miércoles, 30 de abril de 2014

El auto

Ayer tenía un día tranquilo. Me quedé durmiendo hasta las 9 y media, desayuné y me disponía a empezar la rutina de la mañana: camas, vestuarios, peinados.
En eso Maite nos avisa que hay un auto estacionado en la entrada del garaje.
Pasa a menudo, nunca están más de diez o quince minutos y siempre son autos que vienen a la casa de al lado o a una productora que hay enfrente. A veces dejan un espacio atrás o adelante, no ayer, el auto estaba perfectamente ubicado tapando todo el portón
Un Gol, bastante nuevo, con freno de mano, en cambio y traba puesta. Inamovible.
.
Empezamos la vigilia en la ventana del escritorio.
Vale que adquirió cierto espíritu pendenciero post entrada de ladrones sugiere llamar a la policía, a la grúa, a la metropolitana.
Kp en cambio toca el timbre al lado y bien educadamente pregunta si conocen al dueño del auto.
Negativo, tampoco pertenece a la productora de enfrente, está cerrada.

Se acerca la hora de llevar las criaturas al colegio.
En nuestro garage están los dos autos, el mío chiquito que sale bien por la vereda hasta la siguiente bajada pero en el cual no entran los seis niños más las mochilas, más las bolsas de plastica, más las guitarras, más los violines más todas las cosas que hay que llevar y el de Luis, en el que sí entra todo pero que tendría que salir para atrás, maniobrar en la vereda también marcha atrás y recorrer un trecho bastante largo por la vereda hasta la siguiente bajada.

Me queda una más: en la esquina de casa están colgando una marquesina y está llena de gente trabajando. Hacia allí me dirijo. Averiguo si el auto es de alguien, me dicen que no, les explico el problema, se ríen, siguen trabajando.
Acompaño a Consu a los chinos y cuando vuelvo me encuentro parado en el cordón al jefe de los de la marquesina mirando el Gol. -Está con traba, cambio y freno de mano- me dice, no lo puedo mover. Vos ¿qué auto tenés?-me pregunta. Un Clío, le digo, que sale bien. El tema es que mi marido tiene que sacar su Zafira. Ah, me dice el hombre, y creo, casi que puedo asegurarlo que percibí cierta decepción en su respuesta, yo te ayudaba si querías a maniobrar si estabas sola, pero si está tu marido él se arreglará. Sí, sí le dije, no hay problema, se arregla.
Un héroe el de la marquesina, yo estaba con unos bali que le compré hace dos años a uno que los tenía tirados en la vereda de Puan, una remera sin mangas que me había puesto la tarde anterior para la clase de flamenco y mis sempiternas ojotas y pese a todo el hombre había cruzado la calle para ayudarme a maniobrar.

A la hora de sacar los autos llevamos adelante (Luis, claro) todas las operaciones anteriores y los autos salieron y los chicos fueron al cole.
El auto seguía ahí, casi como riéndose él también de nosotros. Repasamos diversas posibilidades: rayarlo todo con una llave, romperle las ópticas, romper algún vidrio para que sonara la alarma, desinflarle las ruedas. No nos convenció ninguna.
En un momento tuvimos que salir a una inmobiliaria y Luis le dejó en el parabrisas un cartel que decía “Muchas gracias por taparme el garage todo el día”.Descontábamos que cuando volvíamos el auto ya se iba a haber ido.
Pero no, se hizo de noche, volvieron todas las chicas del cole, de música, de la facultad y el auto no se había movido.
Alrededor de las nueve los centinelas del escritorio me avisan que sale el auto.
Voy corriendo, una chica más o menos joven, estaba por arrancar, le golpeo la ventanilla, baja el vidrio. ¿te diste cuenta que dejaste todo el día el auto tapando un garage? ¿que tenía que llevar chicos al colegio, que tuvimos que hacer diez mil maniobras para sacar el auto?, le pregunto, te salvaste de que te hiciéramos mierda el auto, me voy envalentonando un poco.
No hay cartel me contesta. Y ahí perdí un poco el control y casi le grité qué cartel, hay bajada pintada de amarillo, hay un portón gigante, qué cartel, ¿uno que diga Boludos no estacionen?
Y ahí, de la nada, la pobre chica se me largó a llorar, así como cuando se me ponen a llorar Sonsi o Ro cuando las reto. Disculpáme, por favor, me decía, disculpame por cagarte el día, estoy muy acelerada, perdoname y no podía parar de llorar, te doy cien mangos. Claro está que me sentí la peor persona del mundo no tanto por haberla hecho llorar sino porque, al menos, en un relámpago que duró medio segundo me imaginé lo bien que me hubieran venido esos cien pesos a fin de mes. No te preocupes le dije, la próxima vez dejá el auto ahí pero me tocás el timbre y me decís me llamo tanto, voy a tal lado y cuando tengas que sacar tus autos me avisás y listo.
Insistía con el dinero, no está bien repetía yo, mientras trataba de sacarle el papel del parabrisas que entre la lluvia y las hojas era como una cartapesta roñosa. Estoy muy acelerada, tuve que venir a una productora de acá a la vuelta, seguia diciendo hasta que arrancó y se fue.
Después todos mis niños que le contarían al padre cómo yo había hecho llorar a la mujer.
Terminé el día con la sensación de que si quiero puedo ser un ser humano detestable.

