Escena I:
Quiero estirar el verano pero no puedo, tengo que ir sí o sí a tomar examen.
Arreglo para encontrarme con una chica que me tiene que dar una monografía de Góngora, se le vence todo y pierde el seminario si no me la entrega... las Soledades.
No viene nadie a dar, espero un ratito y me empiezo a ir.
Jose me invita un cafecito, meses que no la veo, acepto así conversamos un rato, me cuenta de Mar del Plata y de Venecia.
Nos estamos por ir, me suena el celular, una voz desesperada, la chica de la monografía, que llegué recién, que vengo de Tigre, que hay mucho tránsito, que estoy con mis hijos chiquitos, que encontré el celular por internet, que perdón, que dónde estoy.
Tranquila le digo, estoy acá a la vuelta, te espero. Cinco minutos después entra con un cochecito con un bebé, más dos chiquititos rodeándola, se le veía el alivio en la cara por encontrarme, por sacarse de encima la monografía o por poder interactuar con alguien mayor de siete años, conozco la sensación.
Son mis tres hijos más chicos me dice, tengo tres más. Ah, le digo sin que se me mueva un músculo de la cara. Una insensible que no le gustan los niños, por acá no me conviene seguir la conversación habrá pensado.
Las criaturas saltaban y corrían entre las mesas, la madre sacó de abajo del cochecito la monografía.
La primera página tenía toda la tinta corrida,una mancha enorme negra que tapaba toda especulación crítica sobre las Soledades, la pobre chica la miró, me miró a mí, volvió a mirar el trabajo y medio desesperada reflexionó: ay, tiraron el jugo o la leche de la mamadera, o no sé qué.
Y me volvió a mirar a mí otra vez, deshaciéndose en disculpas, yo seguía sin expresión alguna en la cara.
Pero en el nervio óptico se me hizo la imagen de la pobre a las corridas, con los chicos a los gritos, aburridos, en algún embotellamiento, viendo que no llegaba a tiempo, se me representó en el momento en que sacó a las criaturas del auto, enchufó al bebito en el cochecito y tiró la monografía en el primer lugar en que pensó que iba a estar a salvo. Ahí experimenté otra sensación conocida: la de que nunca llegás a hacer todo como corresponde.
Entonces me puse a reir, se me aflojó la cara y le dije no te preocupes, está perfecto, estas cosas pasan. Y Jose de atrás añadió: sí, no te preocupes, no te va a decir nada, ella tiene diez chicos.
Guardé la monografía en mi bolso, me acordé de la vez que bajando del auto se me cayeron unos parciales al agua podrida, de la cantidad de trabajos que tuve que devolver todos garabateados y de tantas otras desgracias más, te mando un mail cuando lo tenga corregido le dije a la chica que balbuceó un gracias y se fue dispuesta a volver a cruzar la ciudad rumbo a Tigre, rodeada de sus niños.
Escena II:
Vuelta en casa, le cuento a Luis la historia de la mancha de la monografía, nos reímos.
Nos acordamos que empieza la inscripción de las cuatro nenas medianas en la escuela de música, vamos a hacer la cola para anotar a cada una en lo que les toca, iniciación, guitarra, piano y violín.
Cola larga, larguísima de padres ansiosos por inscribir no a sus hijos sino a sus futuros genios de la música.
Veo una madre que el año pasado me había preguntado por las cátedras de instrumento, no del todo decidida, le puse bastantes fichas al violín, instrumento de niño progre (me incluyo), la veo hablando con todos, contenta, le pregunto ah, finalmente te decidiste por violín , se me queda mirando colgada, como diciéndome para qué me preguntás esto y entre mí pienso para qué le estoy preguntando esto, si no me importa mucho.
De repente a la mujer le cambia la cara y en vez de contestarme si su criatura había o no elegido violín, o si ella había elegido el violín para su criatura o algo relacionado con su criatura y el violín me dice Ah, ya te ubico, vos sos la que tenés diez hijos.
No me contestó qué había decidido con el violín, ni cuál era la relevancia de mis diez hijos en el diálogo, ni nada, opté por darme vuelta y seguir haciendo la cola pensando qué básicas que son a veces las personas.
Escena III:
Después de una hora de cola quedan todas anotadas en sus actividades musicales.
Otra vez en casa tengo que mandar sí o sí un mail con un dictamen de una tesis.
Lo termino de armar a la noche tarde,muy tarde.
Estoy cansada, entre la ida al examen, la cola en la escuela de música, la depresión post vacaciones tengo la cabeza quemada antes de empezar.
Lo termino, lo guardo, quedó bastante bien. Me voy a dormir.
A la mañana siguiente como puedo lo mando, casi siempre mandar un mail me lleva dos o tres horas y si es a la mañana peor por las distintas y diversas interrupciones.
Le hago cuatro preguntas al autor del trabajo para que desarrolle si quiere en la defensa, le hablo todo el tiempo de una idea teórica que usa mucho y que saca de Derrida, uso el adjetivo derridariano, le pongo bastantes cosas de Derrida a partir del análisis que leo, estoy contenta, conseguí hilar ideas. Descanso.
A la tarde estoy revisando otros papeles, otras cosas. Me topo con otro crítico Deleuze, difícil, dificilísimo. Tengo como una epifanía, una iluminación. La tesis nunca hablaba de Derrida, hablaba de deleuze. Armé un dictamen cambiando el nombre del teórico y el pobre aspirante a doctor cuando lo recibió no debe haber sabido por dónde empezar. Mando otro mail, operación que me lleva otras cuatro horas, le pongo asunto urgente, ahora con el dictamen bien hecho, se me traspapelaron dos dictámentes miento, corté y pegué mal, es este el válido.
Y así junto las tres escenas.
Nunca nada sale cómo corresponde y tenía razón la mujer de la escuela de música, antes de preguntar, conversar, juzgar o dictaminar algo, tendría que aclarar siempre yo soy la que tengo diez hijos.
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