jueves, 31 de diciembre de 2015

Veintequince






Innumerables cervezas
Las rojas que nos tomamos con Vero.
Las negras con las que acompañamos el chucrut después de terminar la clase de la Numancia en el bosque con Gloria y con Francisco.
Las de todos los colores que nos tomamos con Luis: sobre todo la de la otra noche, en The Oldest después de que me abrazara un rato largo.
La que nos tomamos con Mariano antes de que bautizara a los chicos en honor de la madrina que nunca vino.
Los porroncitos de cada uno de los festejos de cumpleaños del mediodía.
Las del asado en el que despedimos a Patricio.
Las del patio cervecero del Raíz.
La que nos tomamos con Xime el día que empezaron las clases.
Las de la choppera de la comunión de las chicas.
Las de la madrugada en la radio de la Paternal para esquivar el desamparo que acechaba.


Los vinos que tomamos las veces que salimos a comer con Luis en esos restaurantes lindísimos al que lo llevan sus guías gourmets.
Los tragos que pedimos antes de comer en esos restaurantes. El de nuestro aniversario que tenía pomelo y pisco, que tomamos después de venir de un aniversario menos dichoso.
Los vinos que compramos en el chino para el bautismo que no estaban picados y que después tomamos también en mi cumple. Las madrinas y padrinos verdaderos. Todos los amigos que nos acompañaron con y sin pelucas.

El whisky que me regaló el otro Mariano que todavía no me animé a probar aunque Meneca me aconsejó probarlo puro y sin hielo y Mariano mezclarlo con cerveza.
El lemoncello que me convidaron Patricia y Meneca cuando pasé a saludarlas y después de tomarlo armamos ahí un programa para un seminario.
Los champagnes que le regalamos a Fabi.
El campari que estamos preparando para hoy a la noche para compartirlo con Valen y Pili que ya crecieron.

No hubo tragos pero también merecían un brindis:
Mis preciosas hijas y mis preciosos hijos. Cuando me sacan de quicio y cuando los quiero abrazar todo el tiempo.
El camino a Luján con Ceci cuando se nos iba poniendo el sol en los ojos.
El reencuentro con gente querida
El descubrir a Ignacio, su acompañamiento y la inteligencia de sus conversaciones.
Coni.
Las sevillanas que terminé de aprender aunque no las pude perfeccionar.
El diluvio bajo el que tuve que manejar el auto de Vero porque se le había acalambrado la pierna después de atravesar Constitución y empaparnos.

Por un 2016 en el que sigan los amigos, los abrazos y las esperanzas.
Por un 2016 de cervezas, vinos y más tragos.

Aunque ahora esté más en esta onda


martes, 29 de diciembre de 2015

Pili



Me acuerdo hace doce años: un mediodía bastante caluroso atravesando una y otra vez un shopping, no sé cuál, buscando infructuosamente el rinoceronte o el hipopótamo de Rapunzel.
La historia no tendría nada de extraño si no fuera porque venía de que la partera me revisara, me rompiera las membranas y me citara para que a la tarde ya me internara porque Maite estaba por nacer.
Luego de una semana de estar yendo y viniendo la mujer justo ese día me dijo de hoy no pasamos. Le pedí por favor que justo ese dia no, que tenía una nena que ese día cumplía cinco años pero no hubo caso; se ve que no quería tener que salir corriendo el 31 a la noche.
Por eso antes de llegar a casa para preparar el bolso tenía que conseguir el animal ese de Rapunzel como regalo de cumple.
En el recorrido me agarraron dos o tres contracciones tan fuertes que creí que la chica nacía ahí,en medio del shopping. Los juguetes estaban casi agotados porque los habían comprado todos para Nochebuena pero en una juguetería escondida en el último piso al que llegué por escaleras apareció el regalo prometido; ahora me acuerdo bien: no era ni un hipopótamo ni un rinoceronte, era un unicornio.
A la tarde nos fuimos con Luis al sanatorio.
Odié al médico y a la partera: cuarto parto y me pusieron goteo, episiotomía, anestesia, no me dejaron pujar hasta que no prendiera la anestesia. Me dolió todo. Podría haber parido al día siguiente, hubiera sido lo mismo.
Y Maite que nació bastante grande.
Quedé agotada, del unicornio, del parto y de la sensación de que le había hecho algo no muy bueno a Pili al no impedir que su hermana naciera el mismo día que ella.
Luis se ve que también quedó cansado porque se tiró en la cama de al lado de la mía y se quedó tan dormido que cuando entró una monja a decirnos algo de la bebita el padre roncaba despreocupado.
En otra dimensión Pili festejaba su quinto cumpleaños con empanadas y algunas visitas. Y también con el unicornio.

Mucho tiempo después con los gemelos y los mellizos las coincidencias de las fechas se pondrían más fáciles y más bizarras.

Pero todos los 29 de diciembre cumplen años mis dos nenas.
Maite, en el post anterior

Y Pili
la que se queja porque nunca pongo nada para su cumple
la que todavía cada 29 de diciembre nos hace acordar de que cuando cumplió cinco años se le arruinó el festejo porque nació su hermana.
la que el otro día en una conversación sobre flores, cogollos, épocas y paraguayos me dijo parezco yo la madre y vos la hija
a la que un rayo le partió en dos la infancia y así partida en dos siguió adelante
a la que el mismo rayo cuando no cesa la nubla un poco.
la que nos hace reir siempre con alguna salida brillante,
la que cuando se avergüenza de sus padres se rie y nos dice los odio
la que está esperando tener 18 para irse de la casa aunque después ella misma reflexiona a dónde me voy a ir
la que se cree que forma parte de una elite intelectual no se sabe muy bien cómo ni por qué
la que tiene en claro cómo defender sus ideas y las defiende
Hoy cumple diecisiete






viernes, 18 de diciembre de 2015

Maite






Maite termina sexto grado y le queda solo un año para terminar su primaria.
Cualquiera que la ve piensa que es mucho más grande. Está muy alta. Cualquiera que la escucha hablar también piensa que es mucho más grande.
Tiene bastantes amigas y amigos ya en la secundaria, es seria, se ríe muy poco, cuando se ríe su sonrisa parece un latigazo de estrellas.
A veces cuando está aburrida se pone a tocar el violín: los acordes o las notas, no sé muy bien qué son, bajan como una cascada por las escaleras desde el cuarto que comparte con sus cuatro hermanas más chicas.
Antes nos llevábamos mucho mejor, en 2011 me acompañaba a todos los partidos de hockey y a algunos entrenamientos.
En 2007 mi única salida era ir a buscarla al jardín, estaba en sala de 3, de vuelta del cole parábamos siempre en un kiosco a comprar caramelos o chupetines, lo que eligiera.
Era mi nena casi preferida.

