Ayer tenía un
día tranquilo. Me quedé durmiendo hasta las 9 y media, desayuné y me disponía a
empezar la rutina de la mañana: camas, vestuarios, peinados.
En eso Maite nos
avisa que hay un auto estacionado en la entrada del garaje.
Pasa a menudo,
nunca están más de diez o quince minutos y siempre son autos que vienen a la
casa de al lado o a una productora que hay enfrente. A veces dejan un espacio
atrás o adelante, no ayer, el auto estaba perfectamente ubicado tapando todo el
portón
Un Gol, bastante
nuevo, con freno de mano, en cambio y traba puesta. Inamovible.
.
Empezamos la
vigilia en la ventana del escritorio.
Vale que
adquirió cierto espíritu pendenciero post entrada de ladrones sugiere llamar a
la policía, a la grúa, a la metropolitana.
Kp en cambio
toca el timbre al lado y bien educadamente pregunta si conocen al dueño del
auto.
Negativo,
tampoco pertenece a la productora de enfrente, está cerrada.
Se acerca la
hora de llevar las criaturas al colegio.
En nuestro
garage están los dos autos, el mío chiquito que sale bien por la vereda hasta
la siguiente bajada pero en el cual no entran los seis niños más las mochilas,
más las bolsas de plastica, más las guitarras, más los violines más todas las
cosas que hay que llevar y el de Luis, en el que sí entra todo pero que tendría
que salir para atrás, maniobrar en la vereda también marcha atrás y recorrer un
trecho bastante largo por la vereda hasta la siguiente bajada.
Me queda una
más: en la esquina de casa están colgando una marquesina y está llena de gente
trabajando. Hacia allí me dirijo. Averiguo si el auto es de alguien, me dicen
que no, les explico el problema, se ríen, siguen trabajando.
Acompaño a Consu
a los chinos y cuando vuelvo me encuentro parado en el cordón al jefe de los de
la marquesina mirando el Gol. -Está con traba, cambio y freno de mano- me dice,
no lo puedo mover. Vos ¿qué auto tenés?-me pregunta. Un Clío, le digo, que sale
bien. El tema es que mi marido tiene que sacar su Zafira. Ah, me dice el
hombre, y creo, casi que puedo asegurarlo que percibí cierta decepción en su
respuesta, yo te ayudaba si querías a maniobrar si estabas sola, pero si está
tu marido él se arreglará. Sí, sí le dije, no hay problema, se arregla.
Un héroe el de
la marquesina, yo estaba con unos bali que le compré hace dos años a uno que
los tenía tirados en la vereda de Puan, una remera sin mangas que me había
puesto la tarde anterior para la clase de flamenco y mis sempiternas ojotas y
pese a todo el hombre había cruzado la calle para ayudarme a maniobrar.
A la hora de
sacar los autos llevamos adelante (Luis, claro) todas las operaciones
anteriores y los autos salieron y los chicos fueron al cole.
El auto seguía
ahí, casi como riéndose él también de nosotros. Repasamos diversas
posibilidades: rayarlo todo con una llave, romperle las ópticas, romper algún
vidrio para que sonara la alarma, desinflarle las ruedas. No nos convenció
ninguna.
En un momento
tuvimos que salir a una inmobiliaria y Luis le dejó en el parabrisas un cartel
que decía “Muchas gracias por taparme el garage todo el día”.Descontábamos que
cuando volvíamos el auto ya se iba a haber ido.
Pero no, se hizo
de noche, volvieron todas las chicas del cole, de música, de la facultad y el
auto no se había movido.
Alrededor de las
nueve los centinelas del escritorio me avisan que sale el auto.
Voy corriendo,
una chica más o menos joven, estaba por arrancar, le golpeo la ventanilla, baja
el vidrio. ¿te diste cuenta que dejaste todo el día el auto tapando un garage?
¿que tenía que llevar chicos al colegio, que tuvimos que hacer diez mil
maniobras para sacar el auto?, le pregunto, te salvaste de que te hiciéramos
mierda el auto, me voy envalentonando un poco.
No hay cartel me
contesta. Y ahí perdí un poco el control y casi le grité qué cartel, hay bajada
pintada de amarillo, hay un portón gigante, qué cartel, ¿uno que diga Boludos
no estacionen?
Y ahí, de la
nada, la pobre chica se me largó a llorar, así como cuando se me ponen a llorar
Sonsi o Ro cuando las reto. Disculpáme, por favor, me decía, disculpame por
cagarte el día, estoy muy acelerada, perdoname y no podía parar de llorar, te
doy cien mangos. Claro está que me sentí la peor persona del mundo no tanto por
haberla hecho llorar sino porque, al menos, en un relámpago que duró medio
segundo me imaginé lo bien que me hubieran venido esos cien pesos a fin de mes.
No te preocupes le dije, la próxima vez dejá el auto ahí pero me tocás el
timbre y me decís me llamo tanto, voy a tal lado y cuando tengas que sacar tus
autos me avisás y listo.
Insistía con el
dinero, no está bien repetía yo, mientras trataba de sacarle el papel del
parabrisas que entre la lluvia y las hojas era como una cartapesta roñosa.
Estoy muy acelerada, tuve que venir a una productora de acá a la vuelta, seguia
diciendo hasta que arrancó y se fue.
Después todos
mis niños que le contarían al padre cómo yo había hecho llorar a la mujer.
Terminé el día
con la sensación de que si quiero puedo ser un ser humano detestable.
Y el
protagonismo que a lo largo del día fueron adquiriendo las marquesinas, las
publicidades, las inmobiliarias y las productoras me hicieron reflexionar sobre
las superventajas de
vivir en el distrito audiovisual.