jueves, 30 de abril de 2015

Tercera






El lunes a la noche antes de que se levantara tanto viento terminamos de aprender la tercera copla de las sevillanas.
Ya va a hacer casi tres años que voy a las clases y recién saqué la tercera copla.
Un promedio de una copla por año.
La tercera copla creo que es la más difícil, tal vez más que la segunda.
Pero todavía no aprendimos la cuarta
De todas formas la segunda me costó más porque tuve que faltar bastantes lunes por los teóricos y me perdí las explicaciones iniciales, fundamentales siempre para que la copla arranque bien.

La tercera empieza con un paso de sevillana y después sigue con una serie de giros endiablados que conspiran contra el equilibrio y la gracia del baile, para los que la tienen,claro.
Yo por mí parte desde arriba del escenario pongo fija la mirada en el cartel del guardarropas del Zamorano, que lo tengo justo enfrente del lugar donde me paro para bailar y sé que cuando doy la vuelta debo mirar fijo ahí cuando empiezo y cuando termino, para ni marearme ni caerme.
El cartel en realidad son unas letras negras, pintadas a mano pero bien prolijas, rodeadas por un rectángulo de aluminio.
Está ahí desde siempre, desde antes de que necesitara una referencia para la tercera copla.

La segunda parte de la copla, después de los giros, viene con zapateo, un zapateo fuerte, que sale de atrás para adelante, como si fuéramos a patear un penal pero de atrás.
El lunes zapatée fuerte, casi como para perforar la madera del escenario, agujerear el piso y poder ver el sótano de abajo, donde cuando yo era chica guardaban unas sillas de todos colores que sacaban para las fiestas y con las que mi papá me hacía como un tren para que pudiera dormir ahí cuando tenia sueño.
Ahora las sillas son marrones, pero a veces para algunas fiestas importantes las vestimos y no se pueden hacer trenes para que duerma, por ejemplo, Loli.

Y sigue la tercera copla con más vueltas y más inclinaciones del tronco.
Y después termina, con otro giro.
Los que la saben bailar deben sentir que el cuerpo es como una pluma, o un resorte.
Al resto se nos da vuelta todo y no sabemos para qué lado tenemos que quedar mirando o con qué pie arrancar de vuelta, el que quedó adelante, el que quedó atrás, el derecho, el izquierdo.
Ni me imagino aquellos pobres que no cuentan con un cartel de guardarropas como referencia.
Ni me imagino cuando tengamos que añadirle los brazos, o las castañuelas cuyo R.I todavía no logro sacar.
Tres coplas en casi tres años.

Así empecé la semana, un poco mareada pensando en esas sillas de colores de cuando era chica.
Se le sumó que a Valen se le infectó una muela y la dentista se la tuvo que sacar.
Que a Andy, la hermana de Lucas, que ahora cuida ella a los chicos todas las tardes, la tuvieron que operar de urgencia de apendicitis.
Que definitivamente doy por terminada la época de pileta y de cerveza por el viento que se levantó.
Que el hisopado de fauces de Maite, por suerte, dio negativo.

Y otra tercera. La tercera temporada de House of Cards, que se pone buena a dos capítulos del final, sobre todo porque suman algo de garche, que en el anteúltimo capítulo tiene un diálogo impagable entre Claire y una mujer de Iowa que no puede despegar a su beba de la teta, diálogo que para mí garpa por todos los no tan buenos capítulos previos.

Y una addenda. Me cuenta Pili que el candidato a jefe de gobierno de Massa había declarado que no iba a explotar en la campaña su parecido con Francis Underwood (o sea Kevin Spacey!), nada que ver me dice, es lo que quisiera. Claro, le digo a la chica no muy atenta a su diálogo.