Este diciembre estuvo lleno de actos, igual que todos los diciembres de nuestra vida desde hace por lo menos quince años. Pero un poco más tranquilos porque ninguno terminaba ni preescolar ni la primaria ni la secundaria.
Solamente Estani tenía que recibir la bandera del Jardín que le pasaban los de sala amarilla.El miércoles nos despertamos temprano para ir al acto. Estani no quería moverse de la cama. En algun momento pensamos en ponerle el guardapolvo a Octi.
Después de algunas insistencias de sus hermanas arrancó.
Por supuesto en el acto no hubo caso. Nadie logró que Estani agarrara la bandera; por suerte su amiga Oli estaba perfectamente preparada y fue una abanderada de lujo.
Papelón del chico que cerró el tema diciendo “no quiero hablar de eso”.

Cuando Valen y Pili terminaron sexto grado recibieron la bandera de séptimo.
Todo hacía pensar que Maite también la iba a recibir.
Hace diez días más o menos se quedó conmigo un rato a la noche, son raros esos momentos en los que Maite busca el tiempo para hablar de algo. Y me explicó, en lo que ella percibía como una injusticia, que creía que no le iban a dar la bandera y me argumentó con una claridad propia de una persona adulta,por qué ella consideraba que sí se la tenían que dar y que iba a defender lo que pensaba.
Hace cinco días vino Sonsi a decirme que a Maite no le iban a dar la bandera y que había estado toda la tarde llorando. Claro, yo que me había quedado con la idea de la injusticia puse primera, segunda y hasta sexta no paré. El llanto había borrado la claridad de los días anteriores. Hablamos mucho, la alenté para que peleara por lo que consideraba justo pero ya se había desarmado por el camino.
Conversó del tema también con las hermanas, Pili sumó un conflicto más al decirle que no llevara ni en pedo la bandera de la ciudad (la que le tocaba por salir segunda) que tenía un signo nazi, lo que no fue un consejo demasiado afortunado. Sonsi en su nube hizo un chiste no de muy buen gusto y Valen siempre aportando sentido común, le dijo que muchas veces las cosas no salen como uno quiere y hay que acostumbrarse.
Entre las tres solucionaron el problema más allá de mis intervenciones presas del desaforamiento de estos días.
Y hoy Maite con su sonrisa de estrellas llevó la bandera de la ciudad.

Ayer sus tres hermanas medianas recibieron sendos diplomas de mejores alumnas.
Hace unos años estas cuestiones me habían dejado de importar. Solo quería tener mis hijos e hijas conmigo.

Ahora me vuelven a parecer fundamentales. ¿Son fundamentales?



martes, 15 de diciembre de 2015

Hoy



Ayer en el Zamorano un señor me hizo llorar.
Se me acercó casi terminando el almuerzo y me dijo que para él mi apellido significaba mucho.
Que él era el hijo de la tía Inés, afirmación que no entendí del todo porque yo no tengo ni tuve una tía Inés, porque si hubiera sido así el hombre seríá mi primo y porque el hombre no podía tener una tía como madre.
Después él mismo se dio cuenta del error que rectificó diciendo el sobrino de la tía Inés.
Me contó también que mi papá le habia puesto el sobrenombre que le había quedado para siempre. Pero no le pregunté ni cuál era ese sobrenombre ni las razones por las que se lo había adjudicado. Solo le dije que me acordaba de haberlo visto a él y a su tía Inés algunas de las veces que comíamos pulpo en julio para festejar Santiago.
Ahí fue que me puse un poco a llorar aunque no sé si fue el calor que me hacía resbalar el sudor por las mejillas como si fueran lágimas.

Hoy fui al negocio donde alquilamos siempre las sillas, las copas y los cubiertos cuando hacemos fiestas en casa.
A devolver los manteles, las copas y las cucharitas que había alquilado para la fiesta de ayer del Zamorano, en la que el señor me hizo llorar.
Cuando firmé el recibo donde decía que devolvía todo en orden menos tres copas de agua que se habían roto y una de champagne ví que era 14 de diciembre.
Y me acordé recién ahí que hoy era el cumpleaños de mi papá.
Pensé entonces en que tenía que ir al barrio chino a comprar pulpo para comer a la noche, que se nos había acabado hace unos días el aceite de oliva y que tenía que poner una botella de vino rosado en la heladera.
Hace ya unos años que acompañamos el pulpo con vino rosado, a veces más dulce, a veces más áspero.
Luis compró el pulpo pero nos olvidamos del vino y del aceite de oliva. A la noche muy tarde consiguió en un kiosco un aceite de oliva barato de marca Don Benito y al vino lo reemplazamos con una cerveza que trajo Vero el sábado y que había sobrado.
El pulpo que en realidad fueron pulpitos quedó riquísimo.

El día también me regaló otras imágenes, sobre todo de banderas.
La tricolor de la república flameando al viento del atardecer.
Las lágrimas de Maite porque no le dan la bandera argentina en el acto de egresados de séptimo.
Las banderas rojas con cuatro letras amarillas que siempre me gustan tanto.
Terminamos la cena cantando con Sonsi y Ruli canciones de Chiquititas, de Rincón de Luz y de otros programas viejos de tele.
Se acaba el día: pulpo, banderas y recuerdos.
Si mi padre hubiera sido otro yo hoy estaría tranquila y feliz viendo como mis criaturas van cerrando el año, poniendo sus fotos, celebrando sus éxitos y no yendo y viniendo con cosas desde casa al zamorano y vice versa ni tampoco desmenuzando la historia desde el 18 Brumario en adelante.

