Empezadas las clases, las reuniones de la
escuela comienzan.
Las del jardín
son enseguida, las seños se presentan, les dejamos un mensaje a los chicos de
lo que queremos para ellos este año: que jueguen, que crezcan, que se hagan
amigos, que aprendan a dibujar, a saltar, a ir a la trepadora, a tocar los
chinchines. Son amigables, chiquitas, traen lindos recuerdos.
Tratamos de
turnarnos con Luis para no ir todos a todas.
Las de la
primaria son un poco distintas, no hacemos dibujos, no dejamos mensajes y
escuchamos la tarea que tendrán por delante las criaturas, a esta altura ya nos
la sabemos de memoria, no sé cuántas reuniones de padres llevamos encima, pero
son muchas, más de cien.
En un día
teníamos dos, por suerte en distintos horarios, a la primera que era ni bien
entraban los chicos me quedé yo, la otra ya era más tarde, a una hora en la que
el tránsito se complica y eso ya se lo dejo a Luis.
Muchos padres
esperando en el hall del cole, deben ser los dos grados juntos pensamos.
Había algunos
padres nuevos, que no conocía, en eso yo soy la esencia de lo huraño y no
presto ya atención a ningún padre que no tenga ubicado de conocerlo de las
salas de 3 años.
En ese grupo un
coreano que le sacaba fotos al colegio, al patio, a las aulas, como si
estuviera en los museos vaticanos o en la Alhambra, se lo veía feliz de estar
sacando fotos pero también de haber encontrado ese colegio para su hijo o hija.
Pasamos al aula,
efectivamente la reunión era de dos grados juntos, nos reciben las dos maestras.
Una quedó momificada en medio del salón, sin decir nada, la otra tomó las
riendas de la reunión. Formalidades administrativas, permiso que deniego para
que el gobierno de la ciudad filme a los chicos, que le vamos a dar tarea, que
la hagan, que llegaron los libros, que lean el cuaderno de comunicaciones y
otras cosas más.
Entran padres
tarde, la maestra para de hablar, los mira y sigue hablando.
Entra una señora
más tarde, se sienta y se queda dormida. Me empiezo a reír.
La maestra
termina y pasa la famosa acta que hay que firmar para que si llegás tarde a
buscar a los niños alguien competente los pueda llevar a los asilos de la calle
Pillado, todos los años es así y este año en el jardín ya los firmamos.
La señora,
sentada en el primer pupitre sigue durmiendo.
La maestra se da
cuenta de que algo no funciona: el pobre coreano que ahora le estaba sacando
fotos al aula, a los bancos y a los pizarrones, no entiende qué es lo que tiene
que firmar.
Esboza un “esperen
que le explico a esta gente que tiene dificultades” y no puedo evitar acordarme
de una reunión hace muchos años en la que una señora no sabía leer, una maestra
propuso una actividad y como se dio cuenta dijo sutilmente entre todos nos
ayudamos pero una madre fue más directa y le dijo “Fijate la abuela, que no
sabe leer”.
Acá era algo
parecido, entre la gente con dificultades, sintagma que la maestra repitió por
lo menos dos veces más, quedó incluida la señora que dormía, la maestra leía la
resolución pero con gestos. Entiendo que consideró que así aclaraba el sentido
para los coreanos y para la durmiente.
Yo no podía más
de la risa, pensé no puedo ser tan simple de estar riéndome de alguien que no
entiende el idioma que a lo mejor tuvo que dejar con lágrimas en los ojos toda
su vida en otro país y salir a un país extraño, ni de alguien que se duerme que
a lo mejor se levantó a las cinco de la mañana para trabajar. Yo que soy hija
de un inmigrante, que puedo dormir hasta las nueve porque estoy en un lugar
privilegiado de la sociedad, pero ni así logré dejar de reírme.
La pobre maestra
abandonó la glosa de la resolución que claramente no conducía a nada. La señora
se despertó y firmó. Una mamá coreana, que había esperado pacientemente que la
mujer terminara sus gesticulaciones, se dio vuelta y le explicó al fotógrafo en
coreano qué era lo que tenía que firmar, el hombre firmó y siguió con su
cámara.
Volví a casa
para salir de vuelta no sé para dónde pero antes de irme le dije a Luis, para
mí por esta mitad del año se acabaron las reuniones.
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