 

Alrededor de diez minutos después el subte arranca. Avanzamos despacio, pasamos por el Abasto y por Pueyrredón, en ambas estaciones la voz seguía diciendo que la línea estaba interrumpida, en Pasteur lo vuelvo a escuchar, mi subte andaba. Recupero el sentido del “Bienvenido, amigo” y en algo que me pareció bien inteligente mando mensajitos otra vez a Luis y a Patricio, les escribo “la línea está interrumpida, mi subte anda. Moebius”. Claramente a mis interlocutores no les pareció tan ingenioso como a mí porque ni me contestaron.

Después se arregló todo, el subte volvió a ir rápido, en Carlos Pellegrini los amigos del asiento se despidieron con un “Chau querido” y yo me bajé en Florida prestando atención a las escaleras.

Llegué al instituto prometiéndome fervientemente sacar dinero de algún lado para comprarme auriculares, con ellos no me hubiera enterado de nada.

Vuelta

Listo, ya quedó la investigadora instalada. Tengo que volver, 4 y cuarto sale Ro del jardín, 5 menos 20 clase abierta de música. Con la B no insisto, tomo la D y bajo directamente para buscarla al cole, mejor aún para encontrarme con Luis en la puerta del cole. 

Llego a Catedral, no hay lugar ni para entrar al andén. Pego la vuelta, enfilo hacia el bajo para tomar el colectivo. Son las 3 y media, tengo tres cuartos de hora para atravesar la Plaza de Mayo, cruzar Leandro Alem, esperar el colectivo, subirme y llegar a Belgrano. Difícil, pero no imposible. 

Todo más rápido de lo esperado, me siento en el asiento de atrás.
Al lado tengo a una mujer que en Retiro me pregunta la hora, se me gastó la batería del celular me explica y me olvidé de ponerlo a cargar. A la altura del velódromo el chofer decide acelerar, lo imagino más apurado que yo, hay que sostenerse para no caerse en las curvas, la mujer de al lado me mira, tengo miedo de llegar tarde me dice, pero no llegar a tiempo así, le pongo cara de “y no...”. 
Me empieza a caer simpática, me cuenta que salen sus hijos del cole, por Belgrano, conozco el colegio, van los chicos de Erica, tengo diez minutos hasta que salgan, llegamos le digo con fe, yo voy un poco más allá y tengo cinco minutos más que vos nada más.

Quedamos hermanadas en una solidaridad de madres, inmensa, transversal, policlasista.

Me cuenta también que viene del Once, de comprar unos tachos de témpera, baratísimos, me acuerdo de la témpera magenta del otro día, que vive lejos, que la hija no se va a ir de viaje de egresados de 7mo, porque sale como 5000 pesos, que no sabe a qué colegio va a ir en la secundaria, las mías grandes no se fue ninguna de viaje le contesto y el cole donde van los chicos está bueno para la secundaria, la mando a averiguar, el colectivo seguía a las chapas, claramente ambas llegábamos a buscar nuestras criaturas.

Antes de bajarse la mujer me dice, “ahora me tomo el tren rojo para volver a mi casa, vivo en Grand Bourg, es mucho viaje, nos levantamos temprano y volvemos tarde, pero ya estamos acostumbrados”, y como justificándose me explica que sus sobrinos que van al cole en la provincia están en séptimo y no saben leer. 

Y yo creí que tenía una tarde complicada porque seguía en auto al colegio de música en Villa Urquiza.
Nos despedimos deseándonos buena suerte.


No sé si porque escuché que viene de España la compañía nacional de teatro clásico a dar La vida es sueño, se agotaron las entradas y me quedé otra vez sin verla o porque estoy leyendo una novela en la que al protagonista la mujer lo engaña con un actor que está haciendo de Segismundo en el teatro o porque la situación realmente lo ameritaba que bajé del colectivo acordándome de la reflexión de Rosaura luego de escuchar las tribulaciones del príncipe de Polonia.