Por suerte no fue otro.



sábado, 28 de noviembre de 2015

Rusas



Samarkanda. En una habitación de un hotel que no tenía cortinas, en una ciudad que amanecía demasiado temprano con el sol reflejado en sus cúpulas. Unos golpes en la puerta a la madrugada y la voz de una mujer gritando algo en ruso o en uzbeko. Estábamos con mi hermano. Un incendio pensé. Pero todo el resto estaba tranquilo.Supusimos entonces que la mujer tenía que despertar a alguien y se había confundido de habitación. Volvió a golpear cada vez más fuerte. No es acá le dijimos pero claro la mujer no entendía y siguió golpeando. De repente no escuchamos más ningún ruido y aliviados nos dispusimos a volver a dormir entre las ventanas que ya dejaban entrar el reflejo de los techos dorados de las mezquitas. Pero no, la persona encargada de interrumpir nuestro descanso solo había ido a buscar algún elemento más contundente que sus manos para seguir golpeando la puerta. Los sonidos se volvieron como de un escobillón. Frente al peligro de que la puerta se viniera abajo me levanté y la abrí. Del otro lado una viejita, con el pañuelo en la cabeza de las campesinas rusas, con un palo en su mano, me dijo algo, dio media vuelta y se fue, satisfecha de haber cumplido su cometido de despertar a alguien a las cinco de la mañana. No sé qué habrá pasado con los pasajeros que realmente necesitaban que alguien, habrán supuesto que sería el timbre de un teléfono y no una anciana aporreando la puerta con un palo, los levantara a esa hora para tal vez no perder un vuelo. 



El mismo viaje a través de la URSS. Un avión diminuto, a hélice. Casi un avión militar. Para cubrir un trayecto de 40 minutos entre dos ciudades que no recuerdo. Cuando llegamos a la pista y lo ví me largué a llorar, entre todos me convencieron para que subiera. Hicimos la fila entre turistas y mujeres con canastas llenas de tomates y de pollos. En la parte de adelante del avión, una cortina floreada ocultaba la cabina del piloto. En la parte de atrás se veía una especie de depósito de cajones vacíos de botellas, no sé por qué supuse que estaba lleno de telas de araña. Cuando yo era más chica el Zamorano era un salón y al lado un baldío con una hamaca en la que jugábamos mientras los grandes comían. En ese baldío se podía avanzar hasta un punto porque después la cantidad de basura y de yuyos no te dejaba seguir. También había un cobertizo lleno de cosas viejas, eso parecía la parte de atrás del avión soviético. Y en esa especie de basurero estaba sentada la azafata que nos acompañaría a lo largo del trayecto, alta, altísima, rubia, rubísima. Tan grande era que me volvió el miedo al pensar si no sería demasiado pesada para ese avión que se veía tan frágil; se me ocurrió también que cuando se parara a servir algo iba a tener que agacharse porque su cabeza se chocaría con el techo. El avión despegó, la azafata empezó a servir unas latas de jugo de naranja. Tal como había imaginado, la pobre mujer apenas entraba en los pasillos.Una vez que terminó de repartir las latas tuvo que volver a empezar el recorrido pasando un abrelatas. Sovietización extrema. Ahora que pienso los pasajeros se deben haber compadecido porque en un claro ejemplo de comunismo autogestivo comenzaron a pasarse entre ellos el instrumento para abrir las latas. Creo que estaba oxidado. 




La otra tarde. La sala de espera en un sanatorio para hacerme unas ecografías. No me dí cuenta el tiempo que había pasado porque estaba enfrascada leyendo una muy buena novela. Cuando la terminé me dí cuenta de que estaba ahi hacía casi una hora y de que toda la gente que había venido antes que yo ya se había ido. De repente escucho mi nombre por un micrófono, una voz de mujer, con un acento raro, podría ser ruso. Entro al consultorio y me recibe una doctora muy parecida a la azafata del avión a hélices de mi adolescencia. Un consultorio en el que no había lugar para moverse, la pobre mujer parece no entrar alli. Me pasó un camisolín, quedé en bolas en un espacio mínimo con la doctora a la cual le tenía que pedir permiso para moverme. Me acosté en la camilla, posición de parto me dijo sin preocuparse si había parido alguna vez en mi vida. Me embadurnó con gel de arriba para abajo. En dos minutos terminó de hacerme todo. “Ahí se limpia” me despidió señalándome más que un rollo de papel una especie de bobina soviética que era a la cantidad de gel que tenía en el cuerpo como el abrelatas oxidado para el jugo. Me sequé como pude, me despedí y salí a la luz del sol. 




Detrás de tantas rusas y de ese viaje fantasmático a la URSS la voz de mi papá que alguna vez me dijo: Nunca está tan oscuro como cuando amanece. 

Volvió la bici. Volvió la alegría



domingo, 18 de octubre de 2015

Fotos






Hace un tiempo que tengo arriba del escritorio esta foto. Me la trajo mi mamá en un sobre junto con una de mi abuela muy joven, antes de venirse para la Argentina, en la puerta de su casa de Zamora con el mismo traje que me pongo para los aniversarios del Zamorano.
La foto es de la sala de cuatro del jardín de la escuela República de Chile en la Boca. Cuando la mostré en casa me dijeron que estaba igual a Consu. A veces me gusta que me encuentren parecidos con mis hijas.
Veo en la foto que iba sin delantal, no sé por qué; tampoco sé por qué, viviendo en Palermo, iba a un jardín en la Boca. Me acuerdo de algunas cosas: la cuadra de la escuela estaba llena de veredas con escaleras; un día nos fuimos de excursión a una plaza que estaba cerca, a buscar hojas de los árboles porque empezaba el otoño y subíamos y bajábamos haciendo equilibrio entre los escalones.
Para un acto de fin de año tenía que bailar disfrazada de española. Mi mamá me ponía todas las tardes El sombrero de tres picos en un tocadisco chiquito para que ensayara el baile. El día del acto trajeron a mi abuela, supongo que porque ella había nacido en España. No me acuerdo pero me contaron que me quedé toda la canción parada en el medio del escenario sin moverme. Sí me acuerdo que mi abuela después me llevó a una feria que había en alguna calle cerca de su casa y en un carrito me compró unas sandalias lindísimas. A veces pienso en ella: cómo se animó a cruzar el océano con un bebito de días que debe haber llorado todo el viaje.Algunos años después de esta foto mi papá me llevó al Cosmos a ver el Acorazado Potemkin; no me dejaron entrar porque era prohibida para dieciocho. Solo vi los afiches de la película en el hall del cine y me imaginé que era un barco así en el que había venido mi abuela.