Pero, sigue con su reflexión, como si vos dijeras que querés un tercer mandato en el Zamorano pero que no te vas a aprovechar para la campaña de tu parecido con, ponéle, Penélope Cruz ¿no?
Y sí, Pili, ponéle, es lo mismo.

viernes, 24 de abril de 2015

Consu



Cuando estaba en sala roja, la de 3 años, un día su amiga Viole le dijo Consue, en casa le decíamos y le seguimos diciendo Consu.
Me llamó la atención
Y me dí cuenta de que era mucho más que un consuelo.
Que era Consu, la de los ojos mansos, la de la sonrisa eterna, la de la tranquilidad plateada.
Consu, la mejor amiga de sus mejores amigos, la mejor hermana de sus hermanos más chicos.

La de las mil camisetas de Boca, la mejor hincha de fútbol.
La que el martes veía por tele el partido de Deportivo Español contra Barracas Central y me lo tradujo en términos de Español pierde contra Barrancas de Belgrano, la que en vez de Huracán dice Huracania.
La que lleva la pelota para jugar en el recreo, la que en Tecnópolis aparecía todo el tiempo en las pantallas gigantes de los juegos de Zamba.


Mi queridísima Consue, la que desmintió siempre toda teoría de que los bebés sienten lo mismo que sus madres cuando están en la panza.
La que se abrió paso para venir a nacer en una sala de partos en penumbra porque su madre no podía ni pensar con las luces encendidas.
La que se siguio abriendo paso como un torrente de fuegos artificiales, un raudo torbellino, un buen número once.
La que nos ató las heridas, nos blindó la sangre, nos secó los llantos con relámpagos.


Anoche salimos con Luis a comer a un restaurant nuevo, chiquito, cerca del río en Vicente López, las calles estaban vacías y ya se empezaban a oler las cenizas en el aire.
Antes de comer nos tomamos un pisco sour.
Lejísimo todo de la misma noche un tiempo atrás tomando una coca en los jardines del Pirovano esperando que naciera Consu.
Y solo pasaron ocho años.


Mañana en su fiesta de cumple no va a haber globos en la reja, porque los globos en estos días y en esta familia no garpan.
Va a haber molinitos.

Para Consu y por Consu, mi nena vestida viento, mi superheroina poderosa del planeta Huracania.

miércoles, 22 de abril de 2015

Asambleas


Este post tendría que haber salido ayer pero también podría salir mañana.
Ayer a la noche lo intenté.
Sin luz en mi mesita de luz, con un ojo casi cerrado por un orzuelo, una conjuntivitis o no sé qué y sin birome ni papel ni computadora cerca; hubiera sido un post que respetara toda la retórica prologal sobre las condiciones de escritura, de ahí que podría haber salido mañana, 23 de abril.
Estaba viendo además una película sobre los excesos del ejército rojo al entrar en Berlín.
Y me quedé dormida
Por eso sale hoy.

Fueron días furiosos. De reacción y reacciones. Días asambleistas. Días de diálogos y de errores.

Pili. En tres días quinientas asambleas de las que parece que como única conclusión saca que la verdadera patronal, los verdaderos enemigos en todo este conflicto estudiantil son los padres, especialmente el padre de ella que le prometió que si, desconociendo el mandato, quedaba a dormir en el colegio le iba a hacer pasar la vergüenza de ir a buscarla a la puerta, con la policía añadió Sonsi, que está estudiando de memoria la división de poderes y parece que se la tomó en serio.
De todas formas las peleas con Pili al respecto, cuando superan el plano personal son buenísimas.
Estimulan mi dialéctica bastante alicaída últimamente.
Yo vuelvo siempre con mi frase de que para garchar no es necesario tomar un colegio pero esta vez quedé aún más contenta con el remate del lunes a la noche: Pili, avisame a la hora que se te desactiva el cassette así seguimos conversando frente al cada vez que hay toma los odio que esgrimió la criatura.
Más las conversaciones con Vero, en las que nos damos la razón y quedamos contentas con el nuevo grupo que se nos ocurre armar de madres a las que les chupa un huevo la toma, frente a la indignación de nuestras hijas.

Maite. A la que hubo que retirarle el ipod, ipad o no sé qué dispositivo por las malas notas que trajo en sus pruebas. Luego de un largo razonamiento para convencerla de que el poco tiempo que tiene lo utiliza para estar con ese aparato en lugar de dedicarse a los ecosistemas, las fracciones o la revolución industrial.

