Jueves
Cinco menos cuarto de la mañana. Luis
me despierta.
Tenemos que ir al Mercado pero a las
9.00 viene Mariano para iniciar una Semana Santa de trabajo.
Por eso nos vamos de
noche, por una General Paz desierta.
El mercado está vacío. Luis va para
un lado y yo para el otro, él a las naves, yo a la libre.
Camino sola con un cajón de mandarinas
de 20 kilos que se me van cayendo.
No amanecía.
Creo que si me lo propongo ahi entre
los camiones y los changarines podría encontrarme un novio.
Paro en el negocio en el que en el
verano compré melones para averiguar el precio de los limones. Pensé que siempre hablaba con el mismo dueño. No, son dos. Dos
viejitos iguales, les pregunto si son mellizos, sí.
Ah yo tengo gemelos, empiezo con el relato. Qué raro me van diciendo a dúo los viejitos -me hacen acordar a Octi y a Estani- dos pares y sin antecedentes.
Ah yo tengo gemelos, empiezo con el relato. Qué raro me van diciendo a dúo los viejitos -me hacen acordar a Octi y a Estani- dos pares y sin antecedentes.
Vuelvo a mi mantra, dicen
que cuando sos más vieja es más fácil. Tengo la teoría personal
de que los óvulos son más frágiles y se parten, pero eso ya no se
los dije, no porque no lo pueda sostener científicamente sino porque
no me pareció tema de conversación con los ancianos una mañana de
jueves santo en el medio del mercado.
Ay, no pero no sos nada vieja empezaron los viejitos.
Ay, no pero no sos nada vieja empezaron los viejitos.
Y ahi llegó Luis.
Insisto si me lo hubiera
propuesto entre los camiones y los changarines me encontraba un
novio.
Llegamos a casa a las
ocho. Descargamos los cajones.
Nos dormimos en los sillones del living para no hacer ruido.
Me despertó el timbre,
Mariano y una botella de whisky de regalo.
Trabajamos hasta el
mediodía dándole forma a un proyecto de eruditos.
Fue el único trabajo
intelectual de la interminable lista que tenia para estos días.
Todavía no me animé a probar el whisky.
Viernes
Pili volvió de una fiesta a las ocho de la mañana con dos amigas
Se quedaron las tres
durmiendo hasta las cinco de la tarde, hora en la que se fueron a
merendar a lo de otra amiga.
Valen ocupó la galería
del jardín con dos compañeras de la facultad con las que estudió
hasta la hora de irse a su cena de Pésaj.
Vinieron los dos amigos
que las chicas más chicas habían conocido en Bahía de los Vientos.
Jugaron a las escondidas por toda la casa.
Rompieron el cerco de la
pileta. Se perdió por enésima vez la tortuga.
Las amigas de Valen me
usaban la bombilla y no me dejaron tomar mate.
En un momento éramos en
casa más de veinte personas.
Me senté al borde de la
pileta a tomar sol. Nada me importó. Me inventé galaxias.
El viernes santo, ya hace
algunos años, para mí es nada más que las manos apretando un
cuerpo.
A veces lo adivino pesado, jaspes cortando el aire; a
veces liviano, mármol flotando en el agua.
A veces son mis manos.
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