viernes, 21 de marzo de 2014

Otoño

Llega el otoño, notitas en los cuadernos de comunicaciones del jardín pidiendo hojas secas,que todavía no hay.
Las chicas de la primaria pintan con Lola, su genial profesora de plástica, un árbol al que le ponen hojas que levantan del piso, hace más de diez años, casi quince, desde Valen en primer grado, que cada una trae ese mismo dibujo en la carpeta y todas lo hacen distinto y lindísimo.
En el jardín de casa la pileta se ensucia porque se llena de hojas y el mandarino empieza, mezquino, a largar sus primeras frutas, pocas, muy pocas y verdes muy verdes.
En otoño cumplo años yo y un mes más tarde sigue el otoño y cumple años Consu.
Para el cumple de Consu las mandarinas ya maduran y se caen al piso.
Pero hay que cosecharlas antes porque ni bien tocan la tierra las agarran unas babositas chiquitas que les hacen agujeritos marrones y se pudren en seguida.
El otro día yo estaba en el escritorio y se me aparece Tótal comiendo una mandarinita que se había caído antes, la chupaba justo por el agujero que le había hecho el gusano. Contentísimo.
Antes de que se acabe el otoño el árbol ya queda sin mandarinas y hay que estar atento a ver si el próximo otoño vuelve a dar o se toma un descanso, nos damos cuenta de eso recién en primavera, por el olor de los azahares.
A veces si lo deseamos muy fuerte el perfume aparece antes que las florcitas blancas y obliga al árbol a florecer.
Por ahora hay que esperar y desear con todo el corazón, entre otras cosas, que las mandarinas se pongan amarillas.

Prometo pronto un post más divertido, más cotidiano, menos triste.

martes, 18 de marzo de 2014

Lunes

Y siguen las listas de materiales para comprar.
Envidio esas madres que en diciembre están en las librerías con las listas recibidas en octubre en sus híper buenísimos celulares o tabletas de no sé qué.
Nosotros tenemos que ir dos veces por día a la  librería de acá hasta fines de abril porque se olvidan de pedirnos la mitad de las cosas, cuadernos pentagramados, tacho de témpera magenta, cuadernos con espiral para las grandes y eso sin contar la cantidad de cosas que ahorramos porque nos las da el gremio (siempre en estos momentos me acuerdo de cuando Pili era chica, que yo no estaba afiliada y que todos sus compañeros llevaban las mochilas del suterh una vez me dijo mami tenés que ir a la obra social a buscar mi mochila).
He visto en las colas de los negocios listas raras, unas pedían un pen drive, otras auriculares. Lo nuestro es mucho más básico, pero más improvisado.
Así, en busca de no sé qué terminé en el supermercado a las ocho y media de la noche con un lindo grupo: Maite, Sonsi, Octi y Estani y Tótal. Encontré todo, en seguida.
Vamos a las cajas rápidas, algo no pasaba por el scanner, Octi y Estani tenían la boca llena de bon o bon. Por suerte las cajas rápidas estaban cerca de los juguetes, Estani a los gritos pidiendo que le comprara un camión gigante, reclamo al que se sumó el hermano también a los gritos, Maite seguía tratando de pasarle el scanner a algo, corrí el carrito porque estaba estorbando el paso de la gente que curiosamente eran señoras con bastón, mujeres embarazadas, padres con criaturas recién nacidas. En uno de esos movimientos Octi se golpeó un poco la boca con lo que a los gritos de “quiero un auto” se sumó el estremecedor de “me lastimaste, me lastimaste”.

Despacio disuadí a Maite del tema scanner y nos fuimos a las cajas normales en donde cada persona tenía mínimo tres carritos pero por lo menos estaban lejos de los juguetes. Entre Maite y Sonsi y los bon o bon se llevaron a los hermanos al auto pero se les escaparon y empezaron a correr por la rampa, los veía de lejos pero estaba más atenta a ver qué hacían los guardias de seguridad que por suerte no hicieron nada.

Yo con Tótal en la caja que había sumado al club bon o bon unas galletitas de chocolate esperé un rato más mientras seguía escuchando los gritos de los otros.

No sé si fue casualidad o qué que justo quedé al lado de los Prime.

Y obviamente se me ocurrió que si yo no era yo y estaba en esa cola detrás de mí viendo el desempeño de mis niños, me llevaba todo el stock de formas, colores y gustos.

Pero se me ocurrió también pensar en el fin de semana que pasó en el que Vale de los tres días durmió en casa solo uno, de Pili que estuvo yendo, viniendo y contando cosas medio terribles de esa fiesta, terribles sobre todo porque significa que creció, de fotos que ví en estos días que de tan tristes me hicieron llorar, de que pronto cumplimos años Luis y yo y que a pesar de tantas buenas compañías ya estamos un poco más solos. 