Meneca. Que me hizo la peor pregunta que me pueden hacer. ¿te animás?
Y gracias a que a lo único que no me animo es a subirme a un avión entro otra vez en el torbellino que traté de evitar en estos meses.

Y más allá de la retórica prologal el post podría salir mañana porque mañana va a hacer justo cinco años que leiamos fragmentos del Quijote ahí, en la casa de Madrid, enfrente de una plaza, ese día que ya conté  acá, que me enteré de que Octi y Estani eran dos, que me crucé con Julia, que ahora me acuerdo que se iba a un casamiento, y que la saludé sin saber que de a poco iba a formar parte del ínfimo grupo de personas a las que escucho y hago caso.

Días vertiginosos. De asambleas. De orzuelos.
De desánimo.

Y de desteñidos ejércitos rojos.

viernes, 17 de abril de 2015

Chicas


Ayer a la tarde me quedé en casa.
Tenía mucho para terminar, la cabeza por explotar, algo para corregir, otra cantidad de trabajos para empezar y muchos viajes llevando y trayendo criaturas.
Pili volvió temprano del colegio porque había paro, Valen se iba más tarde a la facultad porque había paro.
Decidieron, las dos, ir a la peluquería, juntas.
Valen a enrectarse el pelo y ver cómo le quedaba un flequillo abierto a la mitad.
Pili a cortárselo hasta donde se animara.
Valen después de la peluquería se iba a la facultad, después de la facultad se iba a comer con KP, después se iba a festejar que cumplían 2 años no de novios, de novios parece que es dentro de dos meses, 2 años de algo.
Como fuera, volvería casi a la noche del día siguiente.
Tal vez por eso se fue abrigadísima entre el último calor del otoño, buzo con capucha y campera de jean en la mano, aunque la explicación fue otra: para que nadie me ponga burundanga.
Pili, el otro extremo, con un vestido cortísimo sin mangas ni cuello, ninguna prevención contra la burundanga.
Salieron para irse caminando juntas a la peluquería.
Me asomé a la puerta y las ví irse, plateando las hojas que ya llenan todas las veredas.
Las dos de espaldas.
Se alejaban al mismo tiempo. Tan diferentes, tan iguales, tan grandes.


No son muchas las noches que comemos todos juntos. O no está Valen o no está Pili.
Por eso me encantan esas noches que nos quedamos hablando en la cocina, las tres.
Y me gustan más las veces que ya se va sumando Maite. Las cuatro.
El padre que escucha y huye despavorido porque no puede creer lo que está escuchando.

Que están están, que mechan, que a quiénes votan, que cómo la abuela va a preguntar eso, que una amiga le dejó al muchachito el cuello marcado, que cómo con Pili hablo esas cosas, que si fuiste al dissors, que cómo puede aparecer después de una fiesta a las ocho de la mañana, que yo no podía, que les compre toallitas, maquinitas, corpiños, que no puedo creer que vos me tuviste a esa edad, que es como si yo dentro de dos años tuviera un hijo, que no como chicle cuando vuelvo a la mañana para tapar el olor a alcohol o a cigarrillo o a dios sabe qué sustancia, que al profe de latín le encantó que llevara exegi monumentum, que no tenemos la culpa de que esto sea una conejera, que esa historia mami ya nos la contó veinte veces y cada vez le agrega algo.
Me pelean, me burlan, nos reimos.


Una vez, en 2007, Consu recién nacida, en el comedor de casa, tomando unos mates con Camila, que no se va a acordar porque está en campaña y la vemos solo en los carteles de la esquina de casa y además porque ya pasó mucho tiempo, me dijo, queriéndome conjurar tantas sombras, no te das cuenta lo que va a ser, pero vas a tener cinco mujeres al lado tuyo.
Yo, en esos momentos, en los que no me animaba ni a pensar en el día siguiente no lo entendí.


