Martes, mañana
caótica como cualquier mañana de martes. Tengo que llevar a Ro al hospital para
que en algún consultorio de cirugía, no en la guardia, le vean la herida.
Hace algunos
años tuve que hacer lo mismo con Consu, cuando se le salió el pedazo de dedo,
la llevé tres veces, siempre unos médicos jóvenes, bárbaros, la cuarta vez
apareció un cirujano más grande que no nos atendió porque no teníamos turno. Me
fui y no volvimos más, el dedo le quedó bastante bien, hasta le creció la uña.
En una de esas
veces me encontré con una mamá del jardín que iba por su séptimo embarazo,
todas nenas, yo en ese momento tenía seis, la mujer estaba yendo a un control,
me contó que habían festejado el cumpleaños de las nenas en el jardín y que con
una, la que era compañera no me acuerdo de cuál de las nuestras, la maestra se
había confundido porque era una suplente que no las conocía y le había hecho
soplar las velitas a otra, cuando la pobre madre vio las fotos se quería morir,
con lo que gasté en la torta me decía.
Me dio pena, le
preparamos en casa una torta a la chica y una vez regresada la maestra
verdadera volvió a soplar las velitas, con fotos y con todo. Al año siguiente
se mudaron lejos y nunca más las vimos.
Hoy martes dejé
el auto en una esquina pésimamente estacionado, vino una Duster, pasó bastante
justo, pensé que un camión no pasaba, era Belgrano R, consideré que por ahí no
van camiones, lo cerré y bajamos.
En el hospital
calculé que iba a estar medio minuto, llegar a la ventanilla, pedir turno para
cirugía que me dijeran que había recién para la semana próxima y listo.
Pero no, los
carteles escritos a mano decían que no había más turnos para Ginecología,
Traumatología, Urología, pero nada decían de Cirugía.
Así que hicimos
la cola entre viejos, jóvenes, sanos, enfermos, cirujas, porteños,
latinoamericanos, tullidos.
Gente que
circula por los pasillos que no se sabe muy bien hacia dónde va, mamás con
bebés en cochecitos desvencijados esperando para vacunarlos, enfermeros que
acompañan gente, hombres con camisa, corbata y bolsas de laboratorios, mucha
gente con bastones, con yesos.
Casi lloro con
un chico, no más de veinte años, todas las piernas tatuadas, gorra con visera,
bermudas, lo supuse, en un alarde fascista, habitante del barrio Mitre. Le
hablaba a su beba recién nacida con una paz, una alegría y una calma que desee
que pudiera congelar ese momento para siempre, ahí, en el asiento plateado del
corredor del hospital.
Los servicios
están indicados con flechas y carteles. Un servicio se llama C.A.I.
(Consultorio de Atención Inmediata), una ingeniosa mano había escrito al lado
con fibrón negro “vs. Brawn de Adrogué”, me reí sola, Ro no iba a entender el
chiste.
Nos dan el turno
y nos sentamos a esperar frente a un consultorio que había quedado vacío. Al
lado tengo a un hombre que tiene la rodilla lastimada, lastimadísima, le supura
sobre todo olor, me parece una falta de respeto levantarme así que quedo ahi
sentada mientras el olor me impregna el cerebro. Pasa uno con una campera de
Platense, alguien desparramado atrás nuestro le grita “aguante Saavedra”, el
otro lo saluda con la mano.
Ro se va al
dispenser de forros, me trae una tirita con tres, “abrí esto” me dice. “No”, le
contesto, “no es para chicos y aparte te vas a pegotear toda”, “dale abrílo,
son caramelos”, “no, no son caramelos” le digo, “dameló”, me lo meto en el
bolsillo y me lo quedo para alguna emergencia que a esta altura ya puede
desembocar en trillizos.
Llegan las
doctoras, entra un señor que estaba antes que nosotros. Nos llaman, pasen al
segundo consultorio nos dicen. Le despegan la venda, le pasan alcohol por la
herida, Ro llora, está perfecta, vuelvan en diez días así le sacamos los
puntos. Nos despedimos, agradecemos, saludamos al señor del consultorio de al
lado. Salimos, volvió el de la rodilla que ahora la tiene llena de crema, está
sentado viendo la tele entre otro montón de gente que parece estar ahí para
eso, para ver la tele.
En la calle me
doy cuenta de que me olvidé de pedir el turno para la semana que viene.
Llegamos al
auto, no le pasó nada, no lo chocó ningún camión. Rosario está tranquila con un
chupetín que le acabo de comprar.
En diez días
volvemos.
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