14.00 Creo que ya me duelen los pies. Todavía ni salimos; a
la mañana me compré tres pares de medias de oferta pero llevo
puestas las mías viejas. Valen me prestó su Jansport, ahi guardé
los pares nuevos, una botellita de agua mineral sport con un pico
especial para tomarla, una bufanda y unos guantes que me prestó
Ruli, mi pullover negro y una toalla para secarme los pies. Me pongo
una campera liviana y despacho directamente a Luján mi abrigo con
corderito adentro: cargar con él en la caminata resultaría muy
pesado.
15.00 Mientras esperamos la combi que nos va a llevar a La
Reja hay un chico en los canteros sentado al sol. Está en remera,
pensamos que viene con nosotros pero no. Tiene un cuaderno, escribe y
habla solo, a veces se ríe un poco. Antes de subir al colectivo Ceci
se da cuenta de que está escribiendo cartitas a distintas personas,
con una letra casi ilegible. Subimos al colectivo, el chico se queda
riéndose solo con su birome y su cuaderno.
16.00 Estamos dando vueltas por La Reja. El hombre del
colectivo se pierde. Pienso que es una señal para no empezar nunca,
tan lejos no estamos porque mientras quedamos empantanados en alguna
calle lateral a la ruta veo chicos y chicas jóvenes, muy jóvenes
tirados elongando. Solo de verlos me duele todo. En el colectivo unas
chicas comían bananas para los calambres, pienso que nos olvidamos
de traer. Ya tengo ganas de hacer pis. No sé para qué vine.
17.00 Después de tomarnos un te, de cargar unos turrones,
unas bananas y unos caramelos en la mochila emprendemos la marcha. Al
lado nuestro vemos cómo le niegan el baño a unas pobres mujeres con
los pies ampollados, “es una peregrinación privada” escuchamos
que les dicen. Y la “peregrinación privada” va a ser nuestra
contraseña para empezar a reirnos.Me impresiona la cantidad de gente
caminando por la ruta, me impresiona la velocidad a la que caminan.
18.00 Agarramos velocidad nosotras también, es como subirse
en una cinta transportadora que lleva a la multitud. Veo los afiches
del costado de la ruta: uno invita a una fiesta ochentosa y añade
“no es cumbiancha”. Hace mucho tiempo, con Valen, Pili y Felipe
ibamos a una quinta en Alvarez. Ahí una vez comí unas aceitunas
podridas y me enfermé de salmonela. Pero ahora no puedo reconocer el
lugar; hace más de doce años que no vuelvo. Al costado de la ruta
hay una casa derruida llena de okupas, están todos en el jardín;
algunos haciendo malabares, otros con narices de clowns, hay un
montón de chicos con ropa de colores medio desteñidos y bastante
sucios, una nena es igual a Lolita.Pienso que sin llegar a ese
extremo mi hogar en muchas ocasiones adquiere esas características y
los extraño un poco.
19.00 Atardece. Por un rato paramos de reirnos tanto. Me
acuerdo del peluche en la mochila de Felipe; se lo cuento a Ceci.
Debajo de mis pies siento hervir el asfalto pero no de cansancio.
Meto la mano en los bolsillos y alcanzo a tocar la estampita que me
acompaña desde el principio de la peregrinación. Estoy casi segura
de que tengo que parar a secarme alguna lágrima. Todavía no aparece
la luna.
20.00 Llegamos a Rodríguez. Descansamos un rato antes de
seguir marchando, me empecino en decir marchar cuando el verbo es
caminar o peregrinar. Comemos un sandwich, una sopa y unas bananas. Por primera
vez en mi vida voy a un baño químico, me da la sensación de que
hay pis por todos lados. Hablamos con Ceci de la copita, el año que
viene la traemos y hacemos pis paradas. En el puesto de Rodriguez nos
quieren enchufar a un hombre que está un poco cansado para que siga
caminando con nosotras. Le decimos que sí, el hombre nos mira, duda,
le avisan que hasta Luján no hay modo de que lo vayan a buscar por
la mitad. Decide quedarse, por suerte pensamos, si no de qué
hubiéramos hablado.
21.00 La ruta se hace oscura, el camino está roto.
Escuchamos cómo alguien por su teléfono le avisa a otra persona que
cuando llegue a ese lugar tenga cuidado, que está lleno de pozos y
sin luz. Y tiene razón, los cuerpos ya están en un equilibrio
precario, cualquier tropiezo, cualquier piedra suelta es un abismo
del que no se vuelve. Las casas del borde del camino alquilan los
baños “con inodoro solo para mujeres” dicen los carteles.
Sabemos que, como sea, tenemos que evitar los baños de la terminal
de
Luján
22.00 Aparece la luna, la gente que viene desde más atrás
que nosotras ya camina como zombies. Nos reimos, muchos se compran
bastones pero nosotras razonamos que un bastón fuerza una posición
antinatural que puede traer más dolores que ventajas. Seguimos
caminando, a lo lejos se ve el primer puente. Hay montado un
escenario en donde sube gente a bautizarse, pienso si elegirán
padrinos y madrinas en la multitud, les pedirán después el celular
y se seguirán viendo en el futuro.