Y el protagonismo que a lo largo del día fueron adquiriendo las marquesinas, las publicidades, las inmobiliarias y las productoras me hicieron reflexionar sobre las superventajas de vivir en el distrito audiovisual. 

viernes, 25 de abril de 2014

2010

Pasó el día del cumple de Consu.
La secuencia siempre es la misma, día de Castilla y León, cumple de Consu, festejo del cumple de Nancy, festejo del cumple de Consu, comida de Castilla y León.
Y me acordé de un 23 de abril, hace exactamente cuatro años cuando esta rutina no estaba todavía establecida del todo. Un viernes 23  tenía turno para hacerme una ecografía.
Después de los procedimientos de siempre que realizaba por octava vez: atraso, evatest, visita a Claudia, órdenes para análisis tenía turno finalmente para una ecografía.
Me acababa de quedar sin mi prepaga de siempre y no sabía donde ir.
La llamo a Vero, que me manda a uno por ahí, por las facultades, es bastante bueno.
Claudia que decide pedirme una ecografía normal, no transvaginal, total todavía no se ve nada.
Yo que decido que voy sola, Luis tenía algo que hacer y total es la primera y ya sabemos que no se ve nada.

Me tomé el subte, caminé para el otro lado dos o tres veces hasta que encontré el lugar, llamé a Vero para que me ubicara, llego, subo tres o cuatro escaleras, me siento en unos asientos, recuerdo el lugar como vidriado, transparente.
Me llaman, me hacen pasar a un consultorio.
Me da la mano un médico con cara de ser la segunda o tercera ecografía que hacía en su vida.
Me acuesto, me llena la panza de gel y empieza a pasar el aparato, el lugar seguía transparente. Va, viene, vuelve a ir y a venir, tarda, tarda un montón.
Me pongo un poco, no demasiado, pero un poco nerviosa.
Me pregunta como si me preguntara cómo me llamo si me hice algún tratamiento, no le digo sin entender la pregunta.
Me vuelve a pasar el coso ese, lo para en un lugar de mi panza y escucho el corazón.
Me alivio.
Me vuelve a pasar el coso ese y en un lugar de mi panza lejísimo del anterior escucho el corazón.
Repite el proceso dos veces más. Y entonces diciéndolo como por primera vez en su vida de ecografista o repasando mentalmente en cuatro segundos el protocolo para esos casos me informa: Bueno, son dos.
Y dio vuelta el monitor para que mirara lo que no entendía. Creo que me puse a llorar, que le conté los últimos tres años de mi vida en dos minutos, creo que ahí abandonó el protocolo, dejo de pasarme el coso por la panza, me miró y me dijo -dejando de lado toda rigurosidad científica- entonces, es un milagro, ahí no sé por qué lo imaginé musulmán practicante o judío ortodoxo. Me dio la mano y me deseó suerte.
El lugar se había puesto más transparente, más vidriado.
Salí a la calle y la llamé a Claudia, son dos le dije. Me tranquilizó, vas a tener que tomar hierro, capaz tenga que hacerte una cesárea, venime a ver y hablamos.
Lo llamé a Luis, me largué a llorar, pensó que le estaba haciendo un chiste, me costó convencerlo de que era cierto, me estás jodiendo me decía. .

