Echo una mirada a los objetos que tengo en mi escritorio:
Un diccionario francés francés porque en enero creí que iba a poder leer los trabajos de un libro sobre La Dorotea que están todos en francés y ahí quedó.
Un pedazo de un recipiente para guardar ortodoncia que alguien en algún momento se habrá olvidado
Una pila de volantes de un herrero que vino a cerrar el agujero de la reja que hicieron los ladrones y que no sé por qué consideró que podíamos oficiar de agentes de publicidad.
Una monografía de un seminario sobre Fray Luis
Los horarios de música de todas las chicas que habíamos dado por perdidos
Una boleta de Aysa re vencida
Un papel para notificarnos de una resolución municipal que si a las criaturas nadie las fue a buscar a las dos horas de salir del colegio las autoridades escolares las pueden llevar a unos asilos en la calle Pillado o en su defecto en la calle Cabezón.
Un formulario para pedir plata a Castilla y León
Un formulario para pedir plata a Zamora
Un formulario para pedir plata al CONICET
Un formulario para pedir plata a la UBA
Un portarretrato con una foto de Felipe en el zoológico
Una receta de antibióticos para Estani
Los pasajes a Italia de Vale y Pili del año pasado
Dos pares de medias de los bebés
Ayer fue la defensa de la tesis que confundí el dictamen, buena, muy buena.
Cuando terminamos le dí un abrazo a la maestranda (espantosa palabra coincidimos todos) que me dijo gracias, me aceptaron en yale.
Yo le había hecho una carta de recomendacíón. Y la felicité nuevamente.
Mientras, reflexionaba para mí misma que dadas las condiciones en las que tengo que hacer las cosas que la hayan aceptado significa, más allá de los indudables méritos de la aspirante, que en el correo a yale no adjunté, por ejemplo, alguna foto del inicio de clases de los chicos, algún papel del zamorano o alguna invitación de cumpleaños.
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