Pero estas noches mientras lavamos los platos, pasamos el antigrasa por la mesada de la cocina, cargamos el agua del bidón en la jarra y la ponemos en la heladera lo voy entendiendo. 

viernes, 10 de abril de 2015

Ezeiza

En dos semanas tres veces a Ezeiza.
A la madrugada a llevar a la abuela, a la noche a llevar a mi tía, la semana que viene otra vez.
Veo cómo la gente vuela, se sube a aviones, sonríe, lleva valijas con tantas rueditas como los tentáculos de un pulpo.
A mí hasta el olor a nafta del aeropuerto que (lo aprendí en Sheremétievo, cuando volaba) es distinto de la nafta de los autos me asusta.
Me alivia ir y volver de Ezeiza sabiendo que no soy yo la que vuelo.
Llevo a Valen, a Pili, busco a KP, llevo a la abuela.

Llevo a mi tía. Adelante nuestro en la cola, una pareja joven, una criatura pequeña.
Más de un año y menos de dos.
Volar con Tótal, con Loli eso no me asusta; me cansa pensarlo. Persiguiéndolos por los pasillos del avión, cuidando que no tiren la coca al piso, que no molesten al resto de los viajeros. Imposible.

Los de adelante de la cola tenían que despachar la lata de leche en polvo. No la podían llevar en mano.
Se desesperaron, no podían calcular cuánta leche separar para el vuelo de la criatura.
Volar con Loli, con Tótal tendría sus ventajas. Toman la teta. Sacar la teta veinte mil veces en el medio del avión, para alimentar a niños de dos años y medio. Me volví a cansar.

El cálculo de una precisión alquímica les demandó como quince minutos, lo que tardé yo en ir a embalar unas botellas a los embaladores fosforescentes de la entrada. Me acordé del rollo de film gigante de embalar que nos compramos en Quequén antes de mandar de vuelta nuestras valijas. Ahora Luis lo usa para cualquier cosa, hasta para cocinar. La pata de ternera que preparó para mi cumple la envolvió en eso.

Los de adelante de la cola ya habián llenado una bolsita con el polvo de la leche, la miraron convencidos de que con eso alcanzaba para todo el viaje, sonrieron y despacharon la lata. Consu había pasado también a hacer el check-in y casi me la mandan a New York.


En dos semanas tres veces.
Extrañaba el viaje. El año pasado y el anterior hacía ese camino cada quince días, pero en vez de seguir derecho doblaba un poco antes.

Me recibía el olor a sopa de las diez de la mañana cuando atravesaba los pabellones, los pasillos mojados aunque no lloviera, las guardiacárceles cortando el tránsito.
El gusto del mate que no pudimos repicar afuera ni con Lidia, ni con Xime, otra operación alquímica para combinar yerbas que, por ahora no nos dio resultado.
El día que me comí el pollo con arroz de alguien que no quería almorzar mientras leíamos Garcilaso en medio del pasto degollado, oxidado por los alambres de púa.
El dia que me regalaron una manzana.

Despachamos a todos, botellas, valijas, leche.
La Richieri estaba vacía, peor que la madrugada del jueves después del mercado.
Cuando era chica ese camino de vuelta de Ezeiza, después de despedir a mi tía, lo hacía siempre tristísima, llorando.
Ahora me alivia ir y volver de Ezeiza sabiendo que no soy yo la que vuelo.


A la derecha de la ruta, la luna casi llena colgaba entre la silueta de los aviones estacionados.
Se había hecho bastante tarde. Aceleré. Quería llegar a casa rápido.
Tenía que ir a buscar a Sonsi que estaba practicando el piano en lo de Kp y en la heladera se enfriaba una cerveza inglesa que me habían regalado para el cumple.