Ya está por amanecer. Sabe que cuando el sol salga todo termina. Sabe que cuando el sol salga también va a salir alguien de ahí adentro a buscarla, a explicarle por qué las cosas nunca terminan como uno quiere que terminen. Va a tener que subir al ascensor, tocar el timbre, entrar al abismo. Sabe que a partir de ahí todo se va a volver infinitos kilos de piedras, sabe que será ella la que tenga que llenar los silencios porque los demás no van a tener palabras, sabe que va a tener que esquivar el espumoso coral que dejará el jabalí cada mañana. Cuando el sol salga va a verse los ojos, más cansados que nunca, para decidir cómo y por dónde quiere seguir. En algún lado escucha que alguien dice es la mamá del chico que se está muriendo. Decide que no es para ella, no es la mamá de nadie y nadie se está muriendo. Como cuando lo sacaron para el quirófano, en aquel hospital lleno de gente por los pasillos. Salió una enfermera a decirle a todo ese público que estaba ahí instalado que iban a pasar con un chico que tenían que operar, que por favor se fueran o que no miraran. Nunca se dio cuenta de quién era que pasaba en la camilla, hasta que se le acercó una mujer y mirándola le dijo: “Es su hijo ¿no? Porque tiene los ojos de la mamá”. Y lo que pondría contentísima a cualquier madre le sonó, en ese momento, casi como un insulto. Ahora sabe que cuando el sol salga el Acorazado va a entrar al puerto encañonado por la tropa zarista con la segura bandera de la derrota que flamea en sus mástiles oxidados.




Sábado
Tarde de hamacas en el club.
Lolita no está en la hamaca porque dio una voltereta en el aire y se asustó.
Valen también vino con nosotros pero está en una reposera tomando sol.
Pili se fue al CENBA rock con sus amigos: un Woodstock estudiantil
Maite se fue a los scouts. A Sonsi, a Consu y a Ruli las dejamos a la mañana en el Parque Sarmiento en un día de juegos. Las cuatro van a volver llenas de sol, contentísimas y muy cansadas.
Octi, Estani y Total que aprenden a hamacarse solos, príncipes del viento.
Más tarde van a ir a Mac Donalds a un cumple. La chica que anima no va a entender el nombre de Estani, anota Stalin, “mejor Estani ponele” le dije yo, anota Stanly.
A la noche va a continuar la saga Mac Donalds. Maite invita con su plata a unas amigas, vamos al auto mac. Paga y le da cien pesos de más. Cuando estábamos volviendo nos damos cuenta de que le falta un billete: otra vez al auto mac a buscar el dinero. Ya de vuelta en casa abren las bolsas, ahora lo que falta es una hamburguesa.El auto casi ya va solo; en el automac en la caja nos están esperando con la bolsa de papel marrón, nos la dan inmediatamente.Y eso que no les digo que soy la mamá de Stalin

Falta una foto, la del día de la madre. Luis va a hacer un asado.
Le pedí que comprara tira de asado bien finita, matambre, provoleta y morcillas.
En el chino conseguí un Luigi Bosca.
Festejamos todos mis hijos, la abuela y Kp

A veces el Acorazado se abre paso en los pasillos de espuma y sus marineros entran al puerto con los puños en alto saludando a la bandera de la victoria.

jueves, 8 de octubre de 2015

Camino





14.00 Creo que ya me duelen los pies. Todavía ni salimos; a la mañana me compré tres pares de medias de oferta pero llevo puestas las mías viejas. Valen me prestó su Jansport, ahi guardé los pares nuevos, una botellita de agua mineral sport con un pico especial para tomarla, una bufanda y unos guantes que me prestó Ruli, mi pullover negro y una toalla para secarme los pies. Me pongo una campera liviana y despacho directamente a Luján mi abrigo con corderito adentro: cargar con él en la caminata resultaría muy pesado.

15.00 Mientras esperamos la combi que nos va a llevar a La Reja hay un chico en los canteros sentado al sol. Está en remera, pensamos que viene con nosotros pero no. Tiene un cuaderno, escribe y habla solo, a veces se ríe un poco. Antes de subir al colectivo Ceci se da cuenta de que está escribiendo cartitas a distintas personas, con una letra casi ilegible. Subimos al colectivo, el chico se queda riéndose solo con su birome y su cuaderno.

16.00 Estamos dando vueltas por La Reja. El hombre del colectivo se pierde. Pienso que es una señal para no empezar nunca, tan lejos no estamos porque mientras quedamos empantanados en alguna calle lateral a la ruta veo chicos y chicas jóvenes, muy jóvenes tirados elongando. Solo de verlos me duele todo. En el colectivo unas chicas comían bananas para los calambres, pienso que nos olvidamos de traer. Ya tengo ganas de hacer pis. No sé para qué vine.

17.00 Después de tomarnos un te, de cargar unos turrones, unas bananas y unos caramelos en la mochila emprendemos la marcha. Al lado nuestro vemos cómo le niegan el baño a unas pobres mujeres con los pies ampollados, “es una peregrinación privada” escuchamos que les dicen. Y la “peregrinación privada” va a ser nuestra contraseña para empezar a reirnos.Me impresiona la cantidad de gente caminando por la ruta, me impresiona la velocidad a la que caminan.

18.00 Agarramos velocidad nosotras también, es como subirse en una cinta transportadora que lleva a la multitud. Veo los afiches del costado de la ruta: uno invita a una fiesta ochentosa y añade “no es cumbiancha”. Hace mucho tiempo, con Valen, Pili y Felipe ibamos a una quinta en Alvarez. Ahí una vez comí unas aceitunas podridas y me enfermé de salmonela. Pero ahora no puedo reconocer el lugar; hace más de doce años que no vuelvo. Al costado de la ruta hay una casa derruida llena de okupas, están todos en el jardín; algunos haciendo malabares, otros con narices de clowns, hay un montón de chicos con ropa de colores medio desteñidos y bastante sucios, una nena es igual a Lolita.Pienso que sin llegar a ese extremo mi hogar en muchas ocasiones adquiere esas características y los extraño un poco.

19.00 Atardece. Por un rato paramos de reirnos tanto. Me acuerdo del peluche en la mochila de Felipe; se lo cuento a Ceci. Debajo de mis pies siento hervir el asfalto pero no de cansancio. Meto la mano en los bolsillos y alcanzo a tocar la estampita que me acompaña desde el principio de la peregrinación. Estoy casi segura de que tengo que parar a secarme alguna lágrima. Todavía no aparece la luna.