Y creo que aunque compraría los prime, no cambio por nada esa agradabilísima hora pasada en jumbo.

sábado, 15 de marzo de 2014

Fiestas


En minutos me tengo que ir a llevar a Pili y a sus amigas a una fiesta y en horas a buscarlas, o irá Luis.
Empieza a ir a esas fiestas del colegio de los viernes a la noche.
Esas que solo les damos permiso para ir cuando empiezan tercer año, y no a todas, a Vale, por ejemplo la habíamos dejado ir a cinco y siempre y cuando tuviera todas las materias arriba.
Terminó yendo a siete y llevándose ídem cantidad de materias.
En una cuando la fui a buscar los chicos estaban haciendo guerras de latitas de cerveza en medio de la Nueve de Julio bajo la atenta mirada de la Metropolitana, en otra yendo al Deportivo Español casi tengo que bajar en medio de Avenida Eva Perón a una parejita que desapareció en la parte de atrás de la camioneta de Luis, en otra estaba el SAME en la puerta...

Ahora Pili la tiene más fácil, no tuvo que dar tanta vuelta para conseguir el permiso de los padres y encima un muchachito de quinto  le trajo las entradas por delivery, el miércoles.
Estaba muerta de vergüenza, para él soy una borrega decía a cada rato, no sabía si tenía que saludar al chico con un beso, abrirle, hablarle, quería mandar a la hermana grande a recibirlo en la puerta, dejá la tranquilicé me encargo yo.
Y me puse a ensayar qué tipo de madre podía representar.
La primera posibilidad abrirle al chico, hacerlo pasar e interrogarlo junto con Luis acerca de las características de la fiesta, la composición de los asistentes y demás elementos: los padres buena onda pero preocupados por los lugares dónde va su hija.
La segunda posibilidad abrirle al chico, retarlo por las características desenfrenadas de la fiesta, recordarle que cuando uno tenía esa edad se divertía de manera mucho más sana: los padres severos que impostan orden.
La tercera posibilidad abrirle al chico, hacerle un chiste, pedirle también entradas para mí y el padre, "ay pero deben ser fiestas divertidísimas, podemos ir nosotros también no?": los padres copados, amigos de sus hijos.
Creo que consideró que el mal menor era abrirle ella, con beso y transpiración del jovencito que venía en bici incluida, el delivery me salió diez pesos le dijo a la hermana, se comprará un agua reflexionó la otra, porque en bici no necesita ni para la nafta ni para el colectivo.

Así, los preparativos. Que vamos con estos, con los otros, unos se encuentran en la puerta del colegio, otros van a la casa de no sé quién y que otras vienen a dormir a casa. Le puse dos condiciones: no salgas en bolas y no vuelvas con olor a alcohol, me jura que no, que si se aburre me llama, que yo que sé, me río y me voy a dormir.
Es cierto que todas las novedades ya pasaron y que los segundos hijos tienen la mitad del camino solucionada.

Me viene a la mente la llevada, traída, mal o bien traducida frase del 18 Brumario, primero como tragedia y luego como farsa, la miro a Dolores durmiendo en su cuna  y sospecho  que cuando le toque a ella ir a las fiestas, ya no habrá géneros dramáticos para adjudicarle.

martes, 11 de marzo de 2014

Papeles

Echo una mirada a los objetos que tengo en mi escritorio:
Un diccionario francés francés porque en enero creí que iba a poder leer los trabajos de un libro sobre La Dorotea que están todos en francés y ahí quedó.
Un pedazo de un recipiente para guardar ortodoncia que alguien en algún momento se habrá olvidado
Una pila de volantes de un herrero que vino a cerrar el agujero de la reja que hicieron los ladrones y que no sé por qué consideró que podíamos oficiar de agentes de publicidad.
Una monografía de un seminario sobre Fray Luis
Los horarios de música de todas las chicas que habíamos dado por perdidos
Una boleta de Aysa re vencida
Un papel para notificarnos de una resolución municipal que si a las criaturas nadie las fue a buscar a las dos horas de salir del colegio las autoridades escolares las pueden llevar a unos asilos en la calle Pillado o en su defecto en la calle Cabezón.
Un formulario para pedir plata a Castilla y León
Un formulario para pedir plata a Zamora
Un formulario para pedir plata al CONICET
Un formulario para pedir plata a la UBA
Un portarretrato con una foto de Felipe en el zoológico
Una receta de antibióticos para Estani
Los pasajes a Italia de Vale y Pili del año pasado
Dos pares de medias de los bebés


Ayer fue la defensa de la tesis que confundí el dictamen, buena, muy buena.
Cuando terminamos le dí un abrazo a la maestranda (espantosa palabra coincidimos todos) que me dijo gracias, me aceptaron en yale.
Yo le había hecho una carta de recomendacíón. Y la felicité nuevamente.