Consu, dormida en el asiento de atrás, no me contestó cuando le dije mirá la luna.
Tenía alrededor un espejo de niebla o de agua de lluvia.
A lo mejor era la mugre del parabrisas del auto. Pero la hacía brillar más fuerte.
Está justo pasando por encima de la cárcel pensé.
Como las grullas sobre Moscú, cuando todavía volaba.







martes, 7 de abril de 2015

Semana Santa Segunda Parte

Sábado
Nos despertó el granizo, a las siete de la mañana.
Entramos la ropa, las sillas y ya nos quedamos despiertos.
Un rato después salimos a hacer compras. De repente todo se había llenado de hojas, lo más peligroso de las hojas, tapan la caca de los perros.
Libros del cole para Maite. Ropa para mí que me habían regalado mis amigos para el cumple. Otra vez a Belgrano.
En la farmacia de Pampa y Superí estaban filmando, la calle medio cortada, paneles plateados que reflejaban el empedrado y las hojas que el granizo había dejado en las veredas.
Mientras Luis protestaba me acordé, de la nada que ahí habíamos comprado el evatest de Valen. Un sábado a la noche que volvíamos del cine, dentro de poco se van a cumplir veintiun años.
Salió por la ventanilla de la farmacia un japonés con el paquete del evatest, a la mañana siguiente nuestra vida ya cambiaba para siempre.
Mientras llegábamos a Cabildo recordé rápido todos los evatest y todas las farmacias en los que me los había comprado.
Alrededor de veinte tal vez, nueve que sí.
Por Belgrano no se podía caminar, en cada esquina, mesas, sombrillas, globos, carteles, papeles.
Un infierno. Luis me hizo cruzar Cabildo por la mitad, entendió que era más seguro cruzar por ahí que pasar conmigo por las esquinas de los globos multicolores.

Después fuimos a la carnicería. Necesitábamos preparar la comida para el almuerzo del domingo.
Siempre vamos a la misma. Ahora está un poco cara pero tiene carne buenísima.
Me encanta uno de los dueños, maneja la camioneta pero a veces está en la caja.
Morocho, cara de pajarito, como me gustaron siempre. 
Entramos. Ahí estaba. 
Hacía mucho que no lo veía. Luis me burla, me avisa, mirá quién está. 
Regalo de Pascua le contesto.
Llega el momento de pagar, Luis le da mi tarjeta, el morocho le da el ticket para que firme a Luis, que le dice, canchero, paga ella y me pasa el ticket.
Siempre paga ella sigue Luis, interesado en conversar con el muchacho, yo cocino y ella paga. 
Ah y seguro que también lavás los platos le sigue mi amigo la conversación, ahí me meto yo, no, los platos no los lava, pero plancha.
Entonces, vuelve a hablarle a Luis, diálogo de hombres, te ahorrás la señora que plancha y la que cocina.
Y sí remata Luis, cocino, plancho y encima me quieren cambiar por otro ¿ a vos te parece?
Firmé el ticket, desee Felices Pascuas y salimos.
Con todos esos evatest pensé, por quién lo voy a cambiar.
Y la Semana Santa se empezó a iluminar

Domingo

Lindo almuerzo de Pascua.
Madrinas, padrinos.
Algunos almorzaron con nosotros y otros pasaron después a visitar a sus ahijados y ahijadas.
Como siempre, chicas jugando por todos lados.
Estani que le hizo un dibujo a Santiago.
Valen y Consu viendo sus partidos de fútbol por la tele. 
Consu que quiere que Sonsi le devuelva a Carlos Tevez, la figurita.
Xime que me contó la historia de Huracanía y que quedó sorprendida con los conocimientos futbolísticos y de básquet de mi tía Raquel.
Nos acordamos con Coni de la historia de las botas rosas y de las veces que fuimos reinas del Zamorano.
La abuela en Cuba, la rosca la trajo Soledad.
Rosario que recordando Pascuas pasadas estaba convencida de que iba a vomitar.

El cerco de la pileta roto, la pileta que ya se puso verde, el cloro que se acabó y las hojas de la vereda que tapan la caca de los perros.
Viene la Pascua, empieza por fin el otoño.
A la noche ayudo por mail a Camila con unas cosas. Vacunas o globos.

Se cierra la Semana Santa.

