jueves, 30 de abril de 2015

Tercera






El lunes a la noche antes de que se levantara tanto viento terminamos de aprender la tercera copla de las sevillanas.
Ya va a hacer casi tres años que voy a las clases y recién saqué la tercera copla.
Un promedio de una copla por año.
La tercera copla creo que es la más difícil, tal vez más que la segunda.
Pero todavía no aprendimos la cuarta
De todas formas la segunda me costó más porque tuve que faltar bastantes lunes por los teóricos y me perdí las explicaciones iniciales, fundamentales siempre para que la copla arranque bien.

La tercera empieza con un paso de sevillana y después sigue con una serie de giros endiablados que conspiran contra el equilibrio y la gracia del baile, para los que la tienen,claro.
Yo por mí parte desde arriba del escenario pongo fija la mirada en el cartel del guardarropas del Zamorano, que lo tengo justo enfrente del lugar donde me paro para bailar y sé que cuando doy la vuelta debo mirar fijo ahí cuando empiezo y cuando termino, para ni marearme ni caerme.
El cartel en realidad son unas letras negras, pintadas a mano pero bien prolijas, rodeadas por un rectángulo de aluminio.
Está ahí desde siempre, desde antes de que necesitara una referencia para la tercera copla.

La segunda parte de la copla, después de los giros, viene con zapateo, un zapateo fuerte, que sale de atrás para adelante, como si fuéramos a patear un penal pero de atrás.
El lunes zapatée fuerte, casi como para perforar la madera del escenario, agujerear el piso y poder ver el sótano de abajo, donde cuando yo era chica guardaban unas sillas de todos colores que sacaban para las fiestas y con las que mi papá me hacía como un tren para que pudiera dormir ahí cuando tenia sueño.
Ahora las sillas son marrones, pero a veces para algunas fiestas importantes las vestimos y no se pueden hacer trenes para que duerma, por ejemplo, Loli.

Y sigue la tercera copla con más vueltas y más inclinaciones del tronco.
Y después termina, con otro giro.
Los que la saben bailar deben sentir que el cuerpo es como una pluma, o un resorte.
Al resto se nos da vuelta todo y no sabemos para qué lado tenemos que quedar mirando o con qué pie arrancar de vuelta, el que quedó adelante, el que quedó atrás, el derecho, el izquierdo.
Ni me imagino aquellos pobres que no cuentan con un cartel de guardarropas como referencia.
Ni me imagino cuando tengamos que añadirle los brazos, o las castañuelas cuyo R.I todavía no logro sacar.
Tres coplas en casi tres años.

Así empecé la semana, un poco mareada pensando en esas sillas de colores de cuando era chica.
Se le sumó que a Valen se le infectó una muela y la dentista se la tuvo que sacar.
Que a Andy, la hermana de Lucas, que ahora cuida ella a los chicos todas las tardes, la tuvieron que operar de urgencia de apendicitis.
Que definitivamente doy por terminada la época de pileta y de cerveza por el viento que se levantó.
Que el hisopado de fauces de Maite, por suerte, dio negativo.

Y otra tercera. La tercera temporada de House of Cards, que se pone buena a dos capítulos del final, sobre todo porque suman algo de garche, que en el anteúltimo capítulo tiene un diálogo impagable entre Claire y una mujer de Iowa que no puede despegar a su beba de la teta, diálogo que para mí garpa por todos los no tan buenos capítulos previos.

Y una addenda. Me cuenta Pili que el candidato a jefe de gobierno de Massa había declarado que no iba a explotar en la campaña su parecido con Francis Underwood (o sea Kevin Spacey!), nada que ver me dice, es lo que quisiera. Claro, le digo a la chica no muy atenta a su diálogo.

Pero, sigue con su reflexión, como si vos dijeras que querés un tercer mandato en el Zamorano pero que no te vas a aprovechar para la campaña de tu parecido con, ponéle, Penélope Cruz ¿no?
Y sí, Pili, ponéle, es lo mismo.

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