El día seguía, lo llamé a Mariano con el que había quedado en encontrarme en el instituto, se me complicó la tarde, pensé en decirle la vida, me iba a entender, ellos esperaban a Toto para septiembre.
Me fui a la oficina de Luis, nos abrazamos, pasé por el consultorio de la abuela, le conté, qué lindo me dijo y en el verano total si no se pueden ir a la playa las nenas tienen la pileta, todo solucionado.
Más tarde me encontré con Vale, no le dije nada, fuimos por Santa Fe para que se comprara un vestido para una fiesta de quince y un abrigo, lo pagué en cuotas, ya no me va a alcanzar la plata pensé.
Después me acompañó a un lugar a leer un pedazo del Quijote, se comió un tostado mientras yo leía, estaba Julia a quien veía por segunda vez en mi vida, quise contarle pero no me animé.
Hacía frío, a la nochecita nos tomamos un colectivo y volvimos a casa.
Después volví a hablar con Claudia, le conté a Vero, me escuchó Fabiana...
Al día siguiente Consu cumplía y festejaba sus tres años y todo de a poco se fue volviendo más transparente.

Ahora Octi y Estani duermen en sus camas, en horas el almuerzo de cumple de Nancy, el sábado la fiesta de cumple de Consu  que acaba de cumplir siete.

Y todo sigue.

martes, 22 de abril de 2014

Herencia

Hace tiempo que estoy pensando en un post con este título.
El contenido era una historia que tenía que ver con unas lindísimas amigas que tiene Pili que le hicieron escuchar unas canciones de Las cosas del querer.
Así, un dia volvió Pili a casa cantando Herencia gitana.
Y las amigas en una tarde lograron lo que no pudieron años de Zamorano.

Hoy, luego de un día largo de trabajo fuera de casa, me disponía a escribirlo, al volver de mi clase de sevillanas.
Escribir cómo, por ejemplo, creo que una de las razones por las que Pili no quiso hacer su fiesta de quince fue que le conté que alguien en una fiesta se puso el traje típico y bailó una jota delante de todos los invitados, total nosotros tenemos el traje de mi abuela le dije. Entiendo que fue por esa remotísima posibilidad.
También podría haber escrito, entraba dentro de este título de Herencia, que el otro día finalmente fui a la cancha a ver a Español, que me acompañaron Luis, Sonsi y Octavio, que Octavio estuvo todo el partido mirando para el otro lado y festejó el gol de Excursionistas porque creyó que nos íbamos a casa.
Es decir, escribir cómo la herencia no existe.

Llegué a casa para cambiarme,buscar mis zapatos, mis castañuelas y salir a la clase pero algo no andaba del todo bien.
A la membresía del club de los vómitos que nos acompañó durante toda la semana santa en la figura de Tótal y de Consuelo, se habían sumado Maite durante la noche con el chocolate de infinitos huevos de pascua, Valentina que le dolía la panza y Luis que no se podía levantar de la cama.
Los lunes no viene Lucas, viene un chico nuevo, amigo de Kp que estaba piloteando cómo podía la situación, el como podía implicó, por ejemplo, que estuvo durante un rato el gas abierto. Claramente hoy las sevillanas no eran la prioridad.

Me fui a buscar a las chicas al cole, volví, dejé en casa a Consu que hizo en quince minutos su segundo megaescándalo ahora porque no había dulce para merendar, en realidad porque no había visto el dulce para merendar que estaba en la alacena, el primer capricho había sido a la salida de la escuela porque no la dejé ir a jugar con sus amigos.
Metí un pollo en el horno. Llevé a las otras nenas a música y en el intervalo me fui a la caza de la leche de los precios cuidados, la encontré y compré diez sachets que duran hasta el miércoles a la mañana.
Volví a buscar a las chicas, pelé las papas, las puse a cocinar.
Decidí que Tótal y Dolores ayunaran por las dudas.
Octi se fue a la cuna sin comer. Ro tenia miedo de que le dieran ganas de vomitar.
Luis dormía profundamente. Llegó Pili que se había ido a pasear.
Vale no salió de su cuarto aunque a cada rato intentaba bajar para hacerse un té.
La mesa de la cena estaba casi desierta, éramos solamente siete.
Lavé los platos. Me agarró una obsesión que la gente vomitaba porque estaba todo sucio, me puse a limpiar la cocina.
Acosté a los que quedaban dando vueltas, a Tótal le dí la teta, confiada en que la teta cura.

Y así se me hicieron las doce de la noche y me quedé sin escribir el post de Pili, Miguel de Molina, sus amigas y lo heredado.

Otra de las canciones que mi preciosa hija volvió cantando ese día fue ésta .

Y recién ahora me doy cuenta de que en alguna parte dice diez chicos.

lunes, 14 de abril de 2014

Eclipse

Lei en el diario que en un rato, el martes a la madrugada hay un eclipse total de luna.

Que va a ser el mayor fenómeno astronómico del año.