Que se siguió iluminando el sábado, en la vigilia pascual.
Con Maite encendiendo las velas.
Con el otro Mariano, al que no veíamos desde el bautismo de los chicos. Con la pregunta que le hizo Luis sabiendo la respuesta. Con la sensación de que todavía no nos dimos cuenta de cómo nos está abriendo la cabeza.

Domingo luminoso.


lunes, 6 de abril de 2015

Semana Santa Primera Parte


Jueves
Cinco menos cuarto de la mañana. Luis me despierta.
Tenemos que ir al Mercado pero a las 9.00 viene Mariano para iniciar una Semana Santa de trabajo.
Por eso nos vamos de noche, por una General Paz desierta.
El mercado está vacío. Luis va para un lado y yo para el otro, él a las naves, yo a la libre.
Camino sola con un cajón de mandarinas de 20 kilos que se me van cayendo. 
No amanecía.
Creo que si me lo propongo ahi entre los camiones y los changarines podría encontrarme un novio.

Paro en el negocio en el que en el verano compré melones para averiguar el precio de los limones. Pensé que siempre hablaba con el mismo dueño. No, son dos. Dos viejitos iguales, les pregunto si son mellizos, sí.
Ah yo tengo gemelos, empiezo con el relato. Qué raro me van diciendo a dúo los viejitos -me hacen acordar a Octi y a Estani- dos pares y sin antecedentes.
Vuelvo a mi mantra, dicen que cuando sos más vieja es más fácil. Tengo la teoría personal de que los óvulos son más frágiles y se parten, pero eso ya no se los dije, no porque no lo pueda sostener científicamente sino porque no me pareció tema de conversación con los ancianos una mañana de jueves santo en el medio del mercado.
Ay, no pero no sos nada vieja empezaron los viejitos. 
Y ahi llegó Luis.
Insisto si me lo hubiera propuesto entre los camiones y los changarines me encontraba un novio.

Llegamos a casa a las ocho. Descargamos los cajones. 
Nos dormimos en los sillones del living para no hacer ruido.
Me despertó el timbre, Mariano y una botella de whisky de regalo.
Trabajamos hasta el mediodía dándole forma a un proyecto de eruditos.
Fue el único trabajo intelectual de la interminable lista que tenia para estos días.
Todavía no me animé a probar el whisky.


Viernes

Pili volvió de una fiesta a las ocho de la mañana con dos amigas
Se quedaron las tres durmiendo hasta las cinco de la tarde, hora en la que se fueron a merendar a lo de otra amiga.
Valen ocupó la galería del jardín con dos compañeras de la facultad con las que estudió hasta la hora de irse a su cena de Pésaj.
Vinieron los dos amigos que las chicas más chicas habían conocido en Bahía de los Vientos. Jugaron a las escondidas por toda la casa.
Rompieron el cerco de la pileta. Se perdió por enésima vez la tortuga.
Las amigas de Valen me usaban la bombilla y no me dejaron tomar mate.
En un momento éramos en casa más de veinte personas.

Me senté al borde de la pileta a tomar sol. Nada me importó. Me inventé galaxias.
El viernes santo, ya hace algunos años, para mí es nada más que las manos apretando un cuerpo. 
A veces lo adivino pesado, jaspes cortando el aire; a veces liviano, mármol flotando en el agua.
A veces son mis manos.
Estación trece.