20.00 Llegamos a Rodríguez. Descansamos un rato antes de seguir marchando, me empecino en decir marchar cuando el verbo es caminar o peregrinar. Comemos un sandwich, una sopa y unas bananas. Por primera vez en mi vida voy a un baño químico, me da la sensación de que hay pis por todos lados. Hablamos con Ceci de la copita, el año que viene la traemos y hacemos pis paradas. En el puesto de Rodriguez nos quieren enchufar a un hombre que está un poco cansado para que siga caminando con nosotras. Le decimos que sí, el hombre nos mira, duda, le avisan que hasta Luján no hay modo de que lo vayan a buscar por la mitad. Decide quedarse, por suerte pensamos, si no de qué hubiéramos hablado.


21.00 La ruta se hace oscura, el camino está roto. Escuchamos cómo alguien por su teléfono le avisa a otra persona que cuando llegue a ese lugar tenga cuidado, que está lleno de pozos y sin luz. Y tiene razón, los cuerpos ya están en un equilibrio precario, cualquier tropiezo, cualquier piedra suelta es un abismo del que no se vuelve. Las casas del borde del camino alquilan los baños “con inodoro solo para mujeres” dicen los carteles. Sabemos que, como sea, tenemos que evitar los baños de la terminal de Luján

22.00 Aparece la luna, la gente que viene desde más atrás que nosotras ya camina como zombies. Nos reimos, muchos se compran bastones pero nosotras razonamos que un bastón fuerza una posición antinatural que puede traer más dolores que ventajas. Seguimos caminando, a lo lejos se ve el primer puente. Hay montado un escenario en donde sube gente a bautizarse, pienso si elegirán padrinos y madrinas en la multitud, les pedirán después el celular y se seguirán viendo en el futuro.

23.00 Llegamos a otro puente. Le saco una foto y se la mando a Luis, “llegando” le pongo. Me acuerdo de la noche anterior que nos fuimos solos a Raíz a comer sandwich de jabalí, sopa de cebolla y un cebiche increible. Pienso que antes nos gustaba más la comida mexicana,ahora comemos más langostinos y pulpo. No sé por qué se me ocurren esas cosas, a lo lejos se ven las luces de Luján. Empiezo yo también a caminar como un zombie.

24.00 Cargo en cada pierna algo así como diez kilos de piedras. Al costado del camino hay una zanja bastante profunda, al lado de la zanja está lleno de autos con carteles que ofrecen remises a la basílica; nadie abandona aunque todos caminan como zombies. Un ejército de zombies ataca Luján pienso. Atrás de nosotras viene un hombre con una música insoportable, a un volumen altísimo, lo dejamos que nos pase para no escucharlo más; al rato otro parecido, también lo dejamos pasar; a la media hora otra vez, el hombre que habíamos dejado pasar primero está, sin que nosotras hubiéramos parado, atrás nuevamente atronando con la cumbiancha, otra vez lo dejamos pasar y al rato una vez más el segundo hombre atrás nuestro. No hay ningún tipo de explicación racional, suponemos que son las tentaciones del demonio.

1.00 Llegamos. Nunca pensé que Luján fuera tan grande, más grande que Buenos Aires; desde que entramos a la ciudad hasta que vemos las cúpulas de la basilica creo que caminamos más que desde el obelisco hasta el Parque Sarmiento. En el puesto trato de recuperar mi abrigo con el corderito adentro, que no hubiera podido cargar durante la caminata. Imposible; unos chicos que llegaron antes, que hicieron la peregrinación completa están dormidísimos y usándolo como almohada. Cerca hay una mujer que me reconoce porque alguna de mis hijas es amiga de la de ella y alguna vez durmió en su casa, “te conozco de cuándo la viniste a buscar” escucho que me dice. Se da cuenta de que estoy helada y me recupera el abrigo. Comemos hamburguesas, pero la mayoría duerme mientras esperamos que se complete el grupo. Una señora grande viene del baño de la terminal : “No vayan, un horror” nos avisa “y la mujer que cuida muy prepotente”. Nosotras ya lo sabíamos, por eso aguantamos el pis.

2.00 Como podemos nos levantamos del piso. Después de un esfuerzo sobrehumano mediante el que consigo pararme siento que una mujer se agarra de mí para levantarse y me vuelve a tirar. Creo que duermo acá pienso pero una vez más me paro. Ceci consigue lugares en un micro que ya sale. Pasa por al lado una modelo, divina, que venía caminando desde Liniers, nos saluda y sube a nuestro colectivo. Tardamos un rato en arrancar, me toca al lado de una adolescente, le cuento sobre mis cuatro hijas scouts, las conoce. El conductor de este micro parece tener todo el tiempo del mundo; en vez de seguir por la general Paz considera que Beiró, que no tiene ni un semáforo sincronizado con el siguiente, puede ser un buen camino. Nos quedamos dormidas. Este hombre también se pierde, me despierto y veo cómo dobla en vez de seguir derecho. Le grito por dónde tiene que ir pero no me escucha, después de una serie de vueltas llegamos. Nunca usé las medias nuevas ni abrí la botella de agua. Valen me va a retar por el olor a humo que traigo en su mochila.


3.00 Subimos a mi auto. El asiento en algún momento había quedado trabado definiendo entre su borde y el pedal del embrague una distancia mayor que la de la parte inferior de mi pierna.
Pienso que no voy a poder hacer el esfuerzo de estirarme para hacer los cambios, pero puedo. Arranco y vemos a la pobre modelo cruzando la calle, sola, con un bastón, cojeando a las cuatro de la mañana ya zombie como nosotras. Nos reimos una vez más.
Antes de dejar a Ceci en su casa pasamos por una farmacia: bajar del auto, llegar a la reja de la farmacia, tocar el timbre, todo es un sacrificio mayor que el de las siete horas que caminamos. Viene el farmacéutico, le pido ibuprofeno; “¿qué graduación?” me dice, “no sé” le contesto, “¿cuál es el cuadro?” me dice el hombre. “El cuadro es que fui caminando a Luján” le digo yo, “ah entonces 600 y andate a dormir” termina el diálogo.


4.00 En casa todos duermen, no sé ni como subo las escaleras. Paso por el baño y me lavo los dientes. Voy a la cama; antes de hacerme un ovillo entre los brazos de Luis le cuento casi todo lo que me acuerdo. No me puedo mover de ahí y lo aplasto; no se si me escucha pero le hablo un rato hasta quedarme profundamente dormida. Y me duermo, con el sol que ví irse a punto de volver a salir, con el asfalto quemando, con las cartitas del chico de la remera blanca, con el cansancio de siete horas de marcha, con la alegría de haber caminado con Cecilia y con la fuerza de siempre para seguir en el camino.