Mientras, reflexionaba para mí misma que dadas las condiciones en las que tengo que hacer las cosas que la hayan aceptado significa, más allá de los indudables méritos de la aspirante, que en el correo a yale no adjunté, por ejemplo, alguna foto del inicio de clases de los chicos, algún papel del zamorano o alguna invitación de cumpleaños.

sábado, 8 de marzo de 2014

Sala Roja

La sala roja es la más chica de todas las salas del jardín.
Antes era donde estaban los nenes más chicos
Después hicieron una sala de dos, abajo en otro lado.
A la sala roja van los nenes de tres años.

Hoy, a las nueve se levantaron todos los que empezaban las clases. Pensé que la mañana iba a ser más complicada de lo que fue, esas coincidencias que nos pasan solo a nosotros, Luis tenía una audiencia a las 12.00.
Algunos se bañaron, Octi y Estani porque tenían olor a hipopótamo, dijo Estani.
Otras buscaron gomitas para el pelo y se peinaron, forramos cuadernos, arreglé un delantal al que por error el otro día le había arrancado todos los botones y me había quedado con cinco agujeros.
Cociné unas patitas y nos fuimos.

Como no podía ser de otro modo la luz de la nafta del auto se empezó a prender a las dos cuadras.
Como no podía ser de otro modo los semáforos que estuvieron a lo largo del verano funcionando bien se rompieron todos juntos, en el viaje pensé que estaría bueno incluir el tema de los semáforos dentro de las paritarias de los maestros.
Podía ser de otro modo pero como era primer día de clases, viernes, Belgrano y todo eso, un 168 se había incendiado en Moldes y Virrey del Pino y además seguía cortada la barrera de Blanco Encalada.
Pese a todo llegamos al cole con la nafta que había y bastante a horario.
Las tres de la primaria quedaron al cuidado de Ceci y Julio y Valen y Kp. En la vereda les desee feliz comienzo, les dí un beso, y me fui con los otros tres caminando y cuidando que no pisaran caca de perro, al jardín.

Entramos. Todos arriba, agarrados de la baranda. Bandera, himno en el patio, bastante calor, ahí me acordé que Ro hace más o menos un año que nos pide un delantal sin mangas, hoy todas las nenas menos ella lo tenían.
Nos fuimos a las salas, Ro a la sala amarilla esperando al padre que llegó en seguida y yo a la sala roja.

Y ahí en esa sala chiquita llena de nenes no tan chiquitos me acordé de esas épocas en que la sala roja era el primer contacto con el jardín.
Me acordé de Pili que nunca fue porque estaban todos juntos en la sala de cuatro, los rojos y los naranjas.
Me acordé de Diana que para mí siempre va a ser la maestra de la sala roja y me acordé de ese primer día de clase en que Felipe con otros chicos se le escapaban de la sala como pollitos.
Y lo vi ahí, jugando con sus hermanos que afortunadamente se habían bañado, felices, tirados en el piso con los autitos, con el nombre bordado en el delantal y en la democrática bolsita cuadrillé, no como los hermanos que van con un género pegado donde escribimos el nombre con marcador y las mochilas con el dibujo del personaje que les toca en suerte en el reparto.

Y después llegaron Luis y Ro y Valen y Kp y Myriam y me dí cuenta de que a veces el tiempo pasa y está bien que pase.

Y me dí cuenta también por qué ayer a la noche brillaba tanto Marte entre las estrellas.