23.00 Llegamos a otro puente. Le saco una foto y se la mando a
Luis, “llegando” le pongo. Me acuerdo de la noche anterior que
nos fuimos solos a Raíz a comer sandwich de jabalí, sopa de cebolla
y un cebiche increible. Pienso que antes nos gustaba más la comida
mexicana,ahora comemos más langostinos y pulpo. No sé por qué se
me ocurren esas cosas, a lo lejos se ven las luces de Luján. Empiezo
yo también a caminar como un zombie.
24.00 Cargo en cada pierna algo así como diez kilos de
piedras. Al costado del camino hay una zanja bastante profunda, al
lado de la zanja está lleno de autos con carteles que ofrecen
remises a la basílica; nadie abandona aunque todos caminan como
zombies. Un ejército de zombies ataca Luján pienso. Atrás de
nosotras viene un hombre con una música insoportable, a un volumen
altísimo, lo dejamos que nos pase para no escucharlo más; al rato
otro parecido, también lo dejamos pasar; a la media hora otra vez,
el hombre que habíamos dejado pasar primero está, sin que nosotras
hubiéramos parado, atrás nuevamente atronando con la cumbiancha,
otra vez lo dejamos pasar y al rato una vez más el segundo hombre
atrás nuestro. No hay ningún tipo de explicación racional,
suponemos que son las tentaciones del demonio.
1.00 Llegamos. Nunca pensé que Luján fuera tan grande,
más grande que Buenos Aires; desde que entramos a la ciudad hasta
que vemos las cúpulas de la basilica creo que caminamos más que
desde el obelisco hasta el Parque Sarmiento. En el puesto trato de
recuperar mi abrigo con el corderito adentro, que no hubiera podido
cargar durante la caminata. Imposible; unos chicos que llegaron
antes, que hicieron la peregrinación completa están dormidísimos y
usándolo como almohada. Cerca hay una mujer que me reconoce porque
alguna de mis hijas es amiga de la de ella y alguna vez durmió en su
casa, “te conozco de cuándo la viniste a buscar” escucho que me
dice. Se da cuenta de que estoy helada y me recupera el abrigo.
Comemos hamburguesas, pero la mayoría duerme mientras esperamos que
se complete el grupo. Una señora grande viene del baño de la
terminal : “No vayan, un horror” nos avisa “y la mujer que
cuida muy prepotente”. Nosotras ya lo sabíamos, por eso aguantamos
el pis.
2.00 Como podemos nos levantamos del piso. Después de un
esfuerzo sobrehumano mediante el que consigo pararme siento que una
mujer se agarra de mí para levantarse y me vuelve a tirar. Creo que
duermo acá pienso pero una vez más me paro. Ceci consigue lugares
en un micro que ya sale. Pasa por al lado una modelo, divina, que
venía caminando desde Liniers, nos saluda y sube a nuestro
colectivo. Tardamos un rato en arrancar, me toca al lado de una
adolescente, le cuento sobre mis cuatro hijas scouts, las conoce. El
conductor de este micro parece tener todo el tiempo del mundo; en vez
de seguir por la general Paz considera que Beiró, que no tiene ni un
semáforo sincronizado con el siguiente, puede ser un buen camino.
Nos quedamos dormidas. Este hombre también se pierde, me despierto
y veo cómo dobla en vez de seguir derecho. Le grito por dónde tiene
que ir pero no me escucha, después de una serie de vueltas llegamos. Nunca usé las medias nuevas ni abrí la botella de agua. Valen me va a retar por el olor a humo que traigo en su mochila.
3.00 Subimos
a mi auto. El asiento en algún momento había quedado trabado
definiendo entre su borde y el pedal del embrague una distancia
mayor que la de la parte inferior de mi pierna.
Pienso que no voy a poder
hacer el esfuerzo de estirarme para hacer los cambios, pero puedo.
Arranco y vemos a la pobre modelo cruzando la calle, sola, con un
bastón, cojeando a las cuatro de la mañana ya zombie como nosotras. Nos reimos una vez más.
Antes de dejar a Ceci en
su casa pasamos por una farmacia: bajar del auto, llegar a la reja de
la farmacia, tocar el timbre, todo es un sacrificio mayor que el de
las siete horas que caminamos. Viene el farmacéutico, le pido
ibuprofeno; “¿qué graduación?” me dice, “no sé” le
contesto, “¿cuál es el cuadro?” me dice el hombre. “El cuadro
es que fui caminando a Luján” le digo yo, “ah entonces 600 y
andate a dormir” termina el diálogo.
4.00 En casa
todos duermen, no sé ni como subo las escaleras. Paso por el baño y
me lavo los dientes. Voy a la cama; antes de hacerme un ovillo entre
los brazos de Luis le cuento casi todo lo que me acuerdo. No me puedo
mover de ahí y lo aplasto; no se si me escucha pero le hablo un rato
hasta quedarme profundamente dormida. Y me duermo, con el sol que ví
irse a punto de volver a salir, con el asfalto quemando, con las
cartitas del chico de la remera blanca, con el cansancio de siete
horas de marcha, con la alegría de haber caminado con Cecilia y con
la fuerza de siempre para seguir en el camino.