                                                              

lunes, 28 de septiembre de 2015

Ejercicios



Entro a la página del CONICET. Siempre publican noticias científicas para que uno se informe de las novedades mientras espera que la página lo direccione a la pantalla que uno necesita.
Una de las noticias científicas lleva un título más poético que de ciencia: El color que brillará en el cielo. Explica por qué, cuándo y cómo la luna se va a poner roja.
Y la noticia sigue: Redonda, roja, eclipsada, la luna será escrutada por millones de miradas esta noche
El título y la forma de empezar la noticia parece una poesía. Un lindo ejercicio para mi clase del jueves podría ser escribir algo con eso. Me adelanto y lo escribo

I
El color que brillará en el cielo
rojo, de sangre, redondo, eclipsado. No es la luna
Yo ví una vez una luna roja, en Yalta, se hundía en el Mar Negro.
Todos creen que van a ver una luna sangrante, un eclipse purpureando el cielo,
no la nieve.
Pero la luna roja ya se hundió.
Esa noche, en Yalta, había barro color ladrillo oscuro.
Y la playa era de piedras blancas, lavadas. La vi por una ventana de vidrios llenos de sal.
Todos teníamos el mismo gusto en la boca: a luna hundiéndose en su propio reflejo abandonado.
Hoy escuché cómo una mujer decía, mañana a las 9 de la noche lo van a pasar por la tele.
Sé que aunque lo pasen por la televisión no es la luna.
A la luna roja yo la ví hace mucho tiempo hundirse en las piedras del Mar Negro.


II
El color que brillará en el cielo esta noche
es el de la victoria.
Es el humo rojo de las bengalas que tiraban desde la popular cuando adentro de la cancha el arquero atajó el penal.
Cuando el cielo del Bajo Flores se pintó de rojo, como esa tarde que nos salvamos del descenso, cuando creíamos que el tiempo se quedaba ahí sin pasar en esos tablones de madera.
El arquero atajó el penal y empezo a brillar el cielo atrás de las banderas.
El delantero amagó para un lado, para otro; el arquero nunca se comió el amague, se tiró al palo izquierdo, acarició la pelota con la yema de los dedos y la sacó afuera, limpia, sin rebote.
El cielo se oscureció de pronto, temblaron los edificios, llovieron piedras las nubes, corrieron sangre los ríos y la luna solo quedó iluminada por la luz de las bengalas.
La tribuna explotó de alegría; y como el mejor vaticinio el humo rojo tiñó el aire avisando que ahí, en el Bajo Flores se estaba sellando el triunfo.
Ese es el color que brillará en el cielo esta noche.


III
El color que brillará en el cielo esta noche 
es el de salir en el auto a buscar a Pili a lo de Anita.
Con Sonsi, con Loli, con Tótal, con Octi, con Estani.
Escuchar 
que Loli tiene miedo de la luna, 
que Tótal dice que a la luna hay que hacerle una casa y darle de comer pollo track, 
que Estani se me tira encima para ver mejor, 
que Octi está más contento viendo un camión de basura que anda por la calle que la luna roja en el cielo 
o que Pili, cuando sube al auto, dice que el eclipse no está tan bueno, que la luna nada más parece que está tapada por una nube.

Y pensar 
que el color que brillará en el cielo esta noche 
es también un poco el color del vacío



miércoles, 23 de septiembre de 2015

Mar del Plata



Hoy tendríamos que estar con Luis en Mar del Plata.
En la fábrica de Antares degustando cerveza tras cerveza. O metidos en la habitación de un hotel viendo la lluvia o probando esos forros flúo de la propaganda del día de la primavera para los adolescentes. O caminando por el borde del mar. Y mañana deberíamos recorrer el Museo de Arte Moderno porque me parece que los miércoles está cerrado; por eso el año pasado fuimos con Xime y Patricia un martes, como lo prueban las trecientas cincuenta fotos con el lobo marino de papeles metalizados de alfajores que nos sacamos con la tablet de Patricia que por cada vez que apretás el botón saca cuarenta y cinco fotos.
Y a la noche hubiéramos ido a cenar al restaurant del borde del mar al que voy siempre después de los congresos, en el que hace mucho tiempo Camila le preguntó a Meneca si leía lucha armada y en el que el año pasado Meneca nos contó cómo la hicieron cristinista sin serlo.

Hace como cinco meses que estábamos con Luis buscando dos o tres días en nuestros afiebrados calendarios llenos de actos escolares, reuniones de trabajo, partidos para perder por goleadas o conciertos de nuestras niñas para este posible viaje. Y este miércoles y este jueves parecían ser los más adecuados.
Pero la lluvia y otras cuestiones más íntimas desarmaron nuestros planes, que eran obvio que iban a desarmarse de todas formas. La casa iba a quedar a cargo de Valen para quien en estos últimos tiempos, el calificativo de stalinista resulta suave. Valen les iba a cocinar, iba a subir a los ocho al colectivo para llevarlos y traerlos de la escuela, los iba a transformar de criaturas malcriadas en niñas y niños autosuficientes. Como el pobre oso que cuida a esta Lolita rusa que pongo al final.
Pero nada de eso ocurrió. Mar del Plata, la cervecería, el museo, la noche frente al mar, la primera salida a más de doscientos kilómetros de los dos solos desde que nos casamos; es decir la primera salida solos en casi veintiun años quedó reemplazada por una serie de actividades de miércoles de lluvia como ser:
Ruli que desde las nueve de la mañana se empezó a preparar para irse a cortar el pelo a un Prana que abrieron a la vuelta de casa hasta que Pili, que ayer acompañó a un muchachito (no a X, a otro) a otro Prana para que el muchachito se tiñera el pelo de azul, le avisó que las Prana abrían a las doce, con lo cual Ruli cambió el llanto de querer ir a cortarse el pelo por el lamento de “a la tarde no me vas a llevar, siempre me prometés y nunca me llevás”
Sonsi que arruinó las invitaciones de su comunión que hoy tenía que repartir entre sus amigos y amigas con lo cual también se pasó toda la mañana llorando. Y que volvió a la tarde de la escuela acompañada por dos o tres amigas para que la consolaran.
Octi que se despertó con dolor de panza, vomitó mocos en el medio del playroom y asustó a Valen que antes de irse a dar un parcial dictaminó que el chico seguro que tenía apendicitis. Lo que después desmintió su pediatra.
La heladera que se volvió a romper, las cosas que había adentro que las tuvimos que trasladar a la heladera del lavadero, el patio de paso al lavadero que está lleno de agua y la puerta del lavadero que queda abierta y se golpea a cada rato con el viento poniéndole sonido a unas poesías latinas del siglo IV que tengo que leer.
Consu que protesta porque su carpeta de plástica quedó en mi auto que está en el chapista poniéndose a punto para su venta y la futura compra del March.
Durante todo el día el “obvio que no se iban a ir” fue TT, parece que sobre todo por mi culpa porque no me animo a dejar a mis niñas y niños solas y solos, o al cuidado de Valen. Lo mejor fue la propuesta de Luis, “que si vos quisieras y nos fuéramos más tiempo podríamos ir a Mendoza”. No sé si fue en serio o en chiste, si no encontramos dos días para Mar del Plata ni me imagino Mendoza, solo le faltó decirme “cuando tengas el March, para probarlo”