miércoles, 1 de abril de 2015

Oficios


Lunes 4 de la tarde
Llegamos a casa con todos los chicos desde el jardín.
La casa vacía, Valen en el country y las personas que supuestamente limpiaban la casa hace tiempo que nos abandonaron.
En la puerta el camión de la soda esperándonos.
El que maneja es mi amigo, hace bastantes años que lo conozco y las chicas más grandes siempre se ríen porque me dice Flor. Pero viene los martes.
Bajamos del auto y nos saluda con un venimos hoy porque mañana hay paro.
Ah, claro ustedes paran le digo. Sí, para nosotros es un lío pero el sindicato no nos deja trabajar. Dos cajones de soda y un bidón grande.
Con los festejos de cumple no hubo tanto consumo de soda. Vero llegó tarde y Xime estaba más para la cerveza y el hóckey.
Le pagué y con la confianza que me da ese Flor con el que me saluda hace dos o tres años cuando se estaba yendo le pregunté ¿a ustedes les descuentan ganancias?
A mí sí me contestó, a los chicos no porque ganan menos.
Ah , le puse cara como de a mí también me descuentan, que seguramente habrá interpretado como una luz verde, habilitado él también por el apelativo Flor al que se había atrevido hace dos o tres años, y ahí arrancó no me molesta tanto que me descuenten sino que se lo den a todos esos vagos que cobran planes.
Mi cara habrá tornado en un es cuestión de oportunidades porque se frenó evitando un comentario que entiendo iba a ser políticamente incorrectísimo.
Comenzamos ahi un interesante intercambio que nos llevó como quince minutos, que recorrió los conceptos más básicos sobre la lucha de clases y que finalizamos con un beso y unas Felices Pascuas.


Martes. 4 de la mañana.
Aparece Valen en nuestro cuarto iluminando con su celular, yo sé que Valen a la noche se la pasa con el celular prendido, mandando wa, escribiendo en fb. Y cuando duerme cada uno en su casa, cada vez menos, despertando a KP para que se levante.
Se está quemando algo nos avisa, hay humo, vienen los bomberos y alguien estaba martillando en la vereda.
Por un momento tuve la esperanza, alegría o hermanamiento en la distancia en la imagen de un posible piromaníaco que hubiera pasado prendiendo los tachos de basura.
Pero no, parecía algo más grave.
Cuando salimos con Luis y Valen al balcón, en la esquina bomberos, patrulleros de la federal, SAME, humo, olor a quemado insoportable, aire caliente que venía de a ratos mezclado con el viento de la madrugada.
A veces viene en el aire ese olor a quemado, la leyenda urbana dice que es cuando encienden los hornos del cementerio, pero nunca tan fuerte, nunca se mete tan adentro de la garganta y de los pulmones como este.
De todas formas Pili, que duerme también en un cuarto que da a la calle jamás se enteró de nada.
Luis se fue a dormir.
Con Valen decidimos salir a la puerta. Medio en bolas ambas, veiamos como de las casas de al lado salía gente rumbo a la esquina.
Nadie duerme pensamos.
En nuestra vereda hay una especie de toma de agua, alguien la había abierto y esos eran los martillazos que había escuchado Valen.
Era la toma más cercana al incendio, a pesar que estábamos como a una cuadra. Pasó un bombero, miró el caño y se volvió a ir.
Al rato vino otro bombero con un aparato que parecía un periscopio, que enganchó en el agujero. Mientras hacía ese movimiento le preguntamos que había pasado. Un departamento acá a la vuelta. ¿hay alguien adentro? Desconozco respondió el hombre e inmediatamente giró el periscopio de la vereda y empezó a brotar del agujero un torrente, alud, torbellino o huracán de barro que se elevó unos metros y empezó a ensuciar la ya sucia vereda.
Con Valen nos agarró un ataque de risa que no podíamos parar.
El agua salía cada vez más fuerte y cada vez más sucia, el barro ya parecía óxido.
De un balcón de enfrente alguien le preguntó a los gritos al bombero si iban a cortar el gas o la luz. No señora, no hace falta respondió el hombre. ¿necesitan algo más? yo seguía muerta de risa pero me pareció mal no preguntarle.
No, gracias. La calle está vacía. No hay nadie siguió el bombero la conversación. Es por el paro le dijimos, ya no pasan colectivos.
Pensé en preguntarle si le descontaban ganancias pero temí, en caso de respuesta afirmativa una reacción peor que la de mi amigo del camión de sodas.
Gente de agua uno y de fuego otro.

Saludamos y nos fuimos a dormir.
En el dormitorio Luis, Loli y Tótal ajenos a periscopios, torrentes, incendios e incendiarios dormían tranquilos.


Más tarde, stalinismo puro, irían todas a una escuela en la cual siendo de las que viven más lejos conformarían alrededor del 25% de los presentes.