Como si el año hubiera pasado en
stickers. Reales, imaginarios, virtuales.
Los innumerables que
había en el lugar donde me tatué. La felicidad de esa mañana de
sol volviendo por la bicisenda, con mi bici nueva, con un plástico
cubriéndome la F del brazo y la alegría de tener otra vez a mi
chiquito conmigo para siempre.
Los de la cárcel,
pegados en las columnas de la vereda en la que hacían cola en medio
del frío y de la lluvia las mujeres cargadas con niñes y con bolsas
de colores llenas de comida.
Los de todas las ventanas
de los desayunos, hasta el de la mañana que escuché “no te digo
que te vayas, te pido que te vayas”.
Los de La Fuerza el día
que me despidieron mis amigas lujaneras. Los de la pastilla que me
recetó Fabi para poder volar.
Los de Patricia que me
subió al avión.
Los de los pájaros
pegados en los vidrios de Neuchatel, que no eran ruiseñores, aunque
parecían.
Los del dormitorio de mi
preciosa sobrina sevillana.
Los de las ventanas de la
casa de Abelino en San Cristóbal, cuando cambiaron las tablas por
vidrios
Los de Luján.
Los de Coni, siempre.
Los que pensamos con Xime
para las carpetas del congreso de La Filomena mientras
recorríamos lugares para llevar a comer a las personas y lo
diseñábamos en nuestras computadoras invisibles tomando mucho
vermut otra vez en La Fuerza.
Los del dibujo de mi
tweet que todavía no decidí si hacer sticker o tatuármelo en
alguna parte del cuerpo.
Los de la copa Gesell que
eran más tatuajes que stickers.
Como el que una piba
tenía tatuado en la pantorrilla: una pelota y arriba la leyenda Mis
piernas van a dejar de jugar el día que mi corazón deje de latir
que yo decidí tatuarme
esas noches en las que nos
reíamos en el balcón hecho de troncos cuando salíamos a
ver la luna y a sentarnos en las barandas que casi se caían pero
cambiado por Mis manos van a dejar de
atajar el día que mi corazón deje de latir.
El
que imaginamos mientras caminábamos en caravana por el Parque de la
Memoria, tal vez un poco asustados con el río que se abría gigante
detrás del muro y del cielo casi blanco de tan gris la tarde que con
Xime se nos había ocurrido que esa era la mejor excursión para
hacer en medio de la poesía de Lope.
Los del negocio al que
llevé a Sonsi y a Maite a agujerearse la nariz y terminé yo con
aritos en las orejas.
La Plata, las tres veces
que fui.
El del recuerdo de la
fiesta de egresados de Consu, después de que entró al Pelle, de que
salió campeona con su equipo y de que tuvo que despedirse de su
amiga crack.
El de Ruli actuando,
cantando Cactus y tocando el ukelele.
El que hizo Sue que
pegamos en las bicis que van a usar los chicos de la casa de Salvador
que tienen la misma edad que tendría ahora Felipe; ese mismo día en
el que terminamos con Luis al amanecer en un recital de Eté al que
llegamos tardísimo después de subir una escalera vieja y pensamos
que ya se había acabado porque en Montevideo siempre empiezan
super puntuales, pero en realidad todavía no habían arrancado, ahí
también había stickers y cerveza caliente.
El de Vero que ya no sé
que deberia decir, lo mismo que todos los años anteriores pero
siempre un poco más.
Ahora pienso en los
stickers que me gustarían para 2020
los scouts en Bariloche,
el cumple de amigues en
Roma,
la playa de piedras que
queman en Quequén,
mis guantes atajando las
pelotas más difíciles.
Madrid con Luis o Montevideo rock con Luis o el barrio Eva Perón con Luis o no importa dónde.
Todas las cervezas con todes les amigues.
Y además de stickers también algunos deseos:
Que Valen nos siga
enseñando a vivir.
que Pili no se nuble,
que Maite sea la misma
Maite de siempre, la que me rescata,
que Sonsi nos haga reir,
que Consu esquive
defensoras gigantes y se la coloque a las arqueras en los ángulos.
que Ruli cante con su voz
amorosa canciones esdrújulas,
que Octi dibuje infinitos
estadios,
que Estani tenga un
cello,
que Toto se porte mejor pero que me siga abrazando como me abraza ahora cuando hace kilombo.
que Loli encuentre un
unicornio
Que las morsas
morseadoras sigan morseando.
Que mis viejos me sigan
aconsejando aunque a veces no les haga caso.
Que la derecha pierda
fuerza y lo festejemos en La Fuerza.
Que nadie ni nada nos
duela más que agujerearnos las orejas.