Igual, casi mejor que no nos fuimos.
La última vez que salimos de viaje solos nació Valen a los nueve meses y si bien teníamos veinte años menos quiero creer que todavía todo es posible aunque no lo verifiquemos.
Pero podria ser así: dos días a Mar del Plata, mellizos de vuelta y Mendoza una semana los temidos trillizos.

Y ahí no hay Valen, oso ruso o lavarropas que lo soporte.



jueves, 17 de septiembre de 2015

Dos historias




Tenemos que arreglar el jardín.
Hacer donde está la tierra seca o el barro, depende del tiempo, un camino de baldosas para que jueguen ahí a la pelota, anden con las bicis o armen el auto de género de todos colores.
Hoy estuvimos con Luis y con Erica viendo lo que tenemos que cambiar y la cantidad de árboles que tenemos que podar, así queda bien el jardín para la comunión de las chicas que ya llega.
En ese recorrido me dí cuenta de que el mandarino se llenó de azahares, vamos a tener un otoño con mandarinas.
También me dí cuenta de que falta poco para la primavera. Y para que se acabe el año escolar; hecho que también reforzó la llegada vía mail del boletín de Pili, con todos los altibajos que el segundo trimestre supone en los y las adolescentes.
Pero ahora Pili está en Tilcara, contenta, viendo amanecer y atardecer en el cerro de Siete Colores, comiendo llama y locro; así que todavía no se enteró de sus notas.
Septiembre, los azahares, Tilcara, los boletines, el locro, me hicieron volver atrás en el tiempo.

Y en el espacio, al Norte. Un miércoles como hoy pero hace exactamente seis años, tomando cerveza en la plaza de Salta adonde habíamos llegado con Xime luego de dos días de auto cruzando el país para ir a un congreso.
El domingo se había muerto mi papá, el lunes terminé de despedirlo y el martes me subí al auto, la pasé a buscar a Xime y salimos para Salta. No tenía mucha experiencia de manejar en ruta y solo manejaba yo. Una locura a la que Xime asintió entusiastamente.
Atravesamos lugares ignotos de nombres que nunca habíamos escuchado antes. San Martín de las Escobas, Garza, Ferreira.
Paramos a dormir como a las once de la noche en una estación de servicio con los camioneros que un rato antes nos tocaban bocinazos en medio de una ruta oscurísima para que los dejáramos pasar. El segundo día de viaje compramos un mapa. El miércoles después del mediodía llegamos a Salta. La excusa del congreso me sirvió para tardes y noches de cervezas con amigas para pasar una de las semanas más tristes.

Otro miércoles como hoy, hace mucho más tiempo, veintinueve años.
Tenía hockey en el campo, el día estaba soleado pero de a poco se fue llenando de nubes y de viento.
A la tardecita había una marcha de antorchas, arreglamos para ir con Vero y con Paula, era un época que marchábamos mucho, para marchar y para ver chicos.
Yo estaba enamorada del pajarito de la Fede, que venía a mi club, que supuestamente jugaba en Boca, o que supuestamente era de la Fede porque nunca lo veíamos en ninguna marcha. Solo una vez en la Ferifiesta, en el Parque Sarmiento. De todas formas yo nunca perdía las esperanzas de encontrarlo. Después de esto me acordé el nombre: Diego.
Después de entrenar volví a casa a bañarme. Cuando llegué, ya estaba helada, me dolía un poco la garganta y, no me acuerdo si me habían dado algún pelotazo, casi seguro que sí.
Me bañé y ya decidí no salir más hasta el día siguiente. Les avisé a las chicas que me quedaba en casa. Comí temprano y me fui a dormir.
A las diez sonó el teléfono, alguien atendió; no sé si mi papá o mi hermano. Subió rápido y vino a mi cuarto: “Era Paula”- lo escuché medio dormida- “ me dijo que te avise que en la marcha de la Noche de los Lápices estaba Diego”.

Todavía hoy con Xime nos acordamos del viaje a Salta como una gran aventura.
Todavía hoy con Vero nos acordamos de ese aniversario de la noche de los lápices de cuando estábamos en cuarto año.

Tenemos que arreglar el jardín, antes de que el perfume de los azahares nos avise que ya empezó la primavera.




miércoles, 9 de septiembre de 2015

Quinto Elemento





Los cuatro poderosos elementos
contra la flaca nave conjurados


Aire.
El que ya empieza a venir lleno de polen y de porquerías primaverales. Que todavía no hizo estragos en Luis pero sí en Sonsi. Así el atardecer de septiembre se coló entre las verticales, las medialunas y las escondidas del domingo en el borde de la pileta donde estábamos festejando el cumple de Enru. Y el aire del crepúsculo devino en un precioso broncoespasmo que la dejó a Sonsi con sus características ojeras y su batería de puffs y gotitas anunciando la cercanía de la estación de las alergias.

Fuego.
El que en el medio de Cabildo empezó a salir del capot del auto de Luis, a la mejor hora de la tarde, cuando salen todos los colectivos y todas las criaturas de los colegios y todos los taxis y, por supuesto, todos los autos. La mejor hora de la tarde que en Belgrano siempre implica una calle cortada con su correspondiente desvío colapsado. Que nos dejó frente al posible incendio y frente a la seductora posibilidad de quedar con el auto lleno de niños y niñas prendiéndose fuego y complicando aun más, si eso fuera posible, el tránsito.