Las nenas tienen un telescopio que les regaló Xime, otra de nuestras grandes madrinas, en este caso la afortunada es Sonsi.

Capaz que con las lentes del telescopio se vea mejor el paso de la luna por el cono de sombras, igual parece que va a ser fácil verlo a simple vista, lo difícil es la hora, las cuatro de la mañana.

El problema no es que los chicos se lo vayan a perder porque no se levanten a verlo sino que se levanten y que consideren que ya es momento de desayunar, de ver Jake y los piratas o que justo enganchen a Zamba en Paka Paka o a Violetta en Disney Junior o cualquier cosa. 
Las medianas tienen un plan más temible: quedarse despiertas toda la noche.
Pili protestando que mañana tiene natación y que a la hora que se levanta si queremos nos levanta a todos para ver la luna roja.
Y Vale no sé si vuelve o si queda en algún lado, fue a la cena de Pascua con Kp con quien además hoy cumple un año de estar juntos.

A Felipe le encantaban las cuestiones de los planetas, quería ser astronauta. Cada vez que había algún acontecimiento astronómico se confundía y en vez de decir hoy hay fenómeno decía hay demonio. 
Una vez que estuvo Marte alineado no sé de qué modo especial durante diez días fuimos una noche al Planetario a verlo por un telescopio profesional, con Maite bebita, los tres.
Hicimos una cola kilométrica hasta que Felipe decidió colarse, se trepó al telescopio, me llamó y vimos una monedita de diez centavos, pero roja brillante. 
Eso era Marte.
Por eso siempre que hay uno de estos demonios astronómicos no puedo dejar de acordarme de mi astronauta.

Antes, algunas noches de verano, yo salía al jardín y miraba el cielo, por si había alguna estrella brillando especialmente para mí.
Pero no, eran épocas en las que de las estrellas solo parecían llover, filosos, cuchillos de sus puntas.
Ahora, lastiman menos.

Hoy cuando leí la nota del eclipse dudé en escribir o no un post al respecto pero justo me llegó esta invitación.

Y pensé qué suerte que tengo mi blog.

viernes, 11 de abril de 2014

Reuniones

Empezadas las clases, las reuniones de la escuela comienzan.

Las del jardín son enseguida, las seños se presentan, les dejamos un mensaje a los chicos de lo que queremos para ellos este año: que jueguen, que crezcan, que se hagan amigos, que aprendan a dibujar, a saltar, a ir a la trepadora, a tocar los chinchines. Son amigables, chiquitas, traen lindos recuerdos.

Tratamos de turnarnos con Luis para no ir todos a todas.

Las de la primaria son un poco distintas, no hacemos dibujos, no dejamos mensajes y escuchamos la tarea que tendrán por delante las criaturas, a esta altura ya nos la sabemos de memoria, no sé cuántas reuniones de padres llevamos encima, pero son muchas, más de cien.

En un día teníamos dos, por suerte en distintos horarios, a la primera que era ni bien entraban los chicos me quedé yo, la otra ya era más tarde, a una hora en la que el tránsito se complica y eso ya se lo dejo a Luis.

Muchos padres esperando en el hall del cole, deben ser los dos grados juntos pensamos.
Había algunos padres nuevos, que no conocía, en eso yo soy la esencia de lo huraño y no presto ya atención a ningún padre que no tenga ubicado de conocerlo de las salas de 3 años.
En ese grupo un coreano que le sacaba fotos al colegio, al patio, a las aulas, como si estuviera en los museos vaticanos o en la Alhambra, se lo veía feliz de estar sacando fotos pero también de haber encontrado ese colegio para su hijo o hija.

Pasamos al aula, efectivamente la reunión era de dos grados juntos, nos reciben las dos maestras. Una quedó momificada en medio del salón, sin decir nada, la otra tomó las riendas de la reunión. Formalidades administrativas, permiso que deniego para que el gobierno de la ciudad filme a los chicos, que le vamos a dar tarea, que la hagan, que llegaron los libros, que lean el cuaderno de comunicaciones y otras cosas más.

Entran padres tarde, la maestra para de hablar, los mira y sigue hablando.
Entra una señora más tarde, se sienta y se queda dormida. Me empiezo a reír.
La maestra termina y pasa la famosa acta que hay que firmar para que si llegás tarde a buscar a los niños alguien competente los pueda llevar a los asilos de la calle Pillado, todos los años es así y este año en el jardín ya los firmamos.
La señora, sentada en el primer pupitre sigue durmiendo.
La maestra se da cuenta de que algo no funciona: el pobre coreano que ahora le estaba sacando fotos al aula, a los bancos y a los pizarrones, no entiende qué es lo que tiene que firmar.

