Llega el otoño,
notitas en los cuadernos de comunicaciones del jardín pidiendo hojas secas,que
todavía no hay.
Las chicas de la
primaria pintan con Lola, su genial profesora de plástica, un árbol al que le
ponen hojas que levantan del piso, hace más de diez años, casi quince, desde
Valen en primer grado, que cada una trae ese mismo dibujo en la carpeta y todas
lo hacen distinto y lindísimo.
En el jardín de
casa la pileta se ensucia porque se llena de hojas y el mandarino empieza,
mezquino, a largar sus primeras frutas, pocas, muy pocas y verdes muy verdes.
En otoño cumplo
años yo y un mes más tarde sigue el otoño y cumple años Consu.
Para el cumple
de Consu las mandarinas ya maduran y se caen al piso.
Pero hay que
cosecharlas antes porque ni bien tocan la tierra las agarran unas babositas
chiquitas que les hacen agujeritos marrones y se pudren en seguida.
El otro día yo
estaba en el escritorio y se me aparece Tótal comiendo una mandarinita que se
había caído antes, la chupaba justo por el agujero que le había hecho el
gusano. Contentísimo.
Antes de que se
acabe el otoño el árbol ya queda sin mandarinas y hay que estar atento a ver si
el próximo otoño vuelve a dar o se toma un descanso, nos damos cuenta de eso
recién en primavera, por el olor de los azahares.
A veces si lo
deseamos muy fuerte el perfume aparece antes que las florcitas blancas y obliga
al árbol a florecer.
Por ahora hay
que esperar y desear con todo el corazón, entre otras cosas, que las mandarinas
se pongan amarillas.
Prometo pronto
un post más divertido, más cotidiano, menos triste.
Con todo el corazón
ResponderEliminara mi me hizo reir, y la imagen de Total sonriendo mientras se manduca la mandarina del gusanito me atravesó el corazón
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