Agua
La que, una vez estacionado el auto de Luis en un costado gracias a que los colectiveros lo dejaron pasar al ver como el humo salía cada vez más alto del auto, compró en un supermercado Día. Dos botellas de litro y medio de agua mineral que del mismo modo que entraron al recipiente en el cual deben ir para que el auto no se caliente, salieron para formar un arroyo que corrió hacia el cordón de la vereda. La causa: una manguera que convenientemente se había roto en medio de un Belgrano atestado de autos, de un auto atestado de niños cuando faltaban tan solo diez minutos para tener que hacer nuevamente el mismo camino para buscar al resto de las criaturas que todavía no habían salido de la escuela.

Tierra
La del jardín de casa a la que logramos finalmente llegar luego de que Luis consiguiera una cinta adhesiva para envolver la manguera rota, comprara otra botella de agua y se la cargara al auto. Así, en esas condiciones precarias me dejó en casa con los cuatro más pequeños, se llevó el auto al mecánico y después se tomó el colectivo para volver a cruzar Belgrano en busca de las cuatro niñas del medio. Y los cuatro más pequeños, encandilados aun por la aventura de que casi se prende fuego el auto de papi, decidieron recrear su propio incendio pero con tierra en su auto de juguete. Toda la tierra del jardín, en donde el pasto ya no crece más, entró así al autito de juguete como si fuera el humo del fuego. Entró también a la casa, pero ya en forma de barro, cuando decidieron lavarse las manos y la ropa en la cocina, el baño y el lavadero.

Aceite
Hace dos días una amenazante mancha de aceite en el garage. “Es tu auto” me dijo Luis, “No, es el tuyo” le contesté. Ayer caí rendida a la evidencia cuando detrás del auto en la vereda y en la calle iba quedando un clarísimo surco de aceite. Entre las poquísimas nociones que tengo de mecánica sé que si usás un auto que pierde aceite se puede fundir el motor. Y sé también que con mi auto fundido desaparece cualquier tipo de posibilidad y color de mi futuro Nissan Note o Nissan March. Hoy a la mañana el auto al taller.
Aceite: el quinto elemento o las delicias de tener los dos autos en el mecánico.



Entre tanto elemento Agua y Rosas



miércoles, 2 de septiembre de 2015

Entrada 100




Hace diez días que no subo ningún post para la bici.
Una semana medio arrebatada, llena de reuniones, de partidos, de clases.
De dar vueltas alrededor de Góngora y de Quevedo para seguir eligiendo al primero con motivos justificados: “en campos de zafiro pace estrellas” vs. “rumia luz en campos celestiales”.
Golazo de Góngora, golazo como el que me hicieron el domingo en el que la pelota, antes de entrar al arco a reventar la tabla, me dejó el brazo negro, verde, violeta. Golazo como el que, con todo el tiempo del mundo, levantaron la bocha y me la clavaron arriba en el ángulo izquierdo.Golazos todos que me recordaron, una vez más, que hace veinte años era buena arquera, y ahora no tanto.
Quince goles en tres partidos, a lo mejor hay algún premio especial a la valla más vencida.

Pienso algunas historias que hubiera podido contar en estos diez días:

El mercado. Un viernes a la mañana volvimos a un mercado atestado de camionetitas y de changarines. Amontonamiento que confirmó nuestra teoría de que después de las cinco de la mañana es imposible hacer rápido y de que adentro del mercado cualquier regla de circulación, tránsito o estacionamiento es absolutamente ociosa. Como le dijo un changarín a una mujer que estaba momificada en medio de un pasillo con un carro sin dejar pasar a nadie: “Doña, no entiendo qué hace ahí parada tanto tiempo. El mercado es para venir comprar y irse” Impecable. De todas formas tardamos menos de una hora; nos volvimos con cien kilos de fruta entre pomelos, mandarinas, manzanas rojas y verdes, frutillas y bananas y con algo más de material para la novela que en algún momento voy a escribir: la de los changarines futbolistas, asesinos y tal vez arqueros. Lo bueno que en invierno no hay tanto olor.

La mordida de Loli. Una tarde volvió Loli del jardín con la marca de un mordisco en la mejilla. La había ido a buscar Luis, le dieron las explicaciones y disculpas del caso y el hecho quedó ahí. A la mañana siguiente el colorado del mordisco había pasado a rojo oscuro y las hermanas mayores que me empezaron a dar manija, que no puede ser, que cómo la chica va a venir así mordida, que cuánto tiempo tuvieron que estar clavándole los dientes para que le quede de ese color. Papi porque es muy tranquilo pero si la hubieras ido a buscar vos seguro que le decías algo.
Apelaron a mi percepción de madre abandónica de mi séptima hija o a mi sensación constante de que a la pobre niña nadie le da bola.
Dos días después la llevé al jardín. Cuando la recibieron en la puerta, ensayé un “todo bien con que la hayan mordido, yo sé que a esta edad los niños se relacionan mordiendo, pero en veinte años es la primera vez que me pasa que me vuelve una criatura con semejante mordisco”; la pobre maestra se puso pálida, se volvió a deshacer en las explicaciones del caso. Sí, sí está bien le dije yo, pero es la primera vez que me pasa. Ni bien subí al auto ya estaba arrepentida, si yo sé que no es ni tan grave ni tan raro.
Al final,madre de séptima hija, por defecto, es peor que madre primeriza.

También podría haber contado: los peinados que Erika le hace a las chicas cada mañana, trenzas cocidas, mezcladas con vinchas, con colitas, las trencitas normales que le cuelgan a Maite a los costados.
O la primera visita a Tecnópolis de la temporada 2015 con Toto hablando con San Martín, Loli llorando porque la asustaban los dinosaurios y Octi y Estani explicándole que eran de mentira porque a los de verdad los había matado un meteorito
O la manera en que voy a extrañar las películas en el pen drive, la palabra homenaje como adjetivo y tantas otras cosas que compartimos con Patricio durante todo este tiempo.

Y a lo mejor (ya desterré el capaz que Ignacio me corrige cada vez que lo lee) también me demoré en escribir porque es la entrada 100.
Y me hubiera gustado escribir algo deslumbrante, bien escrito. Casi un “en campo de zafiro pace estrellas” pero de blog.
En realidad me hubiera gustado organizar un pulpo, ahora que Vero trajo los pimentones. No sé si Góngora tiene alguna perífrasis para pulpo, eso lo deben saber Patricia y Meneca. Pero Meneca no lee la bici.
Un pulpo para agradecer a todas y todos mis lectores y lectoras que hicieron el aguante en estas cien entradas. Para pedirles que me sigan siguiendo y acompañando. Para festejar que llegamos. Para después de unas cuantas cervezas cantar con mi queridísima Clarita Puro Teatro.