Esboza un “esperen que le explico a esta gente que tiene dificultades” y no puedo evitar acordarme de una reunión hace muchos años en la que una señora no sabía leer, una maestra propuso una actividad y como se dio cuenta dijo sutilmente entre todos nos ayudamos pero una madre fue más directa y le dijo “Fijate la abuela, que no sabe leer”.

Acá era algo parecido, entre la gente con dificultades, sintagma que la maestra repitió por lo menos dos veces más, quedó incluida la señora que dormía, la maestra leía la resolución pero con gestos. Entiendo que consideró que así aclaraba el sentido para los coreanos y para la durmiente.

Yo no podía más de la risa, pensé no puedo ser tan simple de estar riéndome de alguien que no entiende el idioma que a lo mejor tuvo que dejar con lágrimas en los ojos toda su vida en otro país y salir a un país extraño, ni de alguien que se duerme que a lo mejor se levantó a las cinco de la mañana para trabajar. Yo que soy hija de un inmigrante, que puedo dormir hasta las nueve porque estoy en un lugar privilegiado de la sociedad, pero ni así logré dejar de reírme.

La pobre maestra abandonó la glosa de la resolución que claramente no conducía a nada. La señora se despertó y firmó. Una mamá coreana, que había esperado pacientemente que la mujer terminara sus gesticulaciones, se dio vuelta y le explicó al fotógrafo en coreano qué era lo que tenía que firmar, el hombre firmó y siguió con su cámara.


Volví a casa para salir de vuelta no sé para dónde pero antes de irme le dije a Luis, para mí por esta mitad del año se acabaron las reuniones.

miércoles, 9 de abril de 2014

Primera clase

Ayer el día empezó temprano, bastante temprano Con los truenos de la una de la mañana se despertaron a los gritos Octi y Estani, como todavía comparten cuna el que se despierta despierta al otro, uno lloraba por los ruidos, el otro porque no lo dejaban dormir. Primero probó Luis, no pudo, seguí yo, no pude, entre los dos los dormimos.

Siguió peor, una cascada de agua corría por la escalera, qué a nadie se le ocurra bajar a la cocina para nada pensé, porque se rompe la cabeza. Después me acordé que a la noche no bajan porque la cocina se llena de babosas, no chiquitas como las que se comen las mandarinas, sino gigantes, cada noche contamos como veinte babosas que no sabemos de dónde vienen ni a dónde se van porque a la mañana no hay ninguna.

Volvimos a dormir, a las cuatro Loli a tomar la teta y después ya me dormí hasta las nueve que vino Luis a avisarme que estaba el desayuno.
Desayunamos y nos pusimos a limpiar y ordenar un poco una planta alta que no se sabe si es una casa, el dispensario de caritas de alguna iglesia o el Bagdad de Homeland.

Sonsi que tenía que hacer la tarea pero que también tenía que traerme un delantal para que le cosiera un botón, Consu que tenía que hacer la tarea pero que también la tenía que peinar, Ro que tenía que bañarla y curarle la herida y Maite que no tenía que hacer nada pero que le dolía la garganta, así que abre la boca y me muestra, tenía una amígdala blanca, toda blanca, mostrale a tu padre le digo, el padre confirma el diagnóstico.
Yo a las 5 tengo que empezar a dar una clase, y Luis recorrer Belgrano para llevar y traer chicos del jardín a música, de música a casa, de casa al jardín, etc., etc., etc., pero antes la chica con esa garganta tiene que ir a la pediatra.

Ni hablar de preparar la clase, una clase de cuatro horas, me dispongo a armar aunque sea un posible cronograma.
Pero Pili que ni tenía tarea, ni tenía ganas de ir al colegio quería ir a cortarse el pelo, la llevo a una peluquería nueva que descubrimos no muy lejos, previo paso por el cajero, estacioné en la puerta de un spa de manos y de pies, en el rato que estuve esperando entraron tres o cuatro mujeres, un poco las envidié.
El peluquero no estaba volvemos a casa; gracias al viaje puedo verificar que una vez más se rompieron todos los semáforos, todos esos viajes desde y hacia el colegio triplican su duración.
En casa, Luis estaba frente a una carne que había sobrado del domingo con la que íbamos (él claro) a hacer un guiso, olela me dice, tiene olor raro, no para mí está bien le contesto luego de olerla durante casi dos minutos.
Empiezan a llegar las chicas a la cocina preguntando si vamos a comer pescado, no es la carne les dice el padre, claramente estaba podrida.
Peino criaturas, coso botones, ayudo con tareas, incluso a Sonsi que vuelve a recordar que tiene tarea cinco minutos antes de salir para el cole. Subo a todos al auto y nos vamos.