jueves, 6 de marzo de 2014

Antes que nada

Escena I:
Quiero estirar el verano pero no puedo, tengo que ir sí o sí a tomar examen.
Arreglo para encontrarme con una chica que me tiene que dar una monografía de Góngora, se le vence todo y pierde el seminario si no me la entrega... las Soledades.
No viene nadie a dar, espero un ratito y me empiezo a ir.
Jose me invita un cafecito, meses que no la veo, acepto así conversamos un rato, me cuenta de Mar del Plata y de Venecia.
Nos estamos por ir, me suena el celular, una voz desesperada, la chica de la monografía, que llegué recién, que vengo de Tigre, que hay mucho tránsito, que estoy con mis hijos chiquitos, que encontré el celular por internet, que perdón, que dónde estoy.
Tranquila le digo, estoy acá a la vuelta, te espero. Cinco minutos después entra con un cochecito con un bebé, más dos chiquititos rodeándola, se le veía el alivio en la cara por encontrarme, por sacarse de encima la monografía o por poder interactuar con alguien mayor de siete años, conozco la sensación.
Son mis tres hijos más chicos me dice, tengo tres más. Ah, le digo sin que se me mueva un músculo de la cara. Una insensible que no le gustan los niños, por acá no me conviene seguir la conversación habrá pensado. 
Las criaturas saltaban y corrían entre las mesas, la madre sacó de abajo del cochecito la monografía.
La primera página tenía toda la tinta corrida,una mancha enorme negra que tapaba toda especulación crítica sobre las Soledades, la pobre chica la miró, me miró a mí, volvió a mirar el trabajo y medio desesperada reflexionó: ay, tiraron el jugo o la leche de la mamadera, o no sé qué.
Y me volvió a mirar a mí otra vez, deshaciéndose en disculpas, yo seguía sin expresión alguna en la cara.
Pero en el nervio óptico se me hizo la imagen de la pobre a las corridas, con los chicos a los gritos, aburridos, en algún embotellamiento, viendo que no llegaba a tiempo, se me representó en el momento en que sacó a las criaturas del auto, enchufó al bebito en el cochecito y tiró la monografía en el primer lugar en que pensó que iba a estar a salvo. Ahí experimenté otra sensación conocida: la de que nunca llegás a hacer todo como corresponde.
Entonces me puse a reir, se me aflojó la cara y le dije no te preocupes, está perfecto, estas cosas pasan. Y Jose de atrás añadió: sí, no te preocupes, no te va a decir nada, ella tiene diez chicos.
Guardé la monografía en mi bolso, me acordé de la vez que bajando del auto se me cayeron unos parciales al agua podrida, de la cantidad de trabajos que tuve que devolver todos garabateados y de tantas otras desgracias más, te mando un mail cuando lo tenga corregido le dije a la chica que balbuceó un gracias y se fue dispuesta a volver a cruzar la ciudad rumbo a Tigre, rodeada de sus niños.
Escena II:
Vuelta en casa, le cuento a Luis la historia de la mancha de la monografía, nos reímos.
Nos acordamos que empieza la inscripción de las cuatro nenas medianas en la escuela de música, vamos a hacer la cola para anotar a cada una en lo que les toca, iniciación, guitarra, piano y violín.
Cola larga, larguísima de padres ansiosos por inscribir no a sus hijos sino a sus futuros genios de la música.
Veo una madre que el año pasado me había preguntado por las cátedras de instrumento, no del todo decidida, le puse bastantes fichas al violín, instrumento de niño progre (me incluyo), la veo hablando con todos, contenta, le pregunto ah, finalmente te decidiste por violín , se me queda mirando colgada, como diciéndome para qué me preguntás esto y entre mí pienso para qué le estoy preguntando esto, si no me importa mucho.
De repente a la mujer le cambia la cara y en vez de contestarme si su criatura había o no elegido violín, o si ella había elegido el violín para su criatura o algo relacionado con su criatura y el violín me dice Ah, ya te ubico, vos sos la que tenés diez hijos.
No me contestó qué había decidido con el violín, ni cuál era la relevancia de mis diez hijos en el diálogo, ni nada, opté por darme vuelta y seguir haciendo la cola pensando qué básicas que son a veces las personas.
Escena III:
Después de una hora de cola quedan todas anotadas en sus actividades musicales.
Otra vez en casa tengo que mandar sí o sí un mail con un dictamen de una tesis.
Lo termino de armar a la noche tarde,muy tarde.
Estoy cansada, entre la ida al examen, la cola en la escuela de música, la depresión post vacaciones tengo la cabeza quemada antes de empezar.
Lo termino, lo guardo, quedó bastante bien. Me voy a dormir.
A la mañana siguiente como puedo lo mando, casi siempre mandar un mail me lleva dos o tres horas y si es a la mañana peor por las distintas y diversas interrupciones.
Le hago cuatro preguntas al autor del trabajo para que desarrolle si quiere en la defensa, le hablo todo el tiempo de una idea teórica que usa mucho y que saca de Derrida, uso el adjetivo derridariano, le pongo bastantes cosas de Derrida a partir del análisis que leo, estoy contenta, conseguí hilar ideas. Descanso.
A la tarde estoy revisando otros papeles, otras cosas. Me topo con otro crítico Deleuze, difícil, dificilísimo. Tengo como una epifanía, una iluminación. La tesis nunca hablaba de Derrida, hablaba de deleuze. Armé un dictamen cambiando el nombre del teórico y el pobre aspirante a doctor cuando lo recibió no debe haber sabido por dónde empezar. Mando otro mail, operación que me lleva otras cuatro horas, le pongo asunto urgente, ahora con el dictamen bien hecho, se me traspapelaron dos dictámentes miento, corté y pegué mal, es este el válido.
Y así junto las tres escenas.
Nunca nada sale cómo corresponde y tenía razón la mujer de la escuela de música, antes de preguntar, conversar, juzgar o dictaminar algo, tendría que aclarar siempre yo soy la que tengo diez hijos.