jueves, 3 de abril de 2014

El Pirovano. Segunda parte

Martes, mañana caótica como cualquier mañana de martes. Tengo que llevar a Ro al hospital para que en algún consultorio de cirugía, no en la guardia, le vean la herida.

Hace algunos años tuve que hacer lo mismo con Consu, cuando se le salió el pedazo de dedo, la llevé tres veces, siempre unos médicos jóvenes, bárbaros, la cuarta vez apareció un cirujano más grande que no nos atendió porque no teníamos turno. Me fui y no volvimos más, el dedo le quedó bastante bien, hasta le creció la uña.

En una de esas veces me encontré con una mamá del jardín que iba por su séptimo embarazo, todas nenas, yo en ese momento tenía seis, la mujer estaba yendo a un control, me contó que habían festejado el cumpleaños de las nenas en el jardín y que con una, la que era compañera no me acuerdo de cuál de las nuestras, la maestra se había confundido porque era una suplente que no las conocía y le había hecho soplar las velitas a otra, cuando la pobre madre vio las fotos se quería morir, con lo que gasté en la torta me decía.
Me dio pena, le preparamos en casa una torta a la chica y una vez regresada la maestra verdadera volvió a soplar las velitas, con fotos y con todo. Al año siguiente se mudaron lejos y nunca más las vimos.

Hoy martes dejé el auto en una esquina pésimamente estacionado, vino una Duster, pasó bastante justo, pensé que un camión no pasaba, era Belgrano R, consideré que por ahí no van camiones, lo cerré y bajamos.
En el hospital calculé que iba a estar medio minuto, llegar a la ventanilla, pedir turno para cirugía que me dijeran que había recién para la semana próxima y listo.
Pero no, los carteles escritos a mano decían que no había más turnos para Ginecología, Traumatología, Urología, pero nada decían de Cirugía.

Así que hicimos la cola entre viejos, jóvenes, sanos, enfermos, cirujas, porteños, latinoamericanos, tullidos.

Gente que circula por los pasillos que no se sabe muy bien hacia dónde va, mamás con bebés en cochecitos desvencijados esperando para vacunarlos, enfermeros que acompañan gente, hombres con camisa, corbata y bolsas de laboratorios, mucha gente con bastones, con yesos.

Casi lloro con un chico, no más de veinte años, todas las piernas tatuadas, gorra con visera, bermudas, lo supuse, en un alarde fascista, habitante del barrio Mitre. Le hablaba a su beba recién nacida con una paz, una alegría y una calma que desee que pudiera congelar ese momento para siempre, ahí, en el asiento plateado del corredor del hospital.

Los servicios están indicados con flechas y carteles. Un servicio se llama C.A.I. (Consultorio de Atención Inmediata), una ingeniosa mano había escrito al lado con fibrón negro “vs. Brawn de Adrogué”, me reí sola, Ro no iba a entender el chiste.

Nos dan el turno y nos sentamos a esperar frente a un consultorio que había quedado vacío. Al lado tengo a un hombre que tiene la rodilla lastimada, lastimadísima, le supura sobre todo olor, me parece una falta de respeto levantarme así que quedo ahi sentada mientras el olor me impregna el cerebro. Pasa uno con una campera de Platense, alguien desparramado atrás nuestro le grita “aguante Saavedra”, el otro lo saluda con la mano.

Ro se va al dispenser de forros, me trae una tirita con tres, “abrí esto” me dice. “No”, le contesto, “no es para chicos y aparte te vas a pegotear toda”, “dale abrílo, son caramelos”, “no, no son caramelos” le digo, “dameló”, me lo meto en el bolsillo y me lo quedo para alguna emergencia que a esta altura ya puede desembocar en trillizos.

Llegan las doctoras, entra un señor que estaba antes que nosotros. Nos llaman, pasen al segundo consultorio nos dicen. Le despegan la venda, le pasan alcohol por la herida, Ro llora, está perfecta, vuelvan en diez días así le sacamos los puntos. Nos despedimos, agradecemos, saludamos al señor del consultorio de al lado. Salimos, volvió el de la rodilla que ahora la tiene llena de crema, está sentado viendo la tele entre otro montón de gente que parece estar ahí para eso, para ver la tele.

En la calle me doy cuenta de que me olvidé de pedir el turno para la semana que viene.
Llegamos al auto, no le pasó nada, no lo chocó ningún camión. Rosario está tranquila con un chupetín que le acabo de comprar.

En diez días volvemos. 

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