Vuelvo de llevarlos y en media hora logro armar mi cronograma de clase, no mucho más.
Decido dar un soneto de Apolo y Dafne y cerrar con el análisis de Las Meninas de Foucault, tranquilo. Viene Agostina que tiene que completar urgente unos papeles, se los firmo.
Llevamos a Maite a lo de Fabiana y de paso a los bebés que hoy tenían control luego de seis meses de no controlarlos.
Así se me pasa la tarde. Salgo del consultorio (en Belgrano por supuesto) a una hora en la que Patricia que empezaba a dar clase conmigo me manda un mensajito que ya llegó a la facultad, que dónde me espera. Calculo mentalmente que en veinte minutos tengo que cruzar Belgrano, dejar a Maite y a los bebés en casa, cruzar dos barrios más y subir cinco pisos.
Llego. Subimos. Nos presentamos, empiezo la clase. Me olvidé el soneto, no hay wi fi. Lo buscamos en los celulares. Me olvidé Las Meninas, la buscamos en los celulares.
Logro por lo menos coherencia durante casi cuatro horas.
Termino la clase que no salió tan mal y bajo las escaleras reflexionando sobre las responsabilidades, los apuros y las circunstancias. Todo podría haber sido peor, mis hijos podrían haber comido carne podrida y en el apuro yo podría, por ejemplo, haber explicado Foucault con este cuadro

Al volver a casa, tres prioridades: no pude hacer pis desde antes de salir con los chicos para la pediatra, me esperaba una Otromundo en el freezer y en algún momento tengo que llevar a Maite a hacerse el cultivo de la angina.

domingo, 6 de abril de 2014

Bajo Flores

Mañana, si todo en mi mente sigue como hasta hoy voy a ir a la cancha. Si, además, Vale vuelve antes de las 3 de la tarde de la casa de Kp a la que se va en un rato, si Pili vuelve antes de las 3 de la tarde de la casa de la amiga a donde va a dormir hoy después de un 15, si Maite no se va al cine a ver Violetta, si Sonsi no se va a estudiar piano a lo de la abuela y en caso de que nada de lo anterior ocurra si Consu acepta quedarse a cargo de la casa y de sus dos hermanas menores, lo que no sólo es difícil sino que dejaría entrever una falta de responsabilidad absoluta por parte de sus padres.
Mañana, si se dan todas estas variables previas, voy a ir a la cancha.

Hace veinte años íbamos con Luis todos los domingos, seguíamos a Español de local, de visitante. Muy pocas veces íbamos en auto, la mayoría en colectivo, y después al bajo flores desde Avenida Eva Perón, que creo que todavía era del Trabajo.
Una vez contra Quilmes llegamos bajo una lluvia espesa que no dejaba ver a los jugadores, otra vez contra Talleres entre los tetras de los hinchas cordobeses que alfombraban las calles en ese momento de tierra de los alrededores del Estadio España.

En esa época Español estaba en la A y la ida al bajo flores significaba poder ver jugar a Boca, a River, a Independiente en un territorio calmo, en una popular casi vacía.
En esa época yo escribía la verdadera historia del Deportivo Español, había inventado que compraban a Maradona en secreto y lo regalaban al Barcelona, que venía a gestionar el club Honorino Menéndez Pelayo (el hermano de Marcelino), que las ovejas se comían el pasto de la cancha y no sé qué otras cosas más, la cronista de toda esta historia se llamaba Elsa Morano.
En esa época creo que quería ser escritora pero no lo sabía. Después, me pareció mejor estudiar literatura española.

Mañana lo que quiero es cruzar la ciudad hasta el Bajo Flores, con Luis como siempre, pero llevar además a mis tres hombrecitos.
Ahora Español está en la C, ni sé contra quién juega, ni sé cómo va en la tabla.
Si vamos, será a la platea, estamos viejos para la popular y los chicos son muy chicos.
Capaz se aburren, a Octi le pongo más fichas, a Estani nada y Tótal es un bebé.
Los dos grandes tienen un equipo de Boca cada uno, camiseta y pantalón, se los regaló Santiago, el gran padrino que tiene Estani.
Tótal no tiene nada, ni siquiera tiene padrino.
Igual el fútbol todavía no les interesa, a ninguno de los tres. Encima no sé si mañana juega Boca.

