El lunes a la noche antes
de que se levantara tanto viento terminamos de aprender la tercera
copla de las sevillanas.
Ya va a hacer casi tres
años que voy a las clases y recién saqué la tercera copla.
Un promedio de una copla
por año.
La tercera copla creo
que es la más difícil, tal vez más que la segunda.
Pero todavía no
aprendimos la cuarta
De todas formas la
segunda me costó más porque tuve que faltar bastantes lunes por los
teóricos y me perdí las explicaciones iniciales, fundamentales
siempre para que la copla arranque bien.
La tercera empieza con un paso de
sevillana y después sigue con una serie de giros endiablados que
conspiran contra el equilibrio y la gracia del baile, para los que la
tienen,claro.
Yo por mí parte desde
arriba del escenario pongo fija la mirada en el cartel del
guardarropas del Zamorano, que lo tengo justo enfrente del lugar
donde me paro para bailar y sé que cuando doy la vuelta debo mirar
fijo ahí cuando empiezo y cuando termino, para ni marearme ni
caerme.
El cartel en realidad son
unas letras negras, pintadas a mano pero bien prolijas, rodeadas por
un rectángulo de aluminio.
Está ahí desde siempre,
desde antes de que necesitara una referencia para la tercera copla.
La segunda parte de la
copla, después de los giros, viene con zapateo, un zapateo fuerte,
que sale de atrás para adelante, como si fuéramos a patear un penal
pero de atrás.
El lunes zapatée fuerte,
casi como para perforar la madera del escenario, agujerear el piso y
poder ver el sótano de abajo, donde cuando yo era chica guardaban
unas sillas de todos colores que sacaban para las fiestas y con las
que mi papá me hacía como un tren para que pudiera dormir ahí
cuando tenia sueño.
Ahora las sillas son
marrones, pero a veces para algunas fiestas importantes las vestimos
y no se pueden hacer trenes para que duerma, por ejemplo, Loli.
Y sigue la tercera copla con más
vueltas y más inclinaciones del tronco.
Y después termina, con otro giro.
Los que la saben bailar deben sentir
que el cuerpo es como una pluma, o un resorte.
Al resto se nos da vuelta
todo y no sabemos para qué lado tenemos que quedar mirando o con qué
pie arrancar de vuelta, el que quedó adelante, el que quedó atrás,
el derecho, el izquierdo.
Ni me imagino aquellos
pobres que no cuentan con un cartel de guardarropas como referencia.
Ni me imagino cuando
tengamos que añadirle los brazos, o las castañuelas cuyo R.I
todavía no logro sacar.
Tres coplas en casi tres
años.
Así empecé la semana,
un poco mareada pensando en esas sillas de colores de cuando era
chica.
Se le sumó que a Valen
se le infectó una muela y la dentista se la tuvo que sacar.
Que a Andy, la hermana de
Lucas, que ahora cuida ella a los chicos todas las tardes, la
tuvieron que operar de urgencia de apendicitis.
Que definitivamente doy
por terminada la época de pileta y de cerveza por el viento que se
levantó.
Que el hisopado de fauces
de Maite, por suerte, dio negativo.
Y otra tercera. La
tercera temporada de House of Cards, que se pone buena a dos
capítulos del final, sobre todo porque suman algo de garche, que en
el anteúltimo capítulo tiene un diálogo impagable entre Claire y
una mujer de Iowa que no puede despegar a su beba de la teta,
diálogo que para mí garpa por todos los no tan buenos capítulos
previos.
Y una addenda. Me cuenta
Pili que el candidato a jefe de gobierno de Massa había declarado
que no iba a explotar en la campaña su parecido con Francis
Underwood (o sea Kevin Spacey!), nada que ver me dice, es lo que
quisiera. Claro, le digo a la chica no muy atenta a su diálogo.
Pero, sigue con su
reflexión, como si vos dijeras que querés un tercer mandato en el
Zamorano pero que no te vas a aprovechar para la campaña de tu
parecido con, ponéle, Penélope Cruz ¿no?
Y sí, Pili, ponéle, es lo mismo.
Y sí, Pili, ponéle, es lo mismo.