viernes, 28 de marzo de 2014

Piyamadas

Esta noche ni fiesta del cole, ni un quince ni esperar a vale que vuelva con la luz del día y con kp, algo tal vez peor, pijama party de Maite, siete u ocho niñas de diez años instaladas en colchones en medio del living con un reglamento para pasar la noche cuyo artículo principal debe ser claramente no dormir, con caramelos, con maíz pisingallo para hacer pochoclos y con tablets, ipods, ipads y no sé qué otras tecnologías. Estoy vieja y tengo el sí demasiado fácil.
           
En esta casa no hay mucha cultura de piyama party (ahora creo que les dicen piyamadas) Pili hizo dos, uno de halloween y otro para su cumple, pero tenía cuatro hermanos menos y Vale también hizo algunos pero cuando vivíamos en el departamento y con no más de dos o tres amigas y con no más de dos o tres hermanos.

No sé por qué pero en las piyamadas me da la sensación de que siempre alguien vomita o siempre a alguien le sale sangre de la nariz, será porque se pasan la noche comiendo porquerías o por la emoción del pernocte, pero me recuerdo, nos recuerdo, a Luis y a mí limpiando vómitos o limpiando narices.

Pero, si se mira desde otro ángulo en esta casa todas las noches son de piyamas parties, promedio entre doce y catorce personas distribuidas desigualmente en cinco dormitorios, algunas se duermen a la una, otras se despiertan a las tres a tomar la teta, otras se duermen a las cuatro, otras se despiertan a las seis a ver la tele. Sí, la reunión de esta noche no debería ser peor que cualquier noche normal. Hoy calculo que seremos casi veinte personas pernoctando, veinte si pensamos en seres vivos, no vegetales. Sumando a sonsi que invita a una amiga a cenar y ro que como cada día vuelve a la carga con alguna amiga, más Kp  podríamos llegar a los treinta, casi como un hotel, pero sin mucamas, ni cocineros, ni room service.

Unas con bolsas de dormir, otras en los sillones, otras traen colchones inflables, hago votos por poder encerrarme a las diez en mi dormitorio (en el que también duermen dolores y cristóbal) y poder finalmente ver Nebraska en mi mini compu (tele no hay porque se la llevaron los ladrones).

Yo también iba a piyamas parties cuando era chica, pero eran de disfraces.Tenía un disfraz de torero de mi papá, lo llevé a dos o tres, a veces me lo ponía para ir al corso, hasta que lo destrocé.
Otra vez me prestaron uno de odalisca, en ese piyama party había otra chica disfrazada de odalisca a quien no conocía y a quien odié toda la noche.

Mi primer piyama party fue en quinto grado, como Maite, en la casa de Paula, mi compañera de banco. Nos divertimos, nos peleamos, inventamos una obra de teatro, se la representamos a los pobres dueños de casa.  Paula sigue viviendo ahí, Maite es amiga de su hija.

Hay cosas que trascienden lo cotidiano y dar un permiso para un pijama party es a lo mejor atar un lazo con el futuro que ni el filo más brutal va a poder desanudar.


Seguimos esperando con todo el corazón.

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