Pienso, si fuera Elsa Morano, cómo seguiría mi historia veinte años después:

Español no se hubiera ido nunca a la C.
Mañana jugaría contra Boca en el Bajo Flores.
Llegaríamos a la cancha en colectivo, con banderas rojas, llevaría las castañuelas que me trajo la abuela de Sevilla el año pasado y que estoy aprendiendo a tocar en el Zamorano.
Me acompañaría Luis, como siempre, mis tres hijos chiquitos y mi muchachito de casi 14 años al que el padre finalmente lo hubiera convencido de hacerse hincha furioso de Boca, pero que mañana por una excepción y un pedido especial de su madre hubiera hinchado por Español.

Y no sé si voy a ir mañana a la cancha o si me quedo con lo que podría haber sido ese Español Boca   en el Bajo Flores.

jueves, 3 de abril de 2014

El Pirovano. Segunda parte

Martes, mañana caótica como cualquier mañana de martes. Tengo que llevar a Ro al hospital para que en algún consultorio de cirugía, no en la guardia, le vean la herida.

Hace algunos años tuve que hacer lo mismo con Consu, cuando se le salió el pedazo de dedo, la llevé tres veces, siempre unos médicos jóvenes, bárbaros, la cuarta vez apareció un cirujano más grande que no nos atendió porque no teníamos turno. Me fui y no volvimos más, el dedo le quedó bastante bien, hasta le creció la uña.

En una de esas veces me encontré con una mamá del jardín que iba por su séptimo embarazo, todas nenas, yo en ese momento tenía seis, la mujer estaba yendo a un control, me contó que habían festejado el cumpleaños de las nenas en el jardín y que con una, la que era compañera no me acuerdo de cuál de las nuestras, la maestra se había confundido porque era una suplente que no las conocía y le había hecho soplar las velitas a otra, cuando la pobre madre vio las fotos se quería morir, con lo que gasté en la torta me decía.
Me dio pena, le preparamos en casa una torta a la chica y una vez regresada la maestra verdadera volvió a soplar las velitas, con fotos y con todo. Al año siguiente se mudaron lejos y nunca más las vimos.

Hoy martes dejé el auto en una esquina pésimamente estacionado, vino una Duster, pasó bastante justo, pensé que un camión no pasaba, era Belgrano R, consideré que por ahí no van camiones, lo cerré y bajamos.
En el hospital calculé que iba a estar medio minuto, llegar a la ventanilla, pedir turno para cirugía que me dijeran que había recién para la semana próxima y listo.
Pero no, los carteles escritos a mano decían que no había más turnos para Ginecología, Traumatología, Urología, pero nada decían de Cirugía.

Así que hicimos la cola entre viejos, jóvenes, sanos, enfermos, cirujas, porteños, latinoamericanos, tullidos.

Gente que circula por los pasillos que no se sabe muy bien hacia dónde va, mamás con bebés en cochecitos desvencijados esperando para vacunarlos, enfermeros que acompañan gente, hombres con camisa, corbata y bolsas de laboratorios, mucha gente con bastones, con yesos.

Casi lloro con un chico, no más de veinte años, todas las piernas tatuadas, gorra con visera, bermudas, lo supuse, en un alarde fascista, habitante del barrio Mitre. Le hablaba a su beba recién nacida con una paz, una alegría y una calma que desee que pudiera congelar ese momento para siempre, ahí, en el asiento plateado del corredor del hospital.

Los servicios están indicados con flechas y carteles. Un servicio se llama C.A.I. (Consultorio de Atención Inmediata), una ingeniosa mano había escrito al lado con fibrón negro “vs. Brawn de Adrogué”, me reí sola, Ro no iba a entender el chiste.

Nos dan el turno y nos sentamos a esperar frente a un consultorio que había quedado vacío. Al lado tengo a un hombre que tiene la rodilla lastimada, lastimadísima, le supura sobre todo olor, me parece una falta de respeto levantarme así que quedo ahi sentada mientras el olor me impregna el cerebro. Pasa uno con una campera de Platense, alguien desparramado atrás nuestro le grita “aguante Saavedra”, el otro lo saluda con la mano.

Ro se va al dispenser de forros, me trae una tirita con tres, “abrí esto” me dice. “No”, le contesto, “no es para chicos y aparte te vas a pegotear toda”, “dale abrílo, son caramelos”, “no, no son caramelos” le digo, “dameló”, me lo meto en el bolsillo y me lo quedo para alguna emergencia que a esta altura ya puede desembocar en trillizos.

Llegan las doctoras, entra un señor que estaba antes que nosotros. Nos llaman, pasen al segundo consultorio nos dicen. Le despegan la venda, le pasan alcohol por la herida, Ro llora, está perfecta, vuelvan en diez días así le sacamos los puntos. Nos despedimos, agradecemos, saludamos al señor del consultorio de al lado. Salimos, volvió el de la rodilla que ahora la tiene llena de crema, está sentado viendo la tele entre otro montón de gente que parece estar ahí para eso, para ver la tele.

En la calle me doy cuenta de que me olvidé de pedir el turno para la semana que viene.
Llegamos al auto, no le pasó nada, no lo chocó ningún camión. Rosario está tranquila con un chupetín que le acabo de comprar.

En diez días volvemos. 

martes, 1 de abril de 2014

El Pirovano. Primera parte

Tarde de domingo tranquila, lluviosa, esperando unas visitas a tomar el té. El horno prendido con cosas cocinándose adentro.

De repente gritos, más que gritos, aullidos de Ro, que llega del escritorio acompañada por Consu, ninguna de las dos puede explicar muy bien qué pasó, Ro solamente que le duele, que le duele mucho.

Primero pensamos que fue un golpe fuerte, pero después vemos que le sale un poquito de sangre de la pierna, el padre le levanta la pata del pantalón y deja ver la herida más profunda que ví en mi vida, de la que no sé cómo sale tan poca sangre.

Se cortó con la silla dice Con y me acuerdo de la cantidad de veces que nos dispusimos con el pensamiento, solo con el pensamiento a tirar la silla del escritorio que estaba rota, que no tenía respaldo, que había quedado con unas placas de acero al descubierto que se terminó clavando la pobre chica.

Busco una toalla, Luis le hace un torniquete, saco el auto, carnet de Dosuba, al Pirovano.

En el viaje repaso mentalmente todas las guardias del Pirovano a las que fui en los últimos seis años, no muchas, dos o tres: con Luis que se golpeó la espalda, con Consu que se le salió un pedazo de dedo, yo llevaba el pedacito en una bolsa hasta que Fabiana, la mejor pediatra que se puede tener, que me iba guiando por teléfono me sugirió que lo tirara, que no se lo iban a poder poner de vuelta, lo dejé en el volquete de una obra.
Otra con Luis que se golpeó el codo, lo revisó el traumatólogo, es solo el golpe y lo mandó a casa, a los diez días lo estaban operando de una fractura con desplazamiento.

Y después todas las veces a la guardia de obstetricia, a ver a Claudia, no podría pensar a mis hijos de Consu en adelante sin ella. Pero, la guardia de obstetricia es en otro lado, es a la salida de un ascensor cuyas paredes vociferaban la alegría de padres, tíos y abuelos porque han parido sus mujeres: Hoy nació Juan Román Lionel, 3kg. 400, el mejor hincha de excursio; hoy nació Brisa Paola, 2 kg.900, su tío orgulloso y así miles de intervenciones hasta que la última vez que fui un cartelito decía respete las paredes del hospital o respete al ascensor, o no escriba o algo así.

Llegamos al hospital, Ro en brazos de Luis, entra llorando, le hacen un globo con un guante, sigue llorando, le sacan la toalla, le ponen una gasa, un médico jovencito lo más simpático nos dice ya viene el cirujano.

Me mareo, me siento en el piso, recuerdo otras guardias, otros hospitales, otros dolores.

Luis se la banca como un rey, la acuestan, le ponen anestesia, la cosen, unas enfermeras le hablan, cuando la terminan de coser entré yo, las mujeres le preguntan “cómo te llamás”, “Rosario” contesta, “qué lindo y de apellido?”, “Rosario Luján”, la mujer insiste “qué lindos nombres y de apellido?”. La chica se descoloca, “Rosario Luján Inés”. La limpian y nos vamos, le regalan una bata porque le tuvieron que romper las calzas.

Todo fue más rápido de lo que esperábamos. Por suerte Boca-River era en la Boca y no en Núñez.
Y Fabiana que, como siempre, nos tranquiliza por teléfono.

Al llegar a casa la mejor sorpresa para Ro, la esperaba Vero, su madrina, su hada madrina, con un regalo: el delantal sin mangas que la madre nunca le llegó a comprar. Ojalá